Fredy Angarita
No sé si conocen a esas personas que cuentan
sus pasos, que enumeran las escaleras que suben, que ponen atención a cada
cifra. Hoy lo hacen también los relojes inteligentes, nos dicen cuántos pasos
damos, cuántas calorías gastamos, cuántas horas dormimos. Contar se volvió
hábito, estadística, casi obsesión.
Y, de hecho, no es casualidad. Los estudios
confirman que los niños aprenden primero a contar antes que a leer. El conteo
surge como una habilidad temprana, espontánea, mientras que la lectura exige
una enseñanza más estructurada (Gelman & Gallistel)[1].
En otras palabras, nacemos inclinados a medir el mundo en cifras.
Antoine de Saint-Exupéry lo retrata en El
Principito. Cuando describe el asteroide B 612, nos advierte que los
adultos solo prestan atención a los números, no preguntan por la voz, los
juegos o la sensibilidad de alguien, sino por su edad, el sueldo del padre o el
precio de la casa. Para ellos, lo esencial parece medirse en cifras.
Esa misma obsesión por contar, que en los niños
es un juego y en los adultos una costumbre, en nuestra sociedad se ha
convertido en un refugio cómodo, porque contamos, sí, … pero no actuamos.
Miremos el caso de la corrupción en Colombia:
* 3 billones de pesos al año es el promedio de
recursos perdidos en casos comprobados entre 2016 y 2022, según Transparencia
por Colombia.[2]
* Pero si sumamos lo que no se detecta o no
llega a instancias judiciales, las pérdidas ascienden a cerca de 50 billones
de pesos anuales.[3]
Y entonces, con la misma frialdad con la que
miramos la pantalla de un reloj inteligente, repetimos esas cifras, las
convertimos en noticia, en estadística, en historia que pasa. Pero… ¿qué podemos
decir de la indignación? ¿Por qué la justicia tarda tanto en juzgar a los
responsables? ¿Por qué hablamos de reformas tributarias una y otra vez[4], mientras el dinero que
debería servir a todos se pierde en los bolsillos de unos pocos?
Quizás nos hemos vuelto adultos de El
Principito, solo reaccionamos ante la cifra, solo decimos: “¡Oh, nos
están robando!” cuando nos ponen el número frente a los ojos. Pero ese “oh”
ya no alcanza.
El verdadero reto es no dejar que esos datos se
pierdan en el pasado, como si fueran una estadística más. El reto es mirar más
allá de las cifras y recordar que detrás de esos billones no hay solo dinero,
hay hospitales sin médicos, escuelas sin libros, carreteras sin terminar, vidas
truncadas.
Contar no basta, y si seguimos reduciendo la
corrupción a simples estadísticas, entonces no seremos víctimas: seremos
cómplices.
Cada elección que hacemos, o que dejamos de
hacer, abre la puerta a quienes convierten la política en un botín. No es
suficiente con indignarnos cuando vemos el número, hay que romper el ciclo
desde la raíz, elegir mejor, exigir transparencia y no vender el voto por
migajas. De lo contrario, esos billones seguirán siendo la estadística de
nuestra resignación, la corrupción no nace sola, la sembramos cuando callamos,
la regamos cuando votamos mal y la cosechamos cuando preferimos el silencio al
cambio.
Coda:
“Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: ¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas? Pero en cambio preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado, jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: He visto una casa que vale cien mil pesos. Entonces exclaman entusiasmados: Oh, ¡qué preciosa es!”

