José Leonardo Rincón, S. J.
Terminado el partido de
fútbol de nuestra selección confirmé, una vez más, que un juego de 90 minutos
se juega completo y a fondo desde el primero hasta el último minuto. Pareciera
una perogrullada, una obviedad, pero no. Nos sorprendieron arrancando en el
minuto 3 y lo volvieron a hacer faltando dos minutos para finalizar el
compromiso.
Brasil jugó mediocre y
relajadamente la mayor parte del tiempo haciéndonos creer que incluso podríamos
ganarles con esa tónica perezosa, por no decir mañosa. Y Colombia se comió el
cuento ingenuamente y en vez de aprovechar la ocasión servida también se relajó
y, como siempre, tontos errores de marca nos llevaron a una nueva derrota. ¿Cuándo
aprenderemos de estas lecciones?
Dice el adagio popular que
"en la mesa y en el juego se conoce el caballero" y tienen
razón. Si vale la comparación también la vida es un campo de juego donde la
gente se expone y, como también se dice, "se muestra el cobre".
Por eso se encuentra un espectro muy variado de actitudes que encierran
cualidades y defectos. Está el que suda la camiseta todo el tiempo porque se
mueve de aquí para allá, corre, la lucha y no se desanima cuando se va
perdiendo. El que lidera y anima, organiza, pasa el balón, responde a una
estrategia y arma el equipo. Y está también la figurita, el que se siente
importante e imprescindible, el centro del juego, al que todos deben reconocer
y exaltar, el que se quiere lucir y robar el show; el acelerado y
malgeniado que se descontrola, comete faltas seguidas y se hace echar sin medir
las repercusiones en el equipo. No falta el lento, el impreciso y erróneo en
los pases, el relajado que descuida su posición y se distrae; también el
indeciso, el que no concreta, elude responsabilidades y bota los goles estando
solo frente al arco. Y los que se duermen en los laureles y viven de la renta
con el triunfo pasajero y no aprenden que un marcador puede revertirse en pocos
minutos, convertirse en derrota y dar al traste con el triunfo ya cantado. Cuántos
partidos perdidos en el último minuto, competencias perdidas llegando a la
meta. Como se ve, hay de todo y, lo más grave, que no se aprenda y la historia
se repita muchas veces.
La vida es única,
irrepetible, irreversible. Hay que vivirla intensamente, a cada instante. El
famoso "carpe diem". Desde la cuna, desde la temprana edad en el
hogar y en el colegio, primeros años claves y definitivos, principios y valores
acendrados, introyectados, inveterados, asumidos y vividos. Hay que jugar bien
el partido de la vida, todos los días de la vida, desde donde uno se encuentre,
en la gloria o en el fracaso, protagonistas o en el anonimato. Todo el tiempo,
sin apoltronarse cuando se triunfa, sin amilanarse en las derrotas. Cuidando de
no fallar en el último minuto. Perseverantes hasta el último minuto o, más aún,
como decía un hombre ejemplar, "hasta dos minutos después de la
muerte".
Cada uno decide qué hacer con el partido de su vida. Es una decisión libre, autónoma, responsable. Claro, el contexto influye, pesa, no siempre determina. El asunto está en nuestras manos. El tiempo corre. No siempre hay tiempo extra, no siempre hay alargue, no siempre hay revancha. Y tú: ¿cómo estás jugando tu partido?