Luis Guillermo Echeverri Vélez
Fortaleza
y solidaridad ante el dolor de la injustica a su familia. El senador de la
República y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay no murió, lo
asesinaron. Lo ocurrido es un crimen de Estado y un delito de lesa humanidad.
Todos vimos quien le disparó, pero las circunstancias de todo lo ocurrido
tienen un origen en el odio y el resentimiento de la violencia verbal que
vitorea desde el poder la impunidad como bien transaccional en favor de la
criminalidad.
El
mensaje es claro. Advertidos de muerte están quienes quieran ondear las
banderas de la legalidad, la justicia y la libertad. Advertidos están quienes
sigan la doctrina del hombre que por la vía democrática combatió al crimen
organizado en favor de los indefensos.
Despertemos
como sociedad, no es cuestión de una elección en manos de un tirano que ya sabe
cómo engañar al electorado y al sistema. Es cuestión de entender que el Estado
está constituido para proteger a los ciudadanos que cumplen sus obligaciones
legales y no a los delincuentes ni a las organizaciones criminales y
narcoterroristas, mucho menos a quienes a nombre del pueblo le imponen formas
autocráticas al ejercicio del poder.
La
importancia de Álvaro Uribe en este siglo sobrepasa la figura del “Gran
Colombiano”. Sus formas simples, amables y respetuosas, humildes, pero
frenteras y determinadas, tiene un significado tan grande como el de la verdad
en la libertad de los seres humanos.
En
su concepción ideológica y en los resultados de su obrar como estadista,
gobernante y figura pública siempre respetuoso de la ley, de la justicia y
combatiente del crimen y las injusticias, se encarna un “demócrata integral” y
es ahí donde radica el valor que él y su doctrina representan para el ejercicio
de la política en democracia y para el progreso de Colombia y de todos los
países de la región.
El
legado de Uribe es prueba de que no hay causa perdida en función del progreso
mientras haya servidores públicos con vocación ética, dispuestos a luchar
contra la pérdida de valores que para nuestras sociedades representa hoy el mal
llamado “progresismo”, así en esa lucha haya que dejar la vida por la patria
como lo ha hecho Miguel Uribe Turbay, un joven valiente determinado a servir a
su país.
Uribe
simboliza la confianza del bien común que pretende la participación democrática
en el debate ideológico enmarcado en legalidad. La simpleza y el poderío de su
doctrina están respaldados por un legado que, aún atropellado por la injusticia
y la violencia, le agrega al patrimonio moral de la nación y a toda una
Latinoamérica que lo admira y respeta.
Como
es lógico el poderío de su verdad despierta la envidia y el odio propios de
quienes lo resienten a falta de facultades para obrar de forma correcta.
Por
ello parte Miguel Uribe asesinado, y por eso hoy Álvaro Uribe es víctima de
quienes tienen que apelar a la mentira y al engaño como única forma de
sobresalir a costa de la verdad, de causarle un mal a los demás, a la patria y
sin duda al pueblo indefenso que aducen representar desde su usurpación de los
poderes del Estado.
Hoy
se suma a las manifestaciones de las mayorías que marcharon el pasado jueves 7
de agosto, el dolor de la nación colombiana por la pérdida de uno más de los
héroes de la patria a manos de este narcoterrorismo criminal auspiciado por el
Estado colombiano.
Hoy
se nos revive el terror a todos los colombianos que sufrimos la violencia de
los 80 y los 90 y que hoy volvemos a revivir el miedo que causa la indefensión
y la pérdida de un valiente, de un padre, de un hermano y un hijo que vio
partir a su madre a manos de la misma calaña de asesinos que hoy dominan la
nación.
Hoy
estamos todos puestos a prueba. Debemos resolver con valor si aún somos una
sociedad consciente, pensante y sensible que está harta de la politiquería, del
clientelismo y la corrupción, del narcotráfico, la violencia, la inseguridad y
el abuso de poder, o si vamos a seguir jugando con la impunidad que solo causa
muerte.
Hay
que pensar con humildad en la razón por la cual seguimos consintiendo la
politiquería clientelista y corrupta, la figuración mediática inmerecida, el
enriquecimiento personal o el desfogue de odios y resentimientos, y no le damos
la importancia que tienen la legalidad, la ética y la moral, en la formación y
ejecución de políticas públicas entendidas como forma de consolidación de la
convivencia y el bienestar social.
Sentenciar
al presidente Uribe y asesinar a quien pueda representar su doctrina en la
conducción del Estado era un trofeo buscado por sus opositores, por quienes se
han valido de su bondad para llegar al poder, y por la arrogante mamertería de
una oligarquía que hoy se abraza bajo el disfraz del progresismo, con la impune
cleptocracia emergente que nos gobierna, para tapar la degeneración
institucional y personal en la que ha caído el ejercicio del poder en Colombia.
La
doctrina de la seguridad democrática es la encarnación de la única esperanza de
recuperar la democracia. Como sociedad debemos ser capaces de capitalizar el
fracaso de la mal llamada y falsa izquierda que no es más que la mezcla de
odios ciegos, resentimientos, envidias, incapacidades de muchos ingenuos e
ignorantes que operan bajo la guía de un puñado de figurines macabros que solo
entienden de politiquería, de clientelismo, de corrupción y de violencia física
y verbal, y que llevan al pueblo engañado al matadero con discursos cargados de
la dialéctica ideológica del comunismo asesino.
La
muerte de Miguel Uribe y la privación injusta de los derechos de Álvaro Uribe,
no mengua la libertad con que su espíritu transita por el camino de la verdad y
la corrección amparado por la solidez de sus convicciones.
Por
el contrario, lo ocurrido impide que sus ideas sean destruidas. Ambas
injusticias inmortalizan el legado de grandeza respaldo en los hechos y logros
que componen una doctrina democrática de profundo contenido social, distante de
la politiquería y enmarcada en los corazones y en el entendimiento de las
personas bien criadas y que mamaron principios y valores éticos dentro de
nuestra sociedad.
Uribe
es un verdadero guerrero de la libertad y la justicia social que, al igual que
Miguel Uribe proviene de una base liberal honrada y honorable. Ambos, uno en
nuestros corazones y el otro desde la eternidad, representan la esperanza de
sana convivencia dentro del marco de la legalidad y sin que ello mengüe para
nada su apego al orden, al deber ser, a la corrección en el obrar.
Es
hora de que esta sociedad siga con total determinación el ejemplo de Uribe,
quien ha combatido frontalmente el crimen, el clientelismo politiquero y la
mediocridad, siempre defendiendo al sector productivo y a toda la condición
emprendedora del ciudadano colombiano, sea este empleado o empleador, de quien
ha combatido sin tregua todas las actividades ilícitas e ilegales empezando por
la droga y el terrorismo y sus nocivos efectos en la sociedad.
Llegó
el momento, hoy en 2025 y no en 2026, de que no se permita que el Estado siga
engañando al país, patrocinando el crimen y azuzando delincuentes para que
eliminen a sus opositores políticos. No permitamos que se siga abusando del
significado y la importancia que tiene el ideal de la paz en favor de la
impunidad criminal.