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viernes, 16 de abril de 2021

Cuando uno se vuelve viejo

José Leonardo Rincón Contreras
José Leonardo Rincón, S. J.*

Hoy cumple 94 años Benedicto XVI, según dicen, el Papa más longevo de la historia. Su secretario privado cuenta que el mismo Josef Ratzinger está muy sorprendido de haber vivido tanto y de cuán largo ha sido el camino entre su renuncia al pontificado y la puerta al cielo. Este hecho inspira las líneas que quiero compartirles.

Una larga vida se considera por muchos, incluso en la tradición bíblica, como una bendición. Sin embargo, a algunos todavía sorprende que haya personas que superen con creces la media de edad poblacional. Mi mamá, por ejemplo, tiene 93 y tengo un tío con 102. No es para admirarse. Los entendidos afirman que esa es la tendencia. Incluso, leí el otro día, se dice que los que nacen hoy llegarán a superar el siglo, ¡qué barbaridad!

Me parece que el asunto no es vivir mucho, sino en qué condiciones llega uno a la así llamada tercera edad. Y en eso, la paradoja de la vida parece ser injusta: cuando eres joven tienes vitalidad, energías, pero eres inexperto y cuando eres mayor tienes la sabiduría acumulada por la experiencia, pero las fuerzas te faltan. No sé cómo llamarlo, si tragedia o cierta y dura realidad.

Cuando uno es joven, cree que así va a estar toda la vida. Es arrogante y presumido. No sabe de los avatares existenciales y quiere dominarlo todo. Nunca piensa en la vejez y muchas veces mira con indiferencia o desdén a los viejos. Y si bien es verdad que la juventud, más que una etapa de la vida es una actitud ante la misma, la realidad también es que por más actitud que haya, el organismo se deteriora y es cada vez menos. Dolorosa e ineludible realidad.

Del Papa Benedicto dice hoy la noticia que por primera vez pasará solo pues ha fallecido su hermano y no tendrá el agasajo de sus paisanos alemanes. Será una celebración sobria para alguien que se siente ya cansado y débil. Inmediatamente me acordé de una frase que mi madre me dijo a modo de desahogo hace unas semanas: todas mis hermanas se fueron adelante y me dejaron sola. Casos similares podría citar por decenas. Y dije para mis adentros: cuando uno se va volviendo viejo, qué dura debe ser la sensación de quedarse solo, de ver que sus familiares y amigos se van muriendo uno a uno. Qué duro sentir un cuerpo que no responde, unas fuerzas que no se tienen, una memoria que no funciona, enfermedades que agobian, medicinas que se multiplican, vista y oído que fallan, estorbo que se vuelve.

Hay que prepararse para esa irreversible realidad, por cierto, que llega más pronto de lo que uno se imagina. ¿Para qué vivir muchos años sin calidad de vida? ¡Mejor morirse! Lo he pensado muchas veces. La cuestión está en que eso no depende de uno. Ni en uno está el definir cómo va a ser aquello y, menos aún, planear cómo afrontarlo. No lo sabemos. Por eso, en tanto eso ocurre: ¡carpe diem! La vida es bella, única, irrepetible. Y hay que vivirla a plenitud cada instante, de modo que, llegado el momento, sea cual fuere, uno pueda sentirse satisfecho y en su balance diga: ¡valió la pena haber vivido!

viernes, 10 de enero de 2020

Una película para ver: "Los dos Papas"


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Ya lo sé: se han escrito muchos artículos sobre la exitosa película de Netflix y este, uno más, no va a superarlos. No pretendo eso, solo comentar con ustedes, mis fieles amigos, cuál es mi personal apreciación sobre esta cinta que apenas pude ver en estos días, pero que ha cautivado medio mundo desde hace varias semanas.

Déjenme decirles que la disfruté a tope, de comienzo a fin. Ya había oído decir que era muy buena y ciertamente lo es. Incluso, algunos amigos la habían visto dos y tres veces y es verdad que vale la pena repetirla. Está muy bien lograda cinematográficamente hablando. Y uno se compenetra tanto con la historia, que termina emocionándose igual, ya por los momentos jocosos, ya por los que desgranan lágrimas, ya por los que suscitan expectante ansiedad.

Y es que los dos actores protagonistas, en realidad derrochan calidad artística al asumir con tanta propiedad los papeles. Debieron gastarse horas analizando a sus personajes para poder imitarlos a la perfección. Y el director, de quien me dicen que no es creyente, demuestra, sin embargo, un conocimiento profundo y bastante veraz de que allí se escenifica, una temática compleja, que en algunos casos requiere rigor histórico, aunque deliberada y explícitamente se advierta que si bien está basada en hechos reales, no es una película estrictamente histórica, cosa que nadie duda: el libreto se mueve sobre un encuentro ficticio entre Benedicto XVI y el cardenal Bergoglio, quien resultará elegido su sucesor.

Los Papas, tan bien encarnados, muestran plenamente su lado humano y, ese, es el mayor logro de la película. La disciplina germana y la espontaneidad latina. Las convicciones profundas de cada uno que brotan de sus genuinas y diametralmente opuestas experiencias. No faltará el fino humor en medio de las divergencias conceptuales. Se evidencia el talante auténticamente honesto de cada uno, con sus particulares reicidumbres, combinadas también con la capacidad de dejarse interpelar, cambiar de parecer cuando la realidad se impone y también de pedir perdón por los errores.

La temática, en su eje vertebral, pretende mostrar las dos caras reales de la Iglesia: una, heredera del glorioso cesaropapismo, arraigada firmemente en la inamovible ortodoxia milenaria que tuvo su culmen en el Concilio Vaticano I y, otra, de reciente cuño, producto de la transformación eclesial que generó el Concilio Vaticano II y, particularmente dos de sus Constituciones: Lumen Gentium y Gaudium et spes.

En realidad, más allá de las “alas” teológico-ideológicas que pueda obviamente la Iglesia tener corporativamente hablando, lo que prima o debería primar es la fuente misma, esencial e irrefutable del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, patrón y referente indiscutible que, institucionalmente, se traduce como organización en la Iglesia, una entidad realmente humana con lo que eso connota de santa y pecadora, casta-meretriz.

La lluvia de críticas no ha amainado. La mayoría son felizmente laudatorias, pero no falta el comentarista destemplado, laico o clérigo, que sienta que esta película vulnera la imagen del Santo Padre pues favorece la imagen de uno y juzga duramente al otro (según el sesgo, se dirá cuál es cuál, a conveniencia). El hecho es, como dice el teólogo brasileño Leonardo Boff, que ni Benedicto pasa la barrera de su comportamiento flemático, ni Francisco puso a bailar tango a Benedicto. Eso hace parte de la versión ficticiamente novelada.

Dejo aquí por ahora para decirles que, si no la han visto, se animen a verla. Y si quieren, por esta misma tribuna, pueden escribir sus valiosos comentarios. Yo por lo menos, quedé muy feliz de verla y estoy absolutamente seguro de que bien valió la pena dedicar estas dos horas de cine constructivo. Creo yo que es más y mayor el bien que ha hecho, que las aisladas inexactitudes que haya podido tener.

viernes, 3 de enero de 2020

¿Quién dijo que éramos perfectos?


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
La fuerte reacción que tuvo Francisco con la mujer que lo tiró del brazo, en la noche del 31 de diciembre, mientras saludaba a la multitud en la Plaza de San Pedro, se hizo viral en las redes sociales y dio ocasión para múltiples comentarios, muchos de ellos negativos.

El Papa, por su afán de estar físicamente cercano a la gente, corre el riesgo de ser agredido. Le pasó a Juan Pablo II en el atentado de mayo de 1981, le pasó a Benedicto XVI cuando en plena entrada procesional un hombre se abalanzó sobre él y ahora a Francisco con una mujer que, en su emocionado afán de saludar a tan singular personaje, lo agarra fuertemente para no dejarlo ir en el preciso momento en que hace el gesto de dirigirse al otro lado de la muchedumbre. El problema fue el brusco movimiento que hace tambalear al Pontífice y mostrar en su rostro el fuerte dolor que le produjo. La mujer lo sigue agarrando con fuerza y él reacciona muy disgustado dándole dos palmadas con su otra mano para que lo suelte. Al retirarse se le ve visiblemente descompuesto.

Los comentarios que he leído van desde la imprudencia suya al acercarse tanto a la gente, la pasividad de los guardas que lo acompañan que no han estado en actitud preventiva, la crítica a la mujer por atrevida con una persona que ya pasa de 83 años y sufre de varios quebrantos de salud, hasta los que condenan enérgicamente a Francisco y se escandalizan porque dizque tan buen hombre, tan tierno, tan pacífico, haya reaccionado violentamente con esta persona y aprovechan la ocasión para drenar su veneno anticlerical para exponer nuevamente todos los pecados eclesiales y abjurar de la fe.

Francisco, a la mañana siguiente, ha pedido públicamente perdón por su gesto de impaciencia. Parece que a muchos no suficiente.

Personalmente, creo yo, el Papa se expone demasiado. Pero no va a cambiar. A su guardia de seguridad les ha pedido no interponerse a su afán de saludar de mano a los creyentes, alzar niños en sus brazos, besar enfermos, tomarse selfies, beber un mate, bromear… Lo de la noche del 31 fue un suceso aislado e infeliz que ha sido explotando mediáticamente. El amplio horizonte de miles de gestos hermosos se empaña por el punto negro de su humana reacción absolutamente espontánea. A ver ¿quién dijo que el Papa era perfecto?

Lo digo como sacerdote y le consta a mis amigos y a la gente con la que pastoralmente me encuentro y les digo: somos seres humanos, sentimos como todos, nos reímos, lloramos, sufrimos, nos alegramos, también nos da rabia, tenemos tentaciones, nos equivocamos, caemos, fallamos. ¿Quién dijo que éramos perfectos? La gente nos pone en un pedestal demasiado alto, nos considera seres espirituales, casi perfectos y no. La verdad es que seguimos siendo humanos. Ni el mismísimo Jesucristo se escapó de esta realidad al asumir nuestra condición humana. También el Hijo de Dios se le perdió a sus papás, les respondió de manera desconcertante, se puso energúmeno en el templo, peleó con los fariseos… Lo digo no para justificarnos, sino para que entendamos dos cosas con absoluta claridad: primera, somos humanos y podemos fallar. Segunda, no seamos tan crueles e injustos olvidando la mayoría de las acciones buenas para condenar por un acto aislado y desafortunado.

¡Un feliz 2020 para todos!