De visita en Manizales, la ciudad de las
puertas abiertas, estuve en el colegio San Luis Gonzaga, el último de los
grandes colegios en ciudades capitales, fundado por los jesuitas en 1954, a
pesar de que desde comienzos del siglo pasado ya habían hecho presencia con
residencia y templo.
Vi la galería de rectores y creo que ya estoy
mayorcito porque los conocí prácticamente a todos: desde Roberto Martínez, el
primero, hasta Aurelio Castañeda, el actual. Y paseando por sus enormes
instalaciones que honran muy bien la falduda por no decir quebrada tierra
caldense, porque hay que subir y bajar y volver a subir para volver a bajar,
fui haciendo homenaje a esa docena de hombres que a su paso dejaron huella… esta
capilla la hizo Jaime Salazar, el coliseo lo construyó Horacio Botero, fue Luis
Carlos Herrera quien hizo el preuniversitario, y así… cada rincón, cada
edificio, expresa el celo jesuítico de cada uno de ellos por buscar siempre lo
mejor para las familias y sus estudiantes.
La emoción me embarga porque la última vez que
vine, buena parte de su edificio central estaba vacío y lúgubre, y el resto de las
instalaciones, aunque bien conservadas parecían condenadas a desparecer. Habían
dado acogida a 1700 alumnos y en aquel momento 700 descendiendo, entre otras
cosas porque la tasa de natalidad en la capital de Caldas en cuestión de 30
años bajó de tener 6.5 hijos promedio por familia a menos de uno hoy día. Sin
embargo, hoy tiene más de mil estudiantes que ayer regresaron a formarse con
una alegría similar a la de un carnaval.
Mas este colegio, en sus 70 años de historia,
ha luchado por supervivir y lo ha logrado cuando ya estaba en los estertores
finales. De hecho, a finales de los 70, un ejercicio de planeación lo había
condenado al cierre, pero el rector que vino a cumplir la tarea concitó a los
padres de familia y la institución pudo recuperarse y salir adelante. Y ahora,
cuando la espada de Damocles está sobre las testas de cientos de colegios
privados en todo el país, este coloso, ha logrado lo imposible: su planta
física lejos de abandonarse se renueva y embellece: la horrorosa explanada de
arena que dizque era la cancha de fútbol, ahora está vestida de verde
sintético, con pista de atletismo, graderías y el balcón de una modernizada
cafetería; su coliseo de rústicas y frías escalinatas de cemento para sentarse
cuenta con cómodas sillas individuales como en los mejores escenarios
deportivos. El alegre colorido de la pintura de sus edificios los hace ver
jóvenes. Hay obras por todo lado y la positiva energía habla de que está más
vivo que nunca.
Pero no es lo arquitectónico lo único que
cautiva, la innovación pedagógica se ha hecho presente. La oferta educativa
abarca desde el año y medio que tienen los caminadores hasta los que se
aprestan a entrar en la universidad. El humanismo es la vocación basal y el
bilingüismo la opción por convicción. La auténtica formación integral permea
todo el currículo, de modo que cualquier manizaleño que quiera crecer
armónicamente en todas sus dimensiones: espiritual, cognitiva, afectiva,
sociopolítica, estética, corporal, etcétera, encuentra allí espacios para
lograrlo. Me consta, por ejemplo, que cuentan con una banda musical preciosa
que nos ha deleitado con conciertos de lujo. Y los resultados del Icfes lo
ubican como el primer colegio de Calendario B tanto en la ciudad, como el
departamento y en el ámbito nacional, entre los colegios que tiene la Compañía
de Jesús. Lo administrativo-financiero se ha organizado al detalle. Por donde
se le mire, el colegio está en el top de sus pares y todo gracias a un rector
líder que cuenta con un equipo cualificado de profesionales de la educación que
creen y aman con pasión lo que hacen.
Hay un colegio en Manizales que tiene mucho qué
ofrecerle a la calidad educativa de nuestro país y se llama San Luis Gonzaga. ¡Congratulaciones!