martes, 5 de noviembre de 2024

De cara al porvenir: el humor y los humoristas

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal

En días recientes falleció nuestra querida e inolvidable “Gorda Fabiola”, pilar indiscutible del Decano de los programas humorísticos en Colombia, “Sábados Felices”, fundado hace más de 50 años por Alfonso Lizarazo y una serie de personas y personajes que han hecho reír al pueblo colombiano en medio de tantas circunstancias difíciles por las cuales nos ha tocado vivir.

Humberto Martínez Salcedo y el maestro Salustiano Tapias, El “Mocho” Sánchez y el Inspector Ruanini, el Flaco Agudelo, Óscar Meléndez, el Príncipe de Marulanda Hugo Patiño, Jacqueline Henríquez, Álvaro Lemmon y el Hombre Caimán, Jaime Santos y Clímaco Urrutia, Hernando “Chato” Latorre, entre otros varios e ilustres humoristas, nos han sacado sonrisas, risas y carcajadas con su aguda inteligencia y capacidad de síntesis de la vida nacional e internacional, superando la tentación del morbo y de las situaciones obscenas.

También es imposible no recordar a nuestro muy querido y admirado Guillermo Zuluaga “Montecristo”, a Hébert Castro, a los Chaparrines, a los Tolimenses, a la Escuelita de Doña Rita, El Corcho, La Zaranda y a muchos otros de épocas recientes como “La Luciérnaga” y la voz inimitable de Guillermo Díaz Salamanca, que siguen alivianando nuestros caminos cotidianos con sus apuntes, sus chistes y sus pícaras observaciones del acontecer nacional o simplemente, desplegando agudezas y situaciones hilarantes que refrescan el alma.

Obviamente el corazón se nos arruga al recordar al malogrado Jaime Garzón asesinado por el solo hecho de hacernos reír pensando.

¿Qué haríamos sin la risa? ¿Por qué nos es tan escasa la alegría simple?

La sociedad de consumo ha trastocado hasta los propios sentimientos y sensaciones. El tener reemplaza y no le da cabida al soñar, al disfrutar, a la conversación ingeniosa, al compartir con los amigos, a simplemente “botar corriente” y disfrutar con lo simple, con la capacidad de narrar experiencias y colocarle un “picante” suficiente para que nos arranquen sonrisas y nos hagan entender que podemos ser felices aun cuando sea momentáneamente con casi nada.

En “El nombre de la Rosa” Humberto Eco arma toda una trama cuyo núcleo se encuentra alrededor de un libro de Aristóteles que reivindica la risa y la alegría y que es ocultado por un monje fanático que considera que si dejamos que la gente ría y sea feliz se va a dificultar la actividad de la Iglesia cuya estrategia de manejo alrededor del miedo, no puede ser socavada.

La mente sana, el cuerpo sano y una mente alegre, configuran un recetario espléndido para que nuestro paso por el planeta no se vuelva un camino de espinas.

Una amena conversación entre amigos, aun cuando se convierta en la repetición continuada de anécdotas, vivencias y acontecimientos muchas veces conversados, muchas veces disfrutados, se convierte en un verdadero paliativo ante la interminable sucesión de noticias y acontecimientos nefastos y tristes que se nos amontonan y aparecen por borbotones todos los días.

La risa evidencia de manera transparente la tranquilidad del alma, el espíritu sano, se asocia con las expresiones de amistad y de calma y se convierte en un refugio para protegernos de las tristezas y de las vicisitudes humanas.

Decimos como la expresión empleada en el Almanaque Bristol: “La risa, remedio infalible”.