viernes, 3 de enero de 2020

¿Quién dijo que éramos perfectos?


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
La fuerte reacción que tuvo Francisco con la mujer que lo tiró del brazo, en la noche del 31 de diciembre, mientras saludaba a la multitud en la Plaza de San Pedro, se hizo viral en las redes sociales y dio ocasión para múltiples comentarios, muchos de ellos negativos.

El Papa, por su afán de estar físicamente cercano a la gente, corre el riesgo de ser agredido. Le pasó a Juan Pablo II en el atentado de mayo de 1981, le pasó a Benedicto XVI cuando en plena entrada procesional un hombre se abalanzó sobre él y ahora a Francisco con una mujer que, en su emocionado afán de saludar a tan singular personaje, lo agarra fuertemente para no dejarlo ir en el preciso momento en que hace el gesto de dirigirse al otro lado de la muchedumbre. El problema fue el brusco movimiento que hace tambalear al Pontífice y mostrar en su rostro el fuerte dolor que le produjo. La mujer lo sigue agarrando con fuerza y él reacciona muy disgustado dándole dos palmadas con su otra mano para que lo suelte. Al retirarse se le ve visiblemente descompuesto.

Los comentarios que he leído van desde la imprudencia suya al acercarse tanto a la gente, la pasividad de los guardas que lo acompañan que no han estado en actitud preventiva, la crítica a la mujer por atrevida con una persona que ya pasa de 83 años y sufre de varios quebrantos de salud, hasta los que condenan enérgicamente a Francisco y se escandalizan porque dizque tan buen hombre, tan tierno, tan pacífico, haya reaccionado violentamente con esta persona y aprovechan la ocasión para drenar su veneno anticlerical para exponer nuevamente todos los pecados eclesiales y abjurar de la fe.

Francisco, a la mañana siguiente, ha pedido públicamente perdón por su gesto de impaciencia. Parece que a muchos no suficiente.

Personalmente, creo yo, el Papa se expone demasiado. Pero no va a cambiar. A su guardia de seguridad les ha pedido no interponerse a su afán de saludar de mano a los creyentes, alzar niños en sus brazos, besar enfermos, tomarse selfies, beber un mate, bromear… Lo de la noche del 31 fue un suceso aislado e infeliz que ha sido explotando mediáticamente. El amplio horizonte de miles de gestos hermosos se empaña por el punto negro de su humana reacción absolutamente espontánea. A ver ¿quién dijo que el Papa era perfecto?

Lo digo como sacerdote y le consta a mis amigos y a la gente con la que pastoralmente me encuentro y les digo: somos seres humanos, sentimos como todos, nos reímos, lloramos, sufrimos, nos alegramos, también nos da rabia, tenemos tentaciones, nos equivocamos, caemos, fallamos. ¿Quién dijo que éramos perfectos? La gente nos pone en un pedestal demasiado alto, nos considera seres espirituales, casi perfectos y no. La verdad es que seguimos siendo humanos. Ni el mismísimo Jesucristo se escapó de esta realidad al asumir nuestra condición humana. También el Hijo de Dios se le perdió a sus papás, les respondió de manera desconcertante, se puso energúmeno en el templo, peleó con los fariseos… Lo digo no para justificarnos, sino para que entendamos dos cosas con absoluta claridad: primera, somos humanos y podemos fallar. Segunda, no seamos tan crueles e injustos olvidando la mayoría de las acciones buenas para condenar por un acto aislado y desafortunado.

¡Un feliz 2020 para todos!