miércoles, 16 de octubre de 2024

¿Cuál es nuestra peor desgracia?

Luis Alfonso García Carmona
Luis Alfonso García Carmona

Entre las múltiples plagas que el advenimiento de la extrema izquierda al poder nos ha dejado, resulta difícil señalar cuál de todas es la que más daño viene causando a nuestra sociedad y al futuro de los colombianos.

Entendemos que mucha gente mira con alarma cómo se desmorona el sistema de salud, catalogado como uno de los más eficientes del continente; la economía, manejada más con desuetos postulados ideológicos que con ánimo de contribuir al crecimiento del país, va en caída libre a pesar de los esfuerzos de los empresarios; el sistema pensional, ahora amenazado por la voracidad de los nuevos burócratas, caerá indudablemente en la insolvencia; la inseguridad tiene en vilo a empresarios, y trabajadores, completamente impotentes para defenderse de la acción depredadora de guerrillas, narcotraficantes, bandas criminales y milicianos protegidos por la impunidad oficial; como si lo anterior fuera poco, los escándalos protagonizados por los familiares, subalternos y amigos del guerrillero-presidente, alimentan cada vez más el rechazo a la camarilla gobernante.

Podríamos –a manera de ejemplo– registrar el inusitado aumento de la corrupción, como el más dañino de los males que nos agobian, no solamente por el deterioro fiscal que genera o porque entorpece la realización de obras que podrán beneficiar a la comunidad, sino también porque acarrea desconfianza de la población en la transparencia y rectitud de sus gobernantes. Constituye, además, un pésimo antecedente para las nuevas generaciones que toman nota de cómo sus dirigentes acceden impunemente al dinero fácil con la alcahuetería del régimen.

Ante el inveterado fracaso en el control y la reducción de esta plaga, nos corresponde como ciudadanos amantes de nuestro terruño, indagar sobre las causas de la corrupción y eliminarlas de tajo.

Y, ¿cuáles son esas causas?

1. La pérdida de la ética y de la moral. La moral no es otra cosa que un conjunto de normas, principios, valores y creencias que a través de la historia ha adoptado la humanidad como modelo para distinguir el bien del mal en la conducta del ser dentro de la sociedad. Es la relación entre la moral y la conducta del ser humano dentro de la sociedad. El funcionario público debe ajustar su gestión a la ética, con el cumplimiento de planteamientos básicos como la honestidad, la responsabilidad, la transparencia o la equidad. Son varias las razones que impiden a los funcionarios mantenerse dentro de los parámetros de la ética: la falta de formación en valores éticos desde la etapa de la educación (familia, escuela, universidad); el nombramiento de personas acostumbradas a hacer mal uso del poder en cargos públicos; la ambición de llegar y mantenerse en el poder a toda costa; el poder corruptor del dinero; la ausencia de moral y ética en quienes dirigen la gestión del Estado.

2. Falta de mecanismos eficientes para garantizar la ética estatal. No son suficientes las sanciones usuales (inhabilitación, suspensión, multas, destitución, cárcel por períodos relativamente cortos, beneficios penales). Hay que implementar una solución drástica para erradicar el mal, garantizando que accedan a la administración pública en todos los niveles y todas las ramas los ciudadanos más preparados académicamente, con una trayectoria impecable y un perfil adecuado al cargo que van a desempeñar.

3. Carencia de valores en la sociedad. No es serio querer acabar con esta inveterada plaga con soluciones a corto plazo. La corrupción no se acaba por decreto ni con base en las promesas electorales de los candidatos. Si de verdad queremos reconstruir a Colombia devolvámosle la moral mediante una batalla cultural en contra de las ideologías marxistas, materialistas y ajenas a nuestra tradición. Mientras nuestra sociedad no actúe conforme a los valores y principios de la moral que nos quiere robar el régimen, no habrá futuro para Colombia ni para nuestros hijos.