viernes, 2 de mayo de 2025

Más allá del cónclave, los retos

José Leonardo Rincón, S. J.
José Leonardo Rincón, S. J.

Dentro de ocho días, muy seguramente, estaremos saludando al nuevo Papa. ¿Quién podrá ser? Esa es la ansiedad nerviosa, en algunos morbosa. Que si Parolín, que si Tagle, que si Zuppi, que si europeo, que si del tercer mundo, que si joven, que si viejo, que si progresista, que si tradicionalista..., encuentro humanamente razonables estas cábalas sobre los "papabiles". Sin embargo, tengo que confesarlo también, con toda libertad y verdad, creo en el Espíritu Santo, creo en la fuerza poderosa de la oración, creo que Jesús tuvo razón cuando le dijo a Pedro que "las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella", refiriéndose a su Iglesia. Es decir, también me asalta la expectativa y la curiosidad porque sobre los Cardenales recae una tremenda responsabilidad que va más allá de los personales intereses o posturas ideológicas. Es una decisión históricamente trascendental donde se juega el presente y futuro de la Iglesia y también del mundo.

Quien resulte elegido tendrá sobre sus hombros una muy delicada responsabilidad y es asumir los retos de un papado que, lejos de ser una figura de imperio medieval, es guía y referente espiritual para la humanidad entera. Francisco dejó la vara alta y no la puso fácil. Los retos son enormes y complejos. La Iglesia es madre misericordiosa, no madrastra regañona. Debe estar en salida, no encerrada en sacristías. Los pobres, los excluidos y descartados, los marginados de las periferias requieren atención preferente. Acogedora e incluyente, debe ser tienda de campaña en medio de un mundo en guerra, la casa de todos, todos, todos. Sus pastores deben oler a oveja, no ser funcionarios carreristas y cortesanos. El camino no es el de la jerarquía piramidal y burocrática sino el de la sinodalidad. El mundo es nuestra casa y hay que cuidarlo, todos somos hermanos y debemos respetarnos.

Con un panorama complejo y cargado de incertidumbres, la brújula debe estar bien puesta. No hay reversa, no hay marcha atrás. No creo que la gente anhele un modelo anterior. Se requiere un sumo pontífice sonriente, alegre, cercano, de lenguaje asequible, comprensivo y a la vez firme, flexible, pero sin negociar lo no negociable.

En una semana el mundo católico vuelve a la normalidad, pero con la decisión que el cónclave haya tomado se habrá definido el rumbo de la eclesial embarcación. Mi acto de fe es, pues, este: creo en el Espíritu Santo y estoy seguro de que no se equivoca. Amén.