José Leonardo Rincón, S. J.
No
se preocupen que no voy a hablar de Eduardo, Juan Manuel o Francisco. A esos
Santos los dejamos quietos. Voy a referirme a la fiesta litúrgica de hoy que por
intercesión de Emiliani pasó al próximo lunes y que muchos de ustedes ni se
acordaban o sabían siquiera por qué teníamos puente festivo.
En
el calendario litúrgico, todos los días, todo el año, hacemos memoria de estos
hombres y mujeres que “fueron elevados al honor de los altares”; son varios
miles y desconocemos todos sus nombres. Los hay de todas las épocas y de todas
las regiones del mundo, de todas las edades, algunos muy formados y doctos,
otros iletrados y muy básicos, papas, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos,
ricos y pobres. Muertos unos por el martirio y otros relajados en su lecho de
muerte, mejor dicho, hay de todo en todos los santos.
Entonces
la fiesta de hoy no es solo para recuperar del anonimato a ese montón de
mujeres y hombres cuyos nombres e interesantes vidas que los llevaron a este
reconocimiento, desconocemos. De hecho, hace 15 días el papa Francisco canonizó
a varios y yo solo había oído hablar del italiano fundador de los misioneros de
la Consolata, pero supe que hay un grupito que ya los llaman los mártires de
Damasco: ni idea. Pero agárrense duro: lo es también para celebrar a los que
fueron santos sin haber sido declarados oficialmente santos y cuya cifra es infinitamente
superior a los santos “oficiales”. Sí, así como lo leen.
El
mandato de Jesús para todos nosotros fue tan simple como de pa’arriba: “sean
santos como su Padre Celestial es Santo”. O sea, es una tarea pendiente y
constante. No hay que posar de nada, hay que ser auténticos. No hay que ser
perfectos, pero sí trabajar por ser mejores. No hay que hacerse cura o monja,
puede seguir siendo laico. En la práctica, muchos han entendido ese mandato y lo
han vivido sin estrés. Es más, lo han logrado. Lo que pasa es que,
lastimosamente, nadie les hizo campaña y se quedaron en el anonimato, pero son
santos.
¿No
han conocido ustedes santos? Mi mamá tuvo la fortuna de conocer a Santa Laura
Montoya, yo a San Pablo VI y San Juan Pablo II. Pero no. En realidad, me
refiero a que muy seguramente ustedes han conocido gente buena, excepcional, verdaderos
santos, unos quizás podrán llegar a serlo como nuestro querido padre Pedro
Arrupe, otros quizás nunca lleguen a serlo oficialmente, pero lo fueron. Esos
son los que también celebramos hoy y a quienes desde esta modesta tribuna rindo
homenaje. A todos esos hombres y mujeres de quienes Dios se siente orgulloso y
satisfecho, porque han vivido una vida buena, correcta, feliz y conforme a su
proyecto de Reino. Ese es el profundo sentido de la fiesta de hoy.