José Leonardo Rincón, S.J.
Dicen
que la esperanza es lo último que se pierde y no les falta razón, porque en un
contexto global complejo por las guerras y uno nuestro cargado de conflictos internos
e incertidumbres, que en medio de tan sombrío panorama muchos de nuestros
lideres, sin perder el sentido crítico para ver las cosas como son, conscientes
de los retos descomunales que tenemos, sigan creyendo en nuestro país y en sus
gentes y apuesten porque juntos vamos a salir adelante, eso me resulta
grandioso y me confirma que todavía hay esperanza.
Ecos
del reciente Festival de las ideas como ha llamado el grupo Prisa al evento realizado
en Villa de Leyva la semana pasada y a un foro al que asistí sobre las
perspectivas económicas para 2025 organizado por el grupo Bolívar en esta,
confirman lo dicho.
Que
la gente del Gobierno y la oposición, la empresa pública y privada, los gremios
y ciudadanos del común y corriente, de manera civilizada, sosegada, madura,
expongan sus ideas sin agresividad y violencia, sin polarizados radicalismos,
es un escenario que quisiéramos siempre, dado lo que hemos vivido hasta ahora y
que solo ha dejado un país desgastado, sin mejoras mayúsculas, agotado de
discursos redentores que medianamente o nunca se cumplieron. Hundidos todos en
la olla, pareciera que se toma conciencia de que para no acabar de irnos todos
juntos al fondo que ya palpamos, la única manera es ayudarnos todos a salir de
esta debacle. Y eso solo se logra dialogando, empujando en la misma dirección.
La
cosa hay que entenderla correctamente. Las diferencias, la pluralidad de
pensamientos, la natural diversidad ontológica, continúan existiendo y es
saludable que no desaparezcan. Lo que resulta fuera de serie es que tengamos la
madurez humana y la fortaleza institucional para dialogar sin insultos, sin matarnos
porque nos incomoda el que es y piensa distinto. Hacer a un lado la arrogante
prepotencia de querer sabérnoslas todas y con eso que llamamos humildad tener
la gallardía de parar oreja y escuchar lo que el otro dice, ponerse
empáticamente en sus zapatos e incluso dejarse interpelar, eso es monumental y
realmente nos augura un futuro mejor.
Me
gustó el tono crudamente realista pero también sensatamente optimista de
quienes intervinieron. Todavía estamos a tiempo para construir y levantarnos en
medio de la ruindad de las ruinas y los ruines. Esta Colombia nuestra está llena de gente
buena, hay mucho talento, hay ganas de salir adelante y ser prósperos, no se da
el brazo a torcer, todavía hay esperanza.