jueves, 25 de septiembre de 2025

El precio de contar

Fredy Angarita
Fredy Angarita

No sé si conocen a esas personas que cuentan sus pasos, que enumeran las escaleras que suben, que ponen atención a cada cifra. Hoy lo hacen también los relojes inteligentes, nos dicen cuántos pasos damos, cuántas calorías gastamos, cuántas horas dormimos. Contar se volvió hábito, estadística, casi obsesión.

Y, de hecho, no es casualidad. Los estudios confirman que los niños aprenden primero a contar antes que a leer. El conteo surge como una habilidad temprana, espontánea, mientras que la lectura exige una enseñanza más estructurada (Gelman & Gallistel)[1]. En otras palabras, nacemos inclinados a medir el mundo en cifras.

Antoine de Saint-Exupéry lo retrata en El Principito. Cuando describe el asteroide B 612, nos advierte que los adultos solo prestan atención a los números, no preguntan por la voz, los juegos o la sensibilidad de alguien, sino por su edad, el sueldo del padre o el precio de la casa. Para ellos, lo esencial parece medirse en cifras.

Esa misma obsesión por contar, que en los niños es un juego y en los adultos una costumbre, en nuestra sociedad se ha convertido en un refugio cómodo, porque contamos, sí, … pero no actuamos.

Miremos el caso de la corrupción en Colombia:

* 3 billones de pesos al año es el promedio de recursos perdidos en casos comprobados entre 2016 y 2022, según Transparencia por Colombia.[2]

* Pero si sumamos lo que no se detecta o no llega a instancias judiciales, las pérdidas ascienden a cerca de 50 billones de pesos anuales.[3]

Y entonces, con la misma frialdad con la que miramos la pantalla de un reloj inteligente, repetimos esas cifras, las convertimos en noticia, en estadística, en historia que pasa. Pero… ¿qué podemos decir de la indignación? ¿Por qué la justicia tarda tanto en juzgar a los responsables? ¿Por qué hablamos de reformas tributarias una y otra vez[4], mientras el dinero que debería servir a todos se pierde en los bolsillos de unos pocos?

Quizás nos hemos vuelto adultos de El Principito, solo reaccionamos ante la cifra, solo decimos: “¡Oh, nos están robando!” cuando nos ponen el número frente a los ojos. Pero ese “oh” ya no alcanza.

El verdadero reto es no dejar que esos datos se pierdan en el pasado, como si fueran una estadística más. El reto es mirar más allá de las cifras y recordar que detrás de esos billones no hay solo dinero, hay hospitales sin médicos, escuelas sin libros, carreteras sin terminar, vidas truncadas.

Contar no basta, y si seguimos reduciendo la corrupción a simples estadísticas, entonces no seremos víctimas: seremos cómplices.

Cada elección que hacemos, o que dejamos de hacer, abre la puerta a quienes convierten la política en un botín. No es suficiente con indignarnos cuando vemos el número, hay que romper el ciclo desde la raíz, elegir mejor, exigir transparencia y no vender el voto por migajas. De lo contrario, esos billones seguirán siendo la estadística de nuestra resignación, la corrupción no nace sola, la sembramos cuando callamos, la regamos cuando votamos mal y la cosechamos cuando preferimos el silencio al cambio.

Coda:

“Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: ¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas? Pero en cambio preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado, jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: He visto una casa que vale cien mil pesos. Entonces exclaman entusiasmados: Oh, ¡qué preciosa es!”