José Leonardo Rincón, S. J.
Dentro de ocho días, muy
seguramente, estaremos saludando al nuevo Papa. ¿Quién podrá ser? Esa es la
ansiedad nerviosa, en algunos morbosa. Que si Parolín, que si Tagle, que si
Zuppi, que si europeo, que si del tercer mundo, que si joven, que si viejo, que
si progresista, que si tradicionalista..., encuentro humanamente razonables
estas cábalas sobre los "papabiles". Sin embargo, tengo que
confesarlo también, con toda libertad y verdad, creo en el Espíritu Santo, creo
en la fuerza poderosa de la oración, creo que Jesús tuvo razón cuando le dijo a
Pedro que "las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella",
refiriéndose a su Iglesia. Es decir, también me asalta la expectativa y la
curiosidad porque sobre los Cardenales recae una tremenda responsabilidad que
va más allá de los personales intereses o posturas ideológicas. Es una decisión
históricamente trascendental donde se juega el presente y futuro de la Iglesia
y también del mundo.
Quien resulte elegido
tendrá sobre sus hombros una muy delicada responsabilidad y es asumir los retos
de un papado que, lejos de ser una figura de imperio medieval, es guía y
referente espiritual para la humanidad entera. Francisco dejó la vara alta y no
la puso fácil. Los retos son enormes y complejos. La Iglesia es madre
misericordiosa, no madrastra regañona. Debe estar en salida, no encerrada en
sacristías. Los pobres, los excluidos y descartados, los marginados de las
periferias requieren atención preferente. Acogedora e incluyente, debe ser
tienda de campaña en medio de un mundo en guerra, la casa de todos, todos,
todos. Sus pastores deben oler a oveja, no ser funcionarios carreristas y
cortesanos. El camino no es el de la jerarquía piramidal y burocrática sino el
de la sinodalidad. El mundo es nuestra casa y hay que cuidarlo, todos somos
hermanos y debemos respetarnos.
Con un panorama complejo
y cargado de incertidumbres, la brújula debe estar bien puesta. No hay reversa,
no hay marcha atrás. No creo que la gente anhele un modelo anterior. Se
requiere un sumo pontífice sonriente, alegre, cercano, de lenguaje asequible,
comprensivo y a la vez firme, flexible, pero sin negociar lo no negociable.
En una semana el mundo
católico vuelve a la normalidad, pero con la decisión que el cónclave haya
tomado se habrá definido el rumbo de la eclesial embarcación. Mi acto de fe es,
pues, este: creo en el Espíritu Santo y estoy seguro de que no se equivoca. Amén.