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viernes, 16 de agosto de 2024

El poder de las encuestas

José Leonardo Rincón, S. J.
José Leonardo Rincón, S. J.

César Caballero, creador y líder de la firma encuestadora Cifras y Conceptos, desde hace algunos años me ha invitado a su panel de opinión, encuesta que mide el pulso de la realidad del país. En estos días lo hizo nuevamente, pero para participar en el evento de lanzamiento de su libro “El poder de las encuestas y su incidencia en el proceso electoral”, en la biblioteca del bello claustro del Gimnasio Moderno y que es fruto de su investigación para obtener el doctorado en ciencias sociales de la Universidad Javeriana.

En un muy ameno y fluido diálogo con la periodista Yolanda Ruiz y con un auditorio casi lleno en el sobresalían, entre otros, personajes de la política, los medios de comunicación, estudiantes universitarios, amigos, etcétera, se nos fueron revelando interesantes datos, para muchos desconocidos, sobre el origen y la historia de las encuestas, cómo se hacen, el uso que de ellas hacen y los efectos que producen, en un honesto y crudo análisis que me hizo valorar esa herramienta social de medícion de lo que muchos pensamos sobre el país, sus líderes y lo que a todos nos pasa.

Indudablemente surgen de la mano de la estadística hace más de medio milenio y para desafiar de alguna manera el paradigma de la predestinación, ratificando la relevancia del libre albedrío y la autodeterminación de las personas. En nuestro caso comenzaron a realizarse desde 1982 y desde entonces han jugado un rol muy importante en la vida misma del país. Como toda herramienta, pueden ser utilizadas para bien o para mal, pues es verdad que pueden ser manipuladas y servir a los intereses de quienes las ordenan. No gratuitamente hay más de 100 firmas encuestadoras que conocen bien su oficio y saben el poder que tienen para direccionar el pensamiento y la voluntad de la gente al abrir caminos y señalar nortes. Por eso reconocen ser no neutrales ni objetivas, pero sí que deben ser transparentes y rigurosas pues se supone que las cifras que ofrecen son creíbles.

Las encuestas nos ayudan a entender los problemas sociales, pero no a predecirlos y en esto fue muy enfático el doctor Caballero. Por eso, como en todas las estadísticas, honestamente siempre se habla del margen de error, porque no hay certezas absolutas y se puede fallar. De hecho ha sucedido, como acaeció con el plebiscito cuando se daba por ganador absoluto el sí y así lo revelaron los encuestados, pero llegado el día, muchas variables, objetivas unas como el factor climático y subjetivas otras como la pereza dominical a salir de casa, más sabiendo que las encuestas afirmaban se había ganado ampliamente, la orquestada campaña de mentira y hasta la manipulación de lo religioso, terminó todo en un estruendoso revés con un efecto hasta hoy que a todos nos pone a sospechar de la veracidad y seriedad de las encuestas.

La verdad es que no todo se puede medir por encuestas, que los algoritmos no aparecen de la nada, sino que son ciertamente inducidos por intereses y sesgos, que hay que aprender a tener olfato para distinguir entre señales evidentes y ruidos malintencionados y que, como todo en la vida, no hay nada escrito ni predeterminado, porque por el ejercicio de mi libertad hoy podemos tener la seguridad o certeza de algo y mañana cambiar de opinión. Haber dicho una cosa y finalmente resultar haciendo otra. Las encuestas tienen el poderoso efecto de impactarnos con sus resultados, pero es verdad que también nosotros tenemos las riendas de nuestra propia autodeterminación, luego el quid está no en dejarnos llevar por la corriente, sino tener las agallas para decidir en conciencia, coherentes con lo que realmente pensamos.

viernes, 27 de octubre de 2023

No hay que confiarse

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.

Razón tenía el finado Álvaro Enrique, riguroso ingeniero de la UIS y jesuita, un tanto exótico, cuando maliciosamente, pero en serio, afirmaba: “hay verdades, hay mentiras y hay estadísticas”. Como quien dice, que estas pueden ser ciertas, pero podrían ser manipuladas, como las encuestas, algunas de las cuales, lo sabemos, son pagadas para mostrar resultados favorables a quienes las patrocinan.

La lección debió aprenderse con el plebiscito de Santos cuando nos decían que con el 85% ganaba el SÍ. Ese día llovió y la pereza dominical confinó en sus casas a los ganadores. Perdieron. Y lo que vino después ya lo sabemos. El domingo pasado en Argentina, ¿no dizque ganaba sobrado Javier Milei y le sacaron seis puntos de ventaja? Entonces, no hay que confiarse, ni el que se siente vencedor, ni el que cree que ya está derrotado.

Tendremos nuestras propias elecciones este domingo y la abstención debería ser derrotada por el libre ejercicio del derecho al voto. Si usted calla, usted otorga, permite que otros decidan por usted, de modo que después no tiene ninguna razón para quejarse. Las elecciones son la fiesta de la democracia que nos permite manifestar lo que pensamos y también lo que queremos. Nos faculta para elegir a nuestros gobernantes. No en vano la sabiduría popular asegura que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece, ya porque fue los que eligió, ya porque que dejó que otros lo impusieran.

No hay que confiarse. Le tengo pánico a las encuestas y a las intencionalidades que hay tras ellas. Pueden ser usadas para llevar el agua al molino, esto es, para que cual borregos concluyamos: ¿para dónde va Vicente? ¡Para donde va la gente! Y se renuncie cándidamente a las propias convicciones porque hay que unirse al señalado carro de la victoria pues, ¿cómo perder si en realidad pudiésemos ganar? Entonces voto, no por el candidato que yo quisiera sino por el que me dicen los otros que va ganando.

Y, paradójicamente, por no decir perversamente, las encuestas pueden ser manipuladas para lograr el efecto contrario, que es lo que me parece ha sucedido en eventos electorales recientes: generar una sensación anticipada de triunfo de modo que su efecto sea el relajamiento: “igual, ya ganamos, mi voto no va a cambiar el resultado, así que como no es necesario, no voto, mejor me quedo durmiendo en casa, qué pereza tener que salir con este día lluvioso” y resulta que sí, que sí era necesario, importante, que contaba. ¡Cuidado!

Nos falta madurez política o más exactamente, nos falta una mayor formación política para contar con una conciencia crítica. Todos criticamos los politiqueros, pero todos caemos ingenuamente en sus estrategias. Sabemos de antemano que los discursos populistas son siempre engañosos, pero de narices nos vamos directo al hoyo. Ya hemos comprobado que los colores con los que se visten no son pieles naturales sino vestidos que cambian según conveniencias al mejor estilo camaleónico. El pueblo ingenuo matándose por defender y elegir una causa X o Y, y resulta que el tal personaje, una vez electo, abandona literalmente la causa, se voltea, se vende, renuncia al cargo, deja abandonadas sus huestes. Repetimos la historia.

Aprovechemos inteligentemente esta jornada electoral para ejercer democráticamente nuestros derechos. Hagámoslo con seriedad y conciencia. Actuemos auténticamente y no arrastrados por la corriente. Puede ser que ganemos, puede ser que perdamos. Lo importante es que fuimos nosotros mismos y no lo que otros dijeron que teníamos que ser. ¿De acuerdo?

jueves, 13 de febrero de 2020

Vigía: ¿cuál caja negra?


Por John Marulanda*

Coronel John Marulanda
Un amigo, profesor universitario, reclama que Gallup es una multinacional cuyas estadísticas favorecen los intereses del imperio y que, por eso, siempre coloca a los militares como la institución de mayor confiabilidad de los colombianos. La Universidad del Rosario aplicó una encuesta sobre lo que piensan los jóvenes entre 18 y 32 años. Y según los resultados, las entidades de las que más se fían, son sus universidades. Fuera de su mundo, las instituciones formales en las que mayormente confían son las fuerzas militares, seguidas por la Iglesia. En las que menos creen: el congreso, el presidente y los jueces.

Paralelo con lo anterior, un articulista escribió sobre “Militares e identidad”, tesis doctoral de un oficial naval retirado la cual, al decir del columnista “nos abre por primera vez la ‘caja negra’ y nos permite conocer y quiénes son y qué piensan los militares del país”. El cronista, que se dice conocedor del tema, confunde armas con fuerzas y el documento de la Javeriana, excluye suboficiales y tropa, cuatro quintas partes de la milicia, perpetuando el desueto esquema federiciano del clasismo organizacional del siglo 18, que le entrega a la oficialidad ‒nobleza del despotismo ilustrado‒ la patente del pensamiento castrense. Mucho han cambiado las cosas desde entonces, aunque los militares continúan cumpliendo una responsabilidad social muy especial que los obliga a vivir en cuarteles, obedientes y disciplinados en medio de armas, sometidos a rituales y simbolismo milenarios y obligados a enfrentar riesgos inminentes, so pena de la deshonra y el castigo penal por cobardía.

Lo interesante es que la encuesta estudiantil, al tenor de la de Gallup, recaba que los militares en Colombia sí están en el corazón de los colombianos mientras políticos y jueces permanecen en el subsuelo de la confianza nacional. Es ese sentimiento popular y no el desempeño político, lo que mantiene la moral de nuestros soldados, a pesar de los malabares sofistas de parlamentarios para presentarlos como genéricos violadores de los derechos humanos, asesinos de niños y potenciales dictadores.

Definir los militares como gueto, hoy en día es maledicente. Las puertas del ejército bicentenario están abiertas para quien quiera adentrarse en la complejidad vocacional, emocional y espartana, de una institución con derechos civiles castrados, sin voto y sin posibilidad de agremiación o sindicalización. Hablar, pues, de una “caja negra”, tiene cierto sabor a menosprecio y ofensa, que nos toca a los retirados, a los reservistas.