José Alvear Sanín
En el horroroso “consejo de ministros” del 6 de
febrero, Petro responsabilizó acremente a sus colaboradores por el
“incumplimiento de las promesas contenidas en el programa de gobierno del Pacto
Histórico, lo que condujo a las renuncias (protocolarias unas, irrevocables otras)
del elenco de nulidades que forman parte de la banda presidencial.
A continuación, se ha puesto de moda en los
medios recriminar al Gobierno por el escaso número de promesas cumplidas en
esos 31 interminables meses de pesadilla, cuando lo único bueno ha sido
precisamente la incapacidad para la ejecución de tantos proyectos inútiles,
inconvenientes o lunáticos, consignados en el Plan de (sub)Desarrollo que
recoge el programa de Petro. Si ese Plan se hubiese cumplido rigurosamente, el
país estaría aún peor.
El programa de Petro tiene dos partes: una,
explícita, de centenares de promesas electorales, que luego fue plasmado en la
Ley 2294 como Plan de desarrollo, Colombia potencia mundial de la vida,
de 373 artículos; y otra, implícita, tácita y clandestina, que obviamente no se
consignó en ningún documento, para el cambio del modelo económico, político y
social a través del proceso revolucionario marxista-leninista y castrista,
siguiendo el derrotero ya probado en Venezuela.
Si la parte explícita va rezagada –porque de
217 promesas hay apenas cumplimiento parcial de 27–, la implícita, en cambio,
se va cumpliendo rigurosamente. A los votantes no se les prometió acabar con Ecopetrol
ni con los sistemas sanitario y pensional; decapitar, emascular y desmoralizar
las Fuerzas Armadas, entregar el control territorial a las guerrillas, multiplicar
la corrupción, prostituir el Congreso y la Fiscalía, montar una letal reforma
agraria expropiatoria; incendiar el país y preparar el autogolpe de Estado
definitivo para perpetuarse en el poder.
Los puntos anotados en el párrafo anterior, que
constituyen efectivamente el propósito verdadero de Petro, se han cumplido al
100 %, esterilizando la economía nacional y enrutando el país hacia el abismo.
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En buena parte, la dinámica del actual
desgobierno consiste en cambiar funcionarios incompetentes, o prontuariados,
por otros peores.
Curiosa, entonces, la renuncia del ministro de
Defensa. Si su gestión no pudo ser más mala desde el punto de vista del orden
público, en cambio fue bien exitosa en la generación del caos que requiere la
revolución. Por eso sorprende esta maroma de su remoción y reemplazo por un
general en la cola del escalafón, a menos que esté comprometido plenamente (o
fletado) con el plan narco-comunista, y que su nombramiento ocasione la salida
de los 30 generales más antiguos en el servicio activo, para completar la
anulación operativa de las Fuerzas Militares, y su sometimiento, a través de
ascensos y promociones en función de “lealtad”. ¿Estará Petro preparando un
general padrino y un cartel de los Soles para Colombia?
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El primer tweet de Petro sobre la llegada de
300.000 dosis de Dolutegravir alcanzó proporciones galácticas de estupidez e
irresponsabilidad cuando afirmó: “Este medicamento no solo ayuda a controlar la
enfermedad, sino que permite que los pacientes (de VIH) dejen de contaminar”.
Por la protesta horrorizada del cuerpo médico,
alarmado por la invitación a propagar el flagelo, Petro cambió su primer trino
por otro, largo y lunático, de los que él acostumbra.
“¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra
paciencia?”