Fredy Angarita
En una ciudad donde el rebusque se volvió
costumbre, casi una moda, hablar del trabajo informal no es ajeno. Según cifras
recientes del DANE, en Colombia el 57,2 % de las personas trabajan en la
informalidad. En Medellín, esa cifra es del 39,1 %. Y basta con caminar unas
cuadras para entender lo que dicen los números: vendedores ambulantes,
carretilleros, artistas callejeros, acróbatas de semáforo, músicos en buses,
vendedores de confites y frutas en cosecha.
Muchas veces escucho frases como: «Conozco
gente que vive de eso y gana más que muchos con salario fijo», «Lo bueno
es que manejan su horario», o incluso: «Hay gente pidiendo limosna que
tiene casa propia».
Pero al margen de los prejuicios, yo los veo
como verdaderos genios del día a día. Vi una vez a alguien que pasó de vender
libros a paraguas en cuestión de minutos, apenas comenzó a llover. Eso no es
suerte, eso es inteligencia adaptada. Admiro profundamente a quienes se montan
a un bus con un violín, con una guitarra, con una voz que se atreve. A los que
ofrecen productos bajo el sol o la lluvia, sin garantía alguna, sin horario ni
descanso, a los jóvenes y viejos que salen a la calle a inventarse un ingreso… ¿Dónde
están ellos en la reforma laboral?
De los 77 artículos que han propuesto, y los 70
aprobados, ninguno los menciona, como si no existieran, como si no hicieran
parte del país real. Sí, tal vez hoy logran ganarse el sustento. Pero ¿qué pasa
con su salud, su vejez, su derecho a descansar? No sería mala idea empezar a
pensar en ellos y más que pensar, incluirlos.