viernes, 10 de enero de 2020

Una película para ver: "Los dos Papas"


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Ya lo sé: se han escrito muchos artículos sobre la exitosa película de Netflix y este, uno más, no va a superarlos. No pretendo eso, solo comentar con ustedes, mis fieles amigos, cuál es mi personal apreciación sobre esta cinta que apenas pude ver en estos días, pero que ha cautivado medio mundo desde hace varias semanas.

Déjenme decirles que la disfruté a tope, de comienzo a fin. Ya había oído decir que era muy buena y ciertamente lo es. Incluso, algunos amigos la habían visto dos y tres veces y es verdad que vale la pena repetirla. Está muy bien lograda cinematográficamente hablando. Y uno se compenetra tanto con la historia, que termina emocionándose igual, ya por los momentos jocosos, ya por los que desgranan lágrimas, ya por los que suscitan expectante ansiedad.

Y es que los dos actores protagonistas, en realidad derrochan calidad artística al asumir con tanta propiedad los papeles. Debieron gastarse horas analizando a sus personajes para poder imitarlos a la perfección. Y el director, de quien me dicen que no es creyente, demuestra, sin embargo, un conocimiento profundo y bastante veraz de que allí se escenifica, una temática compleja, que en algunos casos requiere rigor histórico, aunque deliberada y explícitamente se advierta que si bien está basada en hechos reales, no es una película estrictamente histórica, cosa que nadie duda: el libreto se mueve sobre un encuentro ficticio entre Benedicto XVI y el cardenal Bergoglio, quien resultará elegido su sucesor.

Los Papas, tan bien encarnados, muestran plenamente su lado humano y, ese, es el mayor logro de la película. La disciplina germana y la espontaneidad latina. Las convicciones profundas de cada uno que brotan de sus genuinas y diametralmente opuestas experiencias. No faltará el fino humor en medio de las divergencias conceptuales. Se evidencia el talante auténticamente honesto de cada uno, con sus particulares reicidumbres, combinadas también con la capacidad de dejarse interpelar, cambiar de parecer cuando la realidad se impone y también de pedir perdón por los errores.

La temática, en su eje vertebral, pretende mostrar las dos caras reales de la Iglesia: una, heredera del glorioso cesaropapismo, arraigada firmemente en la inamovible ortodoxia milenaria que tuvo su culmen en el Concilio Vaticano I y, otra, de reciente cuño, producto de la transformación eclesial que generó el Concilio Vaticano II y, particularmente dos de sus Constituciones: Lumen Gentium y Gaudium et spes.

En realidad, más allá de las “alas” teológico-ideológicas que pueda obviamente la Iglesia tener corporativamente hablando, lo que prima o debería primar es la fuente misma, esencial e irrefutable del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, patrón y referente indiscutible que, institucionalmente, se traduce como organización en la Iglesia, una entidad realmente humana con lo que eso connota de santa y pecadora, casta-meretriz.

La lluvia de críticas no ha amainado. La mayoría son felizmente laudatorias, pero no falta el comentarista destemplado, laico o clérigo, que sienta que esta película vulnera la imagen del Santo Padre pues favorece la imagen de uno y juzga duramente al otro (según el sesgo, se dirá cuál es cuál, a conveniencia). El hecho es, como dice el teólogo brasileño Leonardo Boff, que ni Benedicto pasa la barrera de su comportamiento flemático, ni Francisco puso a bailar tango a Benedicto. Eso hace parte de la versión ficticiamente novelada.

Dejo aquí por ahora para decirles que, si no la han visto, se animen a verla. Y si quieren, por esta misma tribuna, pueden escribir sus valiosos comentarios. Yo por lo menos, quedé muy feliz de verla y estoy absolutamente seguro de que bien valió la pena dedicar estas dos horas de cine constructivo. Creo yo que es más y mayor el bien que ha hecho, que las aisladas inexactitudes que haya podido tener.

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