jueves, 7 de agosto de 2025

Cuando desaparecen los rituales

Fredy Angarita
Fredy Angarita

Después de que Byung-Chul Han ganara el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, su nombre volvió a ocupar titulares, búsquedas y vitrinas. Se le reconoce por su crítica lúcida al capitalismo digital, la sociedad de la transparencia y la autoexploración del sujeto contemporáneo.

Una búsqueda rápida en Google arroja lo siguiente:

·        10 claves para conocer su pensamiento

·        Un repaso a su filosofía

·        Todos los libros de Han

·        Lo mejor de Byung-Chul Han

Y, claro, una joya:

·        Un filósofo que vende, pero no convence

La pensadora María Zambrano lo comparó con otra galardonada del mismo premio: “Byung-Chul Han es a la filosofía lo que J.K. Rowling es a la literatura contemporánea: alguien que escribe bien, que entretiene, que ha creado un universo que engancha… pero hasta ahí.”[1]

Incluso el librero y crítico Juan José Gaviria, desde la revista Nueva Generación, se une al fenómeno con humor: "Nos han robado más de sesenta ejemplares este año. No sé si es por culpa del neoliberalismo —como él dice—, pero parece que lo roban ladrones que no leen. Lo hacen por moda, por auge.”[2]

Con todo ese ruido en el aire, decidí volver a leer tres de sus ensayos:

·        Hiperculturalidad (2018)

·        Capitalismo y pulsión de muerte (2019)

·        La desaparición de los rituales (2020)

Este último volvió a sacudirme. Han afirma que los rituales crean comunidad sin necesidad de comunicación directa. Son gestos que estructuran el tiempo, que cargan de sentido lo cotidiano. Pero en esta época de prisa, rentabilidad e inmediatez visual, esos gestos se están evaporando. Fue inevitable no pensar en Colombia.

Aquí los rituales no han desaparecido del todo, pero sí su sentido profundo. El acto persiste; el significado se diluye. Y en medio de esa reflexión me encontré pensando en Sofía Ospina de Navarro (Medellín, 1892–1974)[3], una figura que hoy muchos han olvidado, pero que fue pionera en su época: escritora, periodista, conservadora en sus formas, pero audaz en su voz.

Sofía descansa desde 1984 en la Parroquia San José, en Medellín. Y no es coincidencia que, al hablar de rituales, la traiga a esta conversación. En su libro La abuela cuenta[4], escribió sobre la pérdida de los ritos. Documentó algunos, dejó otros entre líneas, y desde su mirada tejió con palabras lo que Han lamenta como perdido. En este mes de junio, cuando se cumplen 51 años de su fallecimiento, quisiera unir ambas miradas en algunos puntos esenciales:

Presencia del rito vs desaparición del rito

Sofía celebra los pequeños gestos del día a día: el rezo en voz baja, el chocolate servido a las cinco, el duelo con luto verdadero. Han, en cambio, nos advierte cómo esos mismos gestos han sido vaciados de su peso simbólico.

Memoria y transmisión vs olvido digital

Ospina de Navarro encarna la oralidad como archivo vivo. Cada historia de abuela es un acto de resistencia frente al olvido. Han observa cómo la tecnología convierte esa transmisión lenta en ruido continuo.

Tiempo cíclico vs tiempo acelerado

En Sofía, la repetición no es tedio, sino ancla. El tiempo era un espacio habitable. Para Han, la aceleración moderna nos desarraiga y nos vuelve esclavos del rendimiento.

Comunidad vs individualismo

La abuela cuenta es la metáfora viva de la comunidad. A través de su lenguaje, su cocina, sus historias, se tejen vínculos. Justo lo que Han denuncia como disuelto por la lógica del yo-marca, del yo-mercado.

La abuela cuenta es más que un libro: es un espejo retrovisor de un mundo que Han llora como perdido. Un universo en el que los gestos eran lenguaje, el tiempo no era enemigo, sino morada; el texto de Sofía no es simple nostalgia, es testimonio. Testimonio de que alguna vez existió un orden simbólico donde el dolor tenía velorio, el amor tenía espera, la comunidad tenía palabra.

Mientras pensaba en estos paralelismos, la política nacional me devolvió al presente.

En Colombia, como en muchos otros lugares, la política ha sido colonizada por la IA, likes, reels, frases diseñadas para viralizarse. El debate se reemplaza por el clip, la protesta por el trend. El ritual democrático se diluye entre la rabia, la indiferencia y el hastío.

Una frase que escuché recientemente me golpeó: "La democracia colombiana ya no sabe hablarse a sí misma." Perdimos los gestos que nos unían, cada ciudadano convertido en marca, enemigo o estadística. Eso es lo que pasa cuando desaparecen los rituales: también desaparece la comunidad. Quizá aún haya tiempo, tiempo para recuperar los símbolos, tiempo para volver al gesto compartido, tiempo para reconstruir lo lento, lo humano, lo que nos nombra pueblo.

Como decía Marañas —entre bobo y filosófico— al ver encenderse por primera vez el alumbrado público en Medellín: “Te fregaste, luna… alumbrar a los pueblos.”

Ojalá no perdamos esa luz.