En días recientes falleció
nuestra querida e inolvidable “Gorda Fabiola”, pilar indiscutible del Decano de
los programas humorísticos en Colombia, “Sábados Felices”, fundado hace más de 50
años por Alfonso Lizarazo y una serie de personas y personajes que han hecho
reír al pueblo colombiano en medio de tantas circunstancias difíciles por las
cuales nos ha tocado vivir.
Humberto Martínez Salcedo y el maestro
Salustiano Tapias, El “Mocho” Sánchez y el Inspector Ruanini, el Flaco Agudelo,
Óscar Meléndez, el Príncipe de Marulanda Hugo Patiño, Jacqueline Henríquez,
Álvaro Lemmon y el Hombre Caimán, Jaime Santos y Clímaco Urrutia, Hernando
“Chato” Latorre, entre otros varios e ilustres humoristas, nos han sacado
sonrisas, risas y carcajadas con su aguda inteligencia y capacidad de síntesis
de la vida nacional e internacional, superando la tentación del morbo y de las
situaciones obscenas.
También es imposible no recordar
a nuestro muy querido y admirado Guillermo Zuluaga “Montecristo”, a Hébert
Castro, a los Chaparrines, a los Tolimenses, a la Escuelita de Doña Rita, El
Corcho, La Zaranda y a muchos otros de épocas recientes como “La Luciérnaga” y
la voz inimitable de Guillermo Díaz Salamanca, que siguen alivianando nuestros
caminos cotidianos con sus apuntes, sus chistes y sus pícaras observaciones del
acontecer nacional o simplemente, desplegando agudezas y situaciones hilarantes
que refrescan el alma.
Obviamente el corazón se nos
arruga al recordar al malogrado Jaime Garzón asesinado por el solo hecho de
hacernos reír pensando.
¿Qué haríamos sin la risa? ¿Por
qué nos es tan escasa la alegría simple?
La sociedad de consumo ha
trastocado hasta los propios sentimientos y sensaciones. El tener
reemplaza y no le da cabida al soñar, al disfrutar, a la conversación
ingeniosa, al compartir con los amigos, a simplemente “botar corriente” y
disfrutar con lo simple, con la capacidad de narrar experiencias y colocarle un
“picante” suficiente para que nos arranquen sonrisas y nos hagan entender que
podemos ser felices aun cuando sea momentáneamente con casi nada.
En “El nombre de la Rosa”
Humberto Eco arma toda una trama cuyo núcleo se encuentra alrededor de un libro
de Aristóteles que reivindica la risa y la alegría y que es ocultado por un monje
fanático que considera que si dejamos que la gente ría y sea feliz se va a
dificultar la actividad de la Iglesia cuya estrategia de manejo alrededor del
miedo, no puede ser socavada.
La mente sana, el cuerpo sano y
una mente alegre, configuran un recetario espléndido para que nuestro paso por
el planeta no se vuelva un camino de espinas.
Una amena conversación entre
amigos, aun cuando se convierta en la repetición continuada de anécdotas,
vivencias y acontecimientos muchas veces conversados, muchas veces disfrutados,
se convierte en un verdadero paliativo ante la interminable sucesión de
noticias y acontecimientos nefastos y tristes que se nos amontonan y aparecen
por borbotones todos los días.
La risa evidencia de manera
transparente la tranquilidad del alma, el espíritu sano, se asocia con las
expresiones de amistad y de calma y se convierte en un refugio para protegernos
de las tristezas y de las vicisitudes humanas.
Decimos como la expresión
empleada en el Almanaque Bristol: “La risa, remedio infalible”.