José Alvear Sanín
Los resultados electorales de Chile han
obligado la reflexión de Petro: si en Chile con un mal gobierno —muchas veces
menos malo que el suyo—, el comunismo fue derrotado por amplísimo margen, en
Colombia el rechazo tendrá que ser aun más clamoroso. ¿Qué hacer, pues, para completar
la revolución?
Como para el Pacto Histórico las
elecciones no pueden ser como las chilenas, Petro puede pensar en hacerlas tipo
Honduras, donde el gobierno rechaza los resultados con alguna motivación
absurda y trata de quedarse..., pero como esa salida es tan arriesgada como
endeble, y la opción tipo Maduro resulta irrepetible, la única alternativa que
le queda es el autogolpe, para asumir todos los poderes y aplazar las
elecciones hasta alcanzar “la paz total”, previa reforma de la Constitución por
las vías de hecho.
Esa tentación es seductora: si se
aplazan los comicios, es previsible la felicidad de congresistas, gobernadores,
alcaldes, diputados y concejales, en un país donde no hay auténtica oposición.
Con todas las instituciones infiltradas, silenciadas y sobornadas, el autogolpe
podría darse, porque sería tolerado con la misma tácita aceptación con la que
la dirigencia política ha convivido con su gobierno, desde la corrupción
rampante, hasta el ejercicio presidencial de un individuo inscrito en la lista
Clinton, que, además, no será sancionado con la destitución prevista en el
Artículo 109 de la Constitución, por la más que comprobada extralimitación de
los topes.
A pocos meses de las elecciones de
Congreso, una vergonzante y fragmentada “oposición” en vez de rechazar al
candidato comunista, un monstruo moral y físico aterrador, se dedica a atacar
al único candidato capaz de ganar, mientras preparan el segundo Rodolfo, para
cohonestar con apariencias de democracia el triunfo electoral de la revolución.
Viendo la desunión y torpeza de la
oposición de los partidos, muchos piensan que el establecimiento político
prefiere al candidato comunista a la opción renovadora de un aspirante
independiente como Abelardo.
Esa actitud es inexplicable, a menos que
el establecimiento político y empresarial parta de la base de que el poder del
comunismo es total e irreversible, y que, en consecuencia, hay que llegar a
entenderse con ellos, “¡para que nos hagan pasito!”.
Esa disposición al acomodo, y la
resignación ante “lo inevitable” ya la padecimos durante el funesto proceso de
paz de Belisario Betancur, que llevaba el país al abismo con la participación
cómplice de los grandes agentes políticos y empresariales. Los pocos que
resistíamos por esos días el avance revolucionario, nos encontramos con el
mismísimo presidente del Sindicato Antioqueño de la época, que no ocultaba lo
que pensaba cuando sotto voce confesaba: A lo único que podemos
aspirar es a lo que “ellos” nos quieran dejar.
La reciente decisión del Centro
Democrático de escoger como candidata presidencial a una excelente senadora
(que no tiene un solo voto), indica hasta dónde los políticos tradicionales
persisten en la dispersión suicida de las fuerzas democráticas, repitiendo, ahora
con mayor culpabilidad que en 2022, la claudicación, porque Cepeda, así sea
sobrio, taciturno y amante de la música clásica, es peor que el dipsómano,
drogadicto y bufón actual.
Hacer creer al país que ahora estamos
enfrentando un candidato normal e inofensivo, “filósofo” de profesión, es el
camino más directo hacia el abismo.
El peligro que corremos es inmenso: el
gobierno, de consuno con el narcotráfico, dirige la subversión. Sus recursos
fiscales son inmensos. El Ejército está emasculado. Mas de la mitad de los
municipios está en poder de grupos criminales armados. Centenares de miles de
contratistas devengan del Estado sin trabajar. Los medios fletados ocultan la
verdadera situación económica y de orden público...
Sin hablar de la crisis de la salud,
todos estos hechos terribles serían ases en manos de la “oposición”, pero esta
prefiere el discurso anodino, las maniobras torticeras, el fuego amigo y las
candidaturas inofensivas, en lugar de preparar al país para la lucha en la
última y decisiva batalla... porque después de esta, la del 2026, ¡no habrá
otras!
***
Luigi Echeverri nos advierte que: “(...)
Chile no tiene ni la droga, ni los grupos armados narcoterroristas, ni el nivel
de corrupción, ni las Fuerzas Armadas maniatadas. Nosotros, sí, desde hace
rato. El sistema empresarial chileno luchó para evitar el cambio de modelo. No
les dejó eso a los políticos”.
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