martes, 25 de febrero de 2025

De cara al porvenir: a negociar con el imperio

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal

Un imperio es una nación que controla muchos territorios y está gobernada por una única figura de autoridad. Estas figuras suelen tener títulos como rey y reina o emperador y emperatriz. Algunos de los imperios más poderosos y conocidos fueron el Imperio romano, el Imperio británico, el Imperio persa, el Imperio mongol y los califatos islámicos.

La soberanía nacional es el poder supremo que tiene un pueblo o nación para tomar decisiones sobre sus asuntos internos y externos. Este poder se ejerce a través de la constitución y de los representantes que el pueblo elige.

Los objetivos nacionales son las metas que establece un país para asegurar sus intereses nacionales. Son propósitos que deben ser tangibles y ajustarse a las condiciones nacionales e internacionales.

El statu quo, es una frase latina que significa el estado actual de las cosas, en particular en lo que respecta a cuestiones sociales, económicas, jurídicas, medioambientales, políticas, religiosas, científicas o militares.

Comienzo esta reflexión con la precisión de un cuarteto de conceptos que muchas veces son manejados o respaldados por la emoción, por la ignorancia o por la desinformación.

Emplear la denominación de imperio no es una manera despectiva de reconocer que alguien está ostentando el poder, sino una manera clara de llamar las cosas por su nombre.

La soberanía nacional –en términos reales– es la capacidad que tiene una nación, compuesta por una población asociada conscientemente y que está ubicada en un territorio, que ha propiciado la creación de un Estado para que ejerza el poder a través de los gobiernos y saque adelante los objetivos nacionales y ejerza con plena autonomía sus funciones, libre de injerencias externas o internas.

Es claro que para la comprensión completa de estos conceptos debe tenerse una adecuada conciencia geográfica e histórica para poder valorar en su verdadera dimensión las riquezas de nuestro territorio.

De igual manera ratifico que no soy un pronorteamericano confeso ni un vendepatria. Simplemente soy un convencido de que a grandes males grandes remedios y que definitivamente el cáncer no se cura con alcohol.

Hoy ha llegado a la presidencia de los Estados Unidos, el imperio vigente, un presidente que tiene la intención de comportarse y de manejar a su país, como un imperio, ya que es cierto que Estados Unidos es el imperio vigente de manera temporal, como lo han sido todos los imperios en el mundo a través de los siglos.

Esto no debe ni mucho menos asustarnos ni acobardarnos. Es más, es útil que sea de manera directa que se presente el imperio ante el mundo como lo que verdaderamente es.

Ahora bien, ¿Cómo hacer para que un país débil y subdesarrollado como el nuestro coexista y negocie con el imperio, manteniendo su dignidad y asegurando beneficios para las partes?

La geopolítica, la geoeconomía y la geoestrategia tienen elementos que nos pueden ayudar a formular la estrategia que se requiere y que simplemente se reduce a conocer y reconocer qué de Colombia es de interés para los Estados Unidos y cómo ofrecerles la posibilidad de usufructuarlos o adquirirlos sin violentar la soberanía nacional y ayudando a desarrollar al país con bienestar para los habitantes.

Propósitos superiores como la soberanía alimentaria, la soberanía energética y la soberanía de movilidad en el territorio son asuntos claves si algún día pensamos en serio en poder salir del subdesarrollo, obviamente garantizando la seguridad interna y externa.

Paso a enunciar algunos “productos geoestratégicos” que Colombia le puede ofrecer a Estados Unidos sin caer obviamente en los simplismos y en las posiciones fariseas que tratan de impedir cualquier negociación sobre estos asuntos alegando atentados contra la soberanía nacional o más bien falsos nacionalismos recalcitrantes que impiden pensar en grande.

Eso sí, para negociar se requieren negociadores idóneos, agresivos y pulcros que sepan defender los intereses nacionales, que es lo que yo personalmente no veo.

Primero: ha dicho el presidente Trump que le preocupa la incidencia de China, su gran competidor global, en el manejo y administración del Canal de Panamá. Lo que hay que decirle al presidente Trump es que no piense en invadir a Panamá, pues eso se vería muy feo, el grande pegándole al chiquito, y que además el Canal de Panamá ya se quedó pequeño y su operación está en riesgo por la falta de agua para llenar las esclusas. Que más bien construyamos el canal interoceánico Atrato – Truandó a través de una concesión a los años o decenios que se negocien, cuidando el tema ambiental, pagándonos un porcentaje anual por el enclave construido, empleando mano de obra colombiana, permitiendo la incorporación de tecnología, y asegurando que ellos se encarguen de irradiar desarrollo a las comunidades impactadas por la mega obra.

Segundo: ya que China con seguridad acelerará la construcción del Canal de Nicaragua, debemos establecer, vía concesión, un peaje marítimo para los barcos que entren o salgan del futuro Canal de Nicaragua en San Andrés, ya que, por su proximidad a Nicaragua, está ubicada a todo el frente de la futura salida del Canal de Nicaragua al Atlántico. Obviamente habrá que buscar un mecanismo de negociación atractivo para las partes.

Tercero: siguiendo con el tema de Panamá y su Canal, cuya propiedad no es objeto de discusión, cuando se iba a construir el aeropuerto José María Córdova, una de las alternativas era construirlo en San Pedro de los Milagros, y se dice que Estados Unidos ofrecía construirlo siempre y cuando se le autorizara realizar operaciones militares aéreas por su proximidad al Canal de Panamá –de 5 minutos con las tecnologías de hace 35 años–. Hoy nos hacen falta muchos aeropuertos y la ampliación de segundas y terceras pistas, lo cual puede plantear una solución conjunta.

Cuarto: quiere el presidente Trump consolidar a los Estados Unidos como gigante tecnológico, y no es sino ver las imágenes de su posesión para reconocer en primera fila a 4 de los grandes magnates del mundo tecnológico de hoy. Las telecomunicaciones requieren condiciones propicias y nosotros somos uno de los pocos países que contamos con acceso a la órbita geoestacionaria, lo cual nos permitiría un intercambio razonable para su utilización y nuestro beneficio.

Quinto: Colombia posee la bahía natural más profunda del mundo, Bahía Cupica, propicia para el establecimiento de una base de submarinos. ¿No será de interés para los norteamericanos esta gran posibilidad?

Sexto: la mayoría de los países europeos y varios asiáticos han autorizado el emplazamiento de bases militares norteamericanas en su territorio, sin prejuicios ni posturas maniqueas con respecto al posible “ultraje” a sus respectivas soberanías nacionales.

Ya que el nuestro es un “estado fallido” en términos de asegurar el control del territorio y el monopolio de las armas, ¿por qué no autorizamos la instalación de 2 bases militares norteamericanas, una en el Cauca y otra en el Catatumbo?

Séptimo: ¿por qué no formular un macroproyecto de aparcería entregando en comodato extensiones de tierra apta en departamentos como el Vaupés, Vichada, Guainía, Caquetá, Meta, Casanare, Arauca y Guaviare para que se desarrolle la industria agropecuaria con mano de obra local e incorporación de tecnología de punta? ¿No hacemos eso todos los días a nivel local?

Octavo: Tenemos grandes obras de infraestructura que, por los caminos regulares, nunca van a desarrollarse: hablo del manejo de La Mojana, del Canal de El Dique, del dragado permanente de nuestros puertos, de la implementación de un verdadero sistema férreo, del establecimiento de un verdadero sistema vial y aeronáutico, de la construcción de al menos 2 puertos sobre el Pacífico –Tribugá con el túnel entre Ciudad Bolívar y Carmen de Atrato–, entre otros varios.

Noveno: una explotación racional de nuestra riqueza minera, de nuestro potencial pesquero, la protección de bosques y selvas, y el cuidado de nuestras fuentes hídricas, son otros proyectos que deben ser realizados.

Décimo: aquellos proyectos que nos ayuden a consolidar el nuestro de país visto desde las regiones, como por ejemplo el Túnel entre Ciudad Bolívar y Carmen de Atrato para tener salida al Pacífico, por supuesto, retomando el proyecto del Puerto de Tribugá.

Obviamente, cada una de estas propuestas debe ser negociada atendiendo sin excepciones ni consideraciones distintas, la conveniencia para el país y el progreso y bienestar de sus habitantes.

Estas propuestas pueden llegar a ser consideradas como poco ortodoxas por algunos, o como heréticas por otros, sobre todo aquellos miembros de la clase dirigente pública y privada que se han convertido en completos expertos en el mantenimiento del status quo, privilegiando la conservación de sus beneficios y la salvaguardia de sus intereses, a propugnar por un verdadero modelo de desarrollo para Colombia.

Siguen insistiendo y esperando que, haciendo más de lo mismo, se van a obtener resultados distintos o que no resolviendo los problemas mantendrán las condiciones vigentes, las cuales obviamente los benefician.

Como ejemplo, una ciudad como Medellín tiene un presupuesto anual cercano a los 6 billones de pesos, de modo que, de manera simple, cuenta con 25 billones de pesos en el período de gobierno, lo cual no deja de ser una cifra respetable.

La pregunta sería: ¿cuál problema se va a solucionar, a erradicar con esos recursos? La respuesta es simple: ninguno. Aquí somos expertos en manejar los problemas, no en resolverlos.

Sin embargo, hay que tener en claro que la negociación de los puntos anteriores también se puede dar con otros países, buscando siempre el beneficio real para Colombia. Ahí el problema es cómo mira el imperio la llegada a sus solares, de países que son competidores directos.

Además, es bueno recordar la amarga experiencia que nos sucedió con Panamá.

Recordemos a Séneca cuando dice: “No te enojes con los pendejos. No son malos, sólo están pendejos, –Inhala, exhala, piensa–, pobrecito está pendejo”.