jueves, 4 de septiembre de 2025

Tinkunakama, o cuando las despedidas no son un adiós

Fredy Angarita
Fredy Angaritag

 “Y cuando mires el cielo por la noche, como yo viviré en una de ellas, como yo reiré en una de ellas, entonces será para ti como si rieran todas las estrellas. Tú solo tendrás estrellas que saben reír…”

No sé si recuerdan esta despedida, pero para mí es de las más hermosas que se han escrito. Pertenece a El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Y aunque es una despedida, no suena a final. Es una promesa envuelta en poesía, un "hasta luego" disfrazado de luz.

Pensé en esa frase mientras aprendía algo del quechua durante mi viaje a Perú. Me enseñaron que, al despedirse, muchos utilizan una palabra cargada de alma: Tinkunakama, que significa “hasta que nos volvamos a encontrar”.

El hilo invisible que une esta palabra con la frase de El Principito es que ambas nos invitan a entender la despedida no como ruptura, sino como transformación del vínculo. No se trata de soltar, sino de sostener desde otro lugar.

En español, la mayoría nos despedimos con un simple “adiós”, sin pensar mucho en lo que realmente estamos diciendo. Pero esta palabra no nació vacía: proviene del español antiguo, y significa literalmente “a Dios os encomiendo”.

Es decir:

·        A → indica dirección, entrega.

·        Dios → esa divinidad, ese misterio, ese algo más grande.

Y no estamos solos:

·        En francés, “Adieu” = A Dieu.

·        En portugués, “Adeus” = A Deus.

·        En catalán, “Adéu” = A Déu.

·        Incluso el inglés “Goodbye” proviene de God be with yeQue Dios esté contigo.

Con el tiempo, todas estas formas se fueron acortando, perdiendo su intención original, pero dejando un eco espiritual que aún vibra.

Aunque muchas de estas expresiones tienen raíces religiosas, hoy trascienden credos. Se usan sin pensar, sin pesar. Pero yo me sigo preguntando: ¿por qué cuando decimos adiós, sentimos esa punzada en el alma?

Quizás porque en lo profundo, nadie quiere decir adiós para siempre. Personalmente, no creo en las despedidas definitivas. El alma, como el río, cambia de cauce, pero sigue fluyendo. Los cuerpos se van, las palabras se apagan… pero hay miradas, abrazos, silencios, que siguen diciendo “aquí estoy”, incluso cuando ya no están.