José Leonardo Rincón, S.J.
Las tarjetas de Navidad que
en otro tiempo abundaban por estos días y recibíamos físicamente por correo, prácticamente
han desaparecido. Las había de todo tipo y factura por motivos, colores y tamaños,
algunas muy sobrias otras muy elegantes. Había que exponerlas junto al árbol de
navidad y el hecho de que llegasen muchas, de personas, familias e instituciones
era contundente señal de cuán conocido y apreciado se era.
Mi primera tarjeta de Navidad
la recibí siendo niño de 10 u 11 años. Estaba de vacaciones en Cartagena con unos
primos y era la primera vez que no estaría en tan especial velada de nochebuena
con mi mamá. Fue precisamente ella quien me la envió. Todavía recuerdo la sorpresa
que me produjo y la verdad, más que por el gesto, que me hizo sentir muy importante,
lo que yo esperaba era un motivo tradicional de un pesebre de algún pintor famoso
con un mensaje siempre muy espiritual, característico suyo, y mi mamá resultó escogiendo
como motivo un dibujo rústico, pero muy moderno, de un cohete que se mofaba de la
luna con un palmo de narices. Por supuesto iba acompañado del mensaje, pero con
ese gesto, mi mamá no solo me dejó sin palabras, sino que me demostró que, a pesar
de la diferencia de edades y mentalidades, era capaz de hacerme sentir niño con
una tarjeta para niños y no para adultos. Emocionante. Inolvidable.
Hoy, la mayoría de las tarjetas,
si las mandan, son virtuales. Por supuesto que pueden llegar a ser más elaboradas,
con música y movimientos, pero creo que no son lo mismo, así sean personalizadas.
Otrora uno apreciaba que tuvieran un mensaje y firma manuscritos del remitente.
Eso le daba un toque personalizado, único, exclusivo. Confieso que guardo en mis
haberes tarjetas suscritas por seres queridos que así también me hicieron sentir,
gente sencilla y poco conocida, pero también personajes inolvidables como el padre
Arrupe o Belisario Betancur, para no mencionar sino solo dos. Las virtuales se ven
y pasan al olvido, las físicas que nos impactaron no.
Y bueno, resulté hablando de
tarjetas, porque pensé que este mensaje sería mi tarjeta de Navidad para ustedes
mis fieles amigos que con paciencia leen mis ocurrencias semanales. Soy consciente
que hubiese querido un mensaje más personal, con un toque único para cada uno, pero
me resulta casi que imposible, mejor dicho, tendría que haber comenzado por ahí
en septiembre. Nada. Ustedes son comprensivos y pacientes y van a sentir como propio
que les haga llegar a cada uno, allí donde están, mi afectuoso, cariñoso, saludo
de Navidad. Jesús es nuestra Navidad y es el mejor regalo que todos hemos recibido:
un Dios fuera de serie que se anonada para acampar en el modesto pesebre de nuestros
corazones. Él los bendiga siempre, les conceda siempre lo mejor y más conveniente.
Él es nuestra paz, nuestro consuelo reconfortante y reparador, quien da razón y
sentido a nuestra existencia. ¡Feliz Navidad!