La catástrofe que
presentíamos está cada vez más presente en nuestra triste cotidianidad.
Todavía no
alcanzamos a explicarnos cómo la camarilla del Gobierno, sin mayoría en el Congreso,
con el 77% de la población en su contra según las encuestas, sin ninguna
realización de beneficio para el país en dos años de ejercicio del poder, se
consolide cada vez más en los centros del poder. Ya controla a través de
obsecuentes alfiles todos los entes de control, a saber: Contraloría, Fiscalía
General y ahora la Procuraduría. Cabe preguntar, mientras se cumplió este
avasallador proceso de conquista del poder ¿dónde han estado nuestros
dirigentes políticos?
Por supuesto, las
grandes mayorías no politizadas ya levantan su voz y el grito de “Fuera,
Petro” resuena por todo el territorio nacional.
Lo que falta es convertir
esa monumental inconformidad en una fuerza con poder para cambiar las cosas. No
podemos conformarnos sólo con las efímeras protestas, las críticas inanes y las
bizantinas discusiones sobre las bestialidades que brotan de la enfermiza mente
del tirano.
Tampoco podemos reincidir
en nuestras equivocadas prácticas políticas que ahora, como en el pasado,
nos conducirán al fracaso. Me refiero a que algunos compatriotas se han
dedicado a buscar el ahogado aguas arriba, proponiendo que nos preparemos para
derrotar al sátrapa en el 2026 y desde ahora suena más de una docena de
aspirantes al primer cargo de la nación.
Seamos serios y
analicemos las reales intenciones del camarada Petro. No pasemos por alto que
su proceso de acaparar todos los organismos de control y, más adelante, las
altas cortes, no es otro que darse el autogolpe para perpetuar su movimiento
de extrema izquierda en el poder. Si no lo consigue, preparará, como lo hizo
durante la pasada administración, todo el escenario para perpetrar un nuevo
fraude al estilo de su compinche, el dictador Maduro.
No es nuestra tarea
fundamental servirle de comparsa para que exhiba ante el mundo una nueva
victoria con “sabor a engaño”, como en el viejo bolero.
Nuestra tarea
prioritaria, con todo respeto por quienes piensan lo contrario, es adelantarnos
al sátrapa y buscar su caída por los medios que nos otorga la Constitución: a) Respaldar
el juicio político por violación de los topes financieros en la campaña
presidencial; y, b) Impetrar ante las Fuerzas Militares y de Policía para que
den estricto y oportuno cumplimiento a la “finalidad primordial” de esas
entidades cual es, según los arts. 217 y 218 de la C. P., entre otras, la defensa
de la integridad del orden constitucional. De sobra conocen los colombianos
las violaciones cometidas a dicho orden por el actual mandatario, tanto en su
elección como en el ejercicio alejado de las obligaciones constitucionales
inherentes a su altísimo encargo.
No quiero decir con
lo anterior que debamos despreocuparnos del tema electoral. Contamos con una
fuerza, la de los indignados con este pérfido régimen, que ni el presidente
ni ningún jefe político podría superar. Tenemos que prepararla para que en las
elecciones del 2026 se presente con un nuevo programa que responda a las
aspiraciones de los colombianos que quieren una patria mejor, alejada del
crimen, de la injusticia, de la mentira, de la miseria, del atraso y de la
desmoralización que acarrean todos los regímenes socialistas de izquierda.
Todo colombiano,
sin importar su procedencia religiosa o ideológica, es necesario que comparta
un plan básico de renacimiento del país orientado por la búsqueda del bien
común para todos.
No empecemos al
revés, como siempre lo hemos hecho, buscando un candidato, en lugar de ponernos
de acuerdo en un programa básico de recuperación del país en todos los
órdenes, antes de entregar nuestro apoyo al primero que aparezca.