José Leonardo Rincón, S. J.
Ayer tuve un día de
impactos emocionales que tuvieron como conclusión simple: ¡hay que aceptar la
realidad! ¿Cuál realidad? Pues la propia realidad y que no es otra sino tener
que aceptar que el tiempo pasa, que siendo los mismos no somos los mismos y
que, aunque ganamos en años de experiencia y madurez, perdemos en otras
habilidades al irnos haciendo viejos. Los años pasan factura, no hay duda, y
aunque nos sintamos todavía jóvenes y entusiastas, tengamos sueños y muchas
razones para vivir, la humana carrocería no está recién salida de fábrica, sino
que padece el natural desgaste de las horas de vuelo.
En efecto, en cuestión de
dos horas y para poder renovar la licencia de conducción, fue necesario superar
cuatro exámenes distintos. Y aunque en todos ellos el resultado final fue apto
y sin restricciones, uno sabe que no fue con cinco aclamado sino con cuatro
ocho o cuatro cinco. Hay sutil pérdida de capacidad auditiva, la visión ha
perdido la capacidad de lectura nítida de letras muy pequeñas, también hay
pérdida de reflejos, en fin... ya no somos esbeltas gacelas sino trajeados
tigres de colmillo ahumado.
Esa cruda realidad no es
fácil de aceptar. Por supuesto que no se trata de deprimirse como para ir
pensando en una eutanasia anticipada, pero si el tener que aceptar que los años
no pasan de balde y que ellos pasan también sus cuentas de cobro. Quizás,
todavía estemos a tiempo de mejorar el estilo de vida con dietas saludables,
descanso adecuado, ejercicio cotidiano, mejor dicho, auto cuidado. Muy bonito
eso de amar a Dios y a los otros, pero también el mandamiento ordena "como
así mismo", lo que significa que, en el trabajo del autoconcepto, la
autoestima es muy importante.
Mi generación fue educada
y alentada a entregarse del todo, al darse sin medida, a irse quemando mientras
alumbraba a otros... muy bonito. Fijarse en uno mismo podría ser considerado
vanidad de vanidades, narcisismo, egolatría. Entonces fuimos estrenuos,
exigentes, sacrificados, adictos al trabajo, muy lindo para la causa de
beatificación, pero todo debe ser en su justa proporción y medida. Y ahora
pienso si otros, no sé si avispados o mañosos, han sido relajados y nunca han
pensado exigirse más allá del mínimo, no sé si para ahorrar energías o vivir
sabroso. Como decía el otro "uno aquí matándose para ahorrar y ser
austeros y los otros gastando y derrochando". Veremos en el balance
final, cuando suenen las trompetas, quién tenía razón. Seguramente serán otros,
los ponderados, los ecuánimes, los balanceados y equilibrados, los que ganen.
Estamos a tiempo, aunque
no sea mucho el tiempo. Nunca es tarde. El sabio de Loyola, eximio pensador
vasco, invitaba a "ordenar la vida". De hecho, él lo hizo ya
madurito, lo que anima a caer en cuenta de que es el momento oportuno: estamos
a tiempo. Hay que aceptar la realidad: nos vamos añejando como los buenos vinos
y por eso sabemos mejor. Hay que saberse conservar, eso es de sabios. No lo
olviden.