lunes, 5 de mayo de 2025

Pena de muerte, solución a la inseguridad y el caos

Luis Alfonso García Carmona
Luis Alfonso García Carmona

Se sacudieron las redes sociales con la propuesta del candidato Santiago Botero de aplicar la pena de muerte a terroristas, asesinos y responsables de delitos graves para recuperar el control del país.

Aunque todavía no aparece en las encuestas de opinión que manejan los grandes medios, es lo cierto que puso el dedo en la llaga para denunciar algo que la mayoría de los colombianos anhela: que haya un líder que nos saque de este abismo de inseguridad, narcotráfico, terrorismo, corrupción y desorden constitucional que nos agobia y estremece día a día.

No se puede ocultar que vivimos la etapa más azarosa de nuestra historia: La mayor parte del territorio nacional se encuentra bajo el poder de grupos irregulares como las FARC (mal llamadas disidencias), el ELN, el Clan del Golfo, etcétera. Tampoco se escapan los centros urbanos donde bandas criminales extorsionan a comerciantes, transportadores, vendedores ambulantes y hasta a los que piden limosna en los semáforos. Toda Colombia está subyugada por la delincuencia. Las instituciones llamadas a combatirla están cooptadas por un régimen condescendiente con el crimen. Las Fuerzas Armadas están sometidas a un proceso de debilitación que les impide cumplir con su finalidad básica de defender la Constitución y proteger a los ciudadanos. La cárcel se convirtió en una “universidad del crimen” donde los prisioneros perfeccionan sus habilidades delictivas. La justicia cada vez cojea más en virtud del tribunal de la JEP creado a la medida de las necesidades de los bandoleros de las FARC, la infiltración de la politiquería en los fallos y la venalidad que la convirtió en el “cartel de la toga”. En suma, el Estado es incapaz de garantizar la seguridad y las mínimas normas para la convivencia, por lo cual se imponen medidas más drásticas para recuperar el control social.

Es la pena de muerte la única medida capaz de frenar el problema de la criminalidad que ha tomado proporciones gigantescas en nuestro país y recuperar el control social anarquizado por los conflictos políticos generados por los gobernantes, las masacres relacionadas con el narcotráfico y el odio de clases que afecta a los sectores de la economía y el trabajo. De hecho, ya la pena de muerte existe desde hace varias décadas en nuestro país y ha causado más asesinatos que muchas guerras civiles e internacionales. La característica de esta pena masiva de muerte es que no se practica para beneficiar a la sociedad sino para imponer la ideología marxista y envenenar al mundo con los alucinógenos. No olvidemos que el principal cartel de la droga en el planeta es la organización de las FARC, aliada de nuestros gobernantes de turno.

Es necesario, en consecuencia, que el Estado aplique la pena de muerte en los delitos graves que afecten los fines del bien común y el bienestar de la población.

La pena de muerte es la única que los delincuentes temen por su eficacia intimidatoria. Históricamente, la criminalidad se ha incrementado en aquellos países que la han suprimido. Por el contrario, el ejemplo de Singapur es bien convincente. Pasó de ser uno de los países más inseguros y corruptos a ser hoy el más seguro y próspero del planeta, gracias a la implantación de la pena de muerte para narcotraficantes, asesinos y corruptos.

Debe apreciarse la pena de muerte como benéfica y justa, ya que permite la eliminación de un grave y seguro peligro para la sociedad. Es, además, ejemplarizante. Ningún otro medio es más adecuado para servir de escarmiento. Contrasta con la actitud de nuestros gobernantes de los últimos tiempos, empeñados en crear el efecto contrario, premiando con curules en el Congreso y toda clase de honores, privilegios, subsidios y beneficios personales, a los criminales más crueles de nuestra historia, dejando a la posteridad el mensaje de que el crimen sí paga.

El Estado tiene el legítimo derecho de aplicar la pena de muerte. La sociedad no puede renunciar al más formidable de sus derechos pues, en la búsqueda del bien común, el interés social está por encima del individual, y debemos defender primero a la sociedad que al criminal.

Tiene un efecto de moralización de la sociedad ya que constituye el más eficaz recordatorio del orden moral, sin el cual no podemos vivir los seres humanos. Desde la época de los filósofos griegos nos llegan las palabras de Platón: ““Hay naturalezas humanas que no soportan correcciones exteriores: deben ser alejados de la República o sometidos a la pena capital. También el mensaje cristiano se refiere a la pena capital en San Mateo 26.52:El que usare la espada a espada perecerá”. En otras palabras, que todo el que causare alguna una muerte injusta, debe también ser muerto por la autoridad”.