martes, 23 de diciembre de 2025

¿Elecciones tipo Chile, Honduras o Venezuela?

José Alvear Sanín
José Alvear Sanín

Los resultados electorales de Chile han obligado la reflexión de Petro: si en Chile con un mal gobierno —muchas veces menos malo que el suyo—, el comunismo fue derrotado por amplísimo margen, en Colombia el rechazo tendrá que ser aun más clamoroso. ¿Qué hacer, pues, para completar la revolución?

Como para el Pacto Histórico las elecciones no pueden ser como las chilenas, Petro puede pensar en hacerlas tipo Honduras, donde el gobierno rechaza los resultados con alguna motivación absurda y trata de quedarse..., pero como esa salida es tan arriesgada como endeble, y la opción tipo Maduro resulta irrepetible, la única alternativa que le queda es el autogolpe, para asumir todos los poderes y aplazar las elecciones hasta alcanzar “la paz total”, previa reforma de la Constitución por las vías de hecho.

Esa tentación es seductora: si se aplazan los comicios, es previsible la felicidad de congresistas, gobernadores, alcaldes, diputados y concejales, en un país donde no hay auténtica oposición. Con todas las instituciones infiltradas, silenciadas y sobornadas, el autogolpe podría darse, porque sería tolerado con la misma tácita aceptación con la que la dirigencia política ha convivido con su gobierno, desde la corrupción rampante, hasta el ejercicio presidencial de un individuo inscrito en la lista Clinton, que, además, no será sancionado con la destitución prevista en el Artículo 109 de la Constitución, por la más que comprobada extralimitación de los topes.

A pocos meses de las elecciones de Congreso, una vergonzante y fragmentada “oposición” en vez de rechazar al candidato comunista, un monstruo moral y físico aterrador, se dedica a atacar al único candidato capaz de ganar, mientras preparan el segundo Rodolfo, para cohonestar con apariencias de democracia el triunfo electoral de la revolución.

Viendo la desunión y torpeza de la oposición de los partidos, muchos piensan que el establecimiento político prefiere al candidato comunista a la opción renovadora de un aspirante independiente como Abelardo.

Esa actitud es inexplicable, a menos que el establecimiento político y empresarial parta de la base de que el poder del comunismo es total e irreversible, y que, en consecuencia, hay que llegar a entenderse con ellos, “¡para que nos hagan pasito!”.

Esa disposición al acomodo, y la resignación ante “lo inevitable” ya la padecimos durante el funesto proceso de paz de Belisario Betancur, que llevaba el país al abismo con la participación cómplice de los grandes agentes políticos y empresariales. Los pocos que resistíamos por esos días el avance revolucionario, nos encontramos con el mismísimo presidente del Sindicato Antioqueño de la época, que no ocultaba lo que pensaba cuando sotto voce confesaba: A lo único que podemos aspirar es a lo que “ellos” nos quieran dejar.

La reciente decisión del Centro Democrático de escoger como candidata presidencial a una excelente senadora (que no tiene un solo voto), indica hasta dónde los políticos tradicionales persisten en la dispersión suicida de las fuerzas democráticas, repitiendo, ahora con mayor culpabilidad que en 2022, la claudicación, porque Cepeda, así sea sobrio, taciturno y amante de la música clásica, es peor que el dipsómano, drogadicto y bufón actual.

Hacer creer al país que ahora estamos enfrentando un candidato normal e inofensivo, “filósofo” de profesión, es el camino más directo hacia el abismo.

El peligro que corremos es inmenso: el gobierno, de consuno con el narcotráfico, dirige la subversión. Sus recursos fiscales son inmensos. El Ejército está emasculado. Mas de la mitad de los municipios está en poder de grupos criminales armados. Centenares de miles de contratistas devengan del Estado sin trabajar. Los medios fletados ocultan la verdadera situación económica y de orden público...

Sin hablar de la crisis de la salud, todos estos hechos terribles serían ases en manos de la “oposición”, pero esta prefiere el discurso anodino, las maniobras torticeras, el fuego amigo y las candidaturas inofensivas, en lugar de preparar al país para la lucha en la última y decisiva batalla... porque después de esta, la del 2026, ¡no habrá otras!

***

Luigi Echeverri nos advierte que: “(...) Chile no tiene ni la droga, ni los grupos armados narcoterroristas, ni el nivel de corrupción, ni las Fuerzas Armadas maniatadas. Nosotros, sí, desde hace rato. El sistema empresarial chileno luchó para evitar el cambio de modelo. No les dejó eso a los políticos”.