Saludos desde Armenia. Me
volé estos días para darle oxígeno a mi ser de cura. Y no fue propiamente en
plan de vacaciones para disfrutar de estos paisajes cafeteros que son realmente
paradisíacos, sino que vine invitado por las hermanas Esclavas de Cristo Rey a
dar ejercicios espirituales a un grupo de 35 religiosas de diferentes
comunidades que trabajan en esta región.
Me siento como pez en el
agua. Me hice cura y jesuita para disfrutar de estos espacios de trabajo
pastoral. De hecho, mi oxígeno semanal me lo da la celebración eucarística en
nuestro templo los domingos y cuando tengo la capellanía con las hermanas Bethlemitas.
Y no es que no disfrute lo demás que hago, pues al fin y al cabo han sido
décadas enteras al servicio de la educación y en roles de corte administrativo,
pero es verdad que donde más me siento sacerdote y jesuita es en estos dos
ministerios: dando ejercicios espirituales y celebrando los sacramentos con la
gente.
Fue en la celebración de la
eucaristía donde nació mi vocación. Tendría cinco años cuando sentí ese llamado
a ser como ese padre que celebraba la misa. Y como nos ha pasado a tantos, el
“jugar” de niño a celebrar la misa en casa era toda una pasión que, por cierto,
me alcahueteaba mi mamá a quien le exigía estar atenta y devota al rito que
estaba adelantando. ¿Se imaginan ustedes lo que significó para mí, a la vuelta
de los años, ver convertido el sueño en realidad?
Ya miembro de la Compañía de
Jesús, después de vivir los Ejercicios Espirituales como los concibió Ignacio
de Loyola y que es la experiencia fundante y que nos moldea como jesuitas, sale
uno de esos 30 días de retiro y oración en total silencio con unas ganas locas
de compartir con otros tan maravilloso acontecimiento. Junto a mi maestro en el
arte de orar y dar ejercicios, Julio Jiménez, fui convenciéndome de eso, que el
tesoro de los jesuitas no son sus supuestas riquezas materiales sino esa
espiritualidad encarnada que transforma radicalmente la vida de muchos. Ya lo
decía el mismo maestro Ignacio: “Son todo lo mejor que yo en esta vida puedo
pensar, sentir y entender…”
De manera que uno como cura
jesuita de lo que más disfruta es ver cómo Dios actúa en las personas, cómo ese
espíritu de Dios se mueve realmente en el interior de ellas y las renueva, las
cambia, hace maravillas. Uno es apenas un instrumento. El que realmente hace la
obra es Dios y esas obras son monumentales obras cuando la persona se abre a su
acción y cual arcilla en manos de alfarero se convierte en obra de arte.
La espiritualidad, lejos de
ser rezos y ritos, es el desarrollo en uno de la dimensión trascendente. Una
autentica religión por eso no puede ser opio, porque la droga adormece,
paraliza, instala y finalmente destruye. La autentica religión moviliza,
dinamiza, construye, evoluciona, trasciende, hace crecer, engrandece. Y para
ayudar a que esto sea posible, para eso me hice cura y jesuita. Porque lo primero
es lo primero y todo lo demás es añadidura. Así de claro, así de simple.