Un imperio es una nación
que controla muchos territorios y está gobernada por una única figura de
autoridad. Estas figuras suelen tener títulos como rey y reina o emperador y
emperatriz. Algunos de los imperios más poderosos y conocidos fueron el Imperio
romano, el Imperio británico, el Imperio persa, el Imperio mongol y los
califatos islámicos.
La soberanía nacional es
el poder supremo que tiene un pueblo o nación para tomar decisiones sobre sus
asuntos internos y externos. Este poder se ejerce a través de la constitución y
de los representantes que el pueblo elige.
Los objetivos nacionales son las metas que establece
un país para asegurar sus intereses nacionales. Son propósitos que deben ser
tangibles y ajustarse a las condiciones nacionales e internacionales.
El statu quo, es
una frase latina que significa el estado actual de las cosas, en particular en
lo que respecta a cuestiones sociales, económicas, jurídicas, medioambientales,
políticas, religiosas, científicas o militares.
Comienzo esta reflexión con la
precisión de un cuarteto de conceptos que muchas veces son manejados o respaldados
por la emoción, por la ignorancia o por la desinformación.
Emplear la denominación de imperio
no es una manera despectiva de reconocer que alguien está ostentando el poder,
sino una manera clara de llamar las cosas por su nombre.
La soberanía nacional –en
términos reales– es la capacidad que tiene una nación, compuesta por una
población asociada conscientemente y que está ubicada en un territorio,
que ha propiciado la creación de un Estado para que ejerza el poder
a través de los gobiernos y saque adelante los objetivos nacionales
y ejerza con plena autonomía sus funciones, libre de injerencias externas o
internas.
Es claro que para la comprensión
completa de estos conceptos debe tenerse una adecuada conciencia geográfica e
histórica para poder valorar en su verdadera dimensión las riquezas de nuestro
territorio.
De igual manera ratifico que no
soy un pronorteamericano confeso ni un vendepatria. Simplemente soy un
convencido de que a grandes males grandes remedios y que definitivamente el
cáncer no se cura con alcohol.
Hoy ha llegado a la presidencia
de los Estados Unidos, el imperio vigente, un presidente que tiene la intención
de comportarse y de manejar a su país, como un imperio, ya que es cierto que Estados
Unidos es el imperio vigente de manera temporal, como lo han sido todos los imperios
en el mundo a través de los siglos.
Esto no debe ni mucho menos
asustarnos ni acobardarnos. Es más, es útil que sea de manera directa que se
presente el imperio ante el mundo como lo que verdaderamente es.
Ahora bien, ¿Cómo hacer para que
un país débil y subdesarrollado como el nuestro coexista y negocie con el imperio,
manteniendo su dignidad y asegurando beneficios para las partes?
La geopolítica, la geoeconomía y
la geoestrategia tienen elementos que nos pueden ayudar a formular la
estrategia que se requiere y que simplemente se reduce a conocer y reconocer
qué de Colombia es de interés para los Estados Unidos y cómo ofrecerles la
posibilidad de usufructuarlos o adquirirlos sin violentar la soberanía nacional
y ayudando a desarrollar al país con bienestar para los habitantes.
Propósitos superiores como la soberanía
alimentaria, la soberanía energética y la soberanía de movilidad en el
territorio son asuntos claves si algún día pensamos en serio en poder salir del
subdesarrollo, obviamente garantizando la seguridad interna y externa.
Paso a enunciar algunos
“productos geoestratégicos” que Colombia le puede ofrecer a Estados Unidos sin
caer obviamente en los simplismos y en las posiciones fariseas que tratan de
impedir cualquier negociación sobre estos asuntos alegando atentados contra la
soberanía nacional o más bien falsos nacionalismos recalcitrantes que impiden
pensar en grande.
Eso sí, para negociar se
requieren negociadores idóneos, agresivos y pulcros que sepan defender los
intereses nacionales, que es lo que yo personalmente no veo.
Primero: ha dicho el presidente
Trump que le preocupa la incidencia de China, su gran competidor global, en el
manejo y administración del Canal de Panamá. Lo que hay que decirle al presidente
Trump es que no piense en invadir a Panamá, pues eso se vería muy feo, el
grande pegándole al chiquito, y que además el Canal de Panamá ya se quedó
pequeño y su operación está en riesgo por la falta de agua para llenar las
esclusas. Que más bien construyamos el canal interoceánico Atrato – Truandó a
través de una concesión a los años o decenios que se negocien, cuidando el tema
ambiental, pagándonos un porcentaje anual por el enclave construido, empleando
mano de obra colombiana, permitiendo la incorporación de tecnología, y
asegurando que ellos se encarguen de irradiar desarrollo a las comunidades
impactadas por la mega obra.
Segundo: ya que China con
seguridad acelerará la construcción del Canal de Nicaragua, debemos establecer,
vía concesión, un peaje marítimo para los barcos que entren o salgan del futuro
Canal de Nicaragua en San Andrés, ya que, por su proximidad a Nicaragua, está
ubicada a todo el frente de la futura salida del Canal de Nicaragua al
Atlántico. Obviamente habrá que buscar un mecanismo de negociación atractivo
para las partes.
Tercero: siguiendo con el
tema de Panamá y su Canal, cuya propiedad no es objeto de discusión, cuando se
iba a construir el aeropuerto José María Córdova, una de las alternativas era
construirlo en San Pedro de los Milagros, y se dice que Estados Unidos ofrecía
construirlo siempre y cuando se le autorizara realizar operaciones militares
aéreas por su proximidad al Canal de Panamá –de 5 minutos con las tecnologías
de hace 35 años–. Hoy nos hacen falta muchos aeropuertos y la ampliación de
segundas y terceras pistas, lo cual puede plantear una solución conjunta.
Cuarto: quiere el presidente
Trump consolidar a los Estados Unidos como gigante tecnológico, y no es sino
ver las imágenes de su posesión para reconocer en primera fila a 4 de los
grandes magnates del mundo tecnológico de hoy. Las telecomunicaciones requieren
condiciones propicias y nosotros somos uno de los pocos países que contamos con
acceso a la órbita geoestacionaria, lo cual nos permitiría un
intercambio razonable para su utilización y nuestro beneficio.
Quinto: Colombia posee la
bahía natural más profunda del mundo, Bahía Cupica, propicia para el
establecimiento de una base de submarinos. ¿No será de interés para los
norteamericanos esta gran posibilidad?
Sexto: la mayoría de los
países europeos y varios asiáticos han autorizado el emplazamiento de bases
militares norteamericanas en su territorio, sin prejuicios ni posturas
maniqueas con respecto al posible “ultraje” a sus respectivas soberanías
nacionales.
Ya que el nuestro es un “estado
fallido” en términos de asegurar el control del territorio y el monopolio
de las armas, ¿por qué no autorizamos la instalación de 2 bases militares
norteamericanas, una en el Cauca y otra en el Catatumbo?
Séptimo: ¿por qué no
formular un macroproyecto de aparcería entregando en comodato extensiones de
tierra apta en departamentos como el Vaupés, Vichada, Guainía, Caquetá, Meta,
Casanare, Arauca y Guaviare para que se desarrolle la industria agropecuaria
con mano de obra local e incorporación de tecnología de punta? ¿No hacemos eso
todos los días a nivel local?
Octavo: Tenemos grandes
obras de infraestructura que, por los caminos regulares, nunca van a
desarrollarse: hablo del manejo de La Mojana, del Canal de El Dique, del dragado
permanente de nuestros puertos, de la implementación de un verdadero sistema
férreo, del establecimiento de un verdadero sistema vial y aeronáutico, de la
construcción de al menos 2 puertos sobre el Pacífico –Tribugá con el túnel
entre Ciudad Bolívar y Carmen de Atrato–, entre otros varios.
Noveno: una explotación
racional de nuestra riqueza minera, de nuestro potencial pesquero, la
protección de bosques y selvas, y el cuidado de nuestras fuentes hídricas, son
otros proyectos que deben ser realizados.
Décimo: aquellos
proyectos que nos ayuden a consolidar el nuestro de país visto desde las
regiones, como por ejemplo el Túnel entre Ciudad Bolívar y Carmen de Atrato
para tener salida al Pacífico, por supuesto, retomando el proyecto del Puerto
de Tribugá.
Obviamente, cada una de estas
propuestas debe ser negociada atendiendo sin excepciones ni consideraciones
distintas, la conveniencia para el país y el progreso y bienestar de sus
habitantes.
Estas propuestas pueden llegar a
ser consideradas como poco ortodoxas por algunos, o como heréticas por otros,
sobre todo aquellos miembros de la clase dirigente pública y privada que se han
convertido en completos expertos en el mantenimiento del status quo,
privilegiando la conservación de sus beneficios y la salvaguardia de sus
intereses, a propugnar por un verdadero modelo de desarrollo para Colombia.
Siguen insistiendo y esperando
que, haciendo más de lo mismo, se van a obtener resultados distintos o que no
resolviendo los problemas mantendrán las condiciones vigentes, las cuales
obviamente los benefician.
Como ejemplo, una ciudad como
Medellín tiene un presupuesto anual cercano a los 6 billones de pesos, de modo
que, de manera simple, cuenta con 25 billones de pesos en el período de
gobierno, lo cual no deja de ser una cifra respetable.
La pregunta sería: ¿cuál
problema se va a solucionar, a erradicar con esos recursos? La respuesta es
simple: ninguno. Aquí somos expertos en manejar los problemas, no en
resolverlos.
Sin embargo, hay que tener en
claro que la negociación de los puntos anteriores también se puede dar con
otros países, buscando siempre el beneficio real para Colombia. Ahí el problema
es cómo mira el imperio la llegada a sus solares, de países que son
competidores directos.
Además, es bueno recordar la
amarga experiencia que nos sucedió con Panamá.
Recordemos a Séneca cuando dice:
“No te enojes con los pendejos. No son malos, sólo están pendejos, –Inhala,
exhala, piensa–, pobrecito está pendejo”.