Luis Guillermo Echeverri Vélez
Cuando la vaca sinvergüenza abandona la cría, llegan los
cuervos y lo primero que hacen es sacarle los ojos al ternero, robándole así a
la naturaleza la esperanza de una nueva vida.
Mientras las naciones en vía de desarrollo demandan
soluciones a sus problemas socioeconómicos, después del narcoterrorismo, no hay
nada más destructivo e hipócrita que un movimiento político o una burocracia
internacional adueñados de agendas minoritarias o de causas universales con
fines de lucro y protagonismo ideológico.
Colombia debe cuidar con esmero la naturaleza y su inmensa
diversidad. Que no nos ocurra lo mismo del ternero abandonado con el gran
tesoro escondido en la exuberancia de todo nuestro territorio: la riqueza
genética de nuestra biodiversidad de la cual depende todo el sistema
tropical-andino y la supervivencia y sostenibilidad de la Amazonía, del planeta
y la civilización.
Pero y ¿qué es la diversidad biológica o biodiversidad?
Simplemente es la gran variedad de información genética de todo lo viviente, su
ADN o las partículas que lo integran. Y la buena noticia es que Colombia y
Brasil son los dos países con más concentración de biodiversidad en el mundo.
Como lo consignó la misión de sabios convocada por Duque en
2018, en nuestra pródiga biodiversidad y su genética reside el futuro de la
nación. Pero las conclusiones de aquella gran misión fueron víctimas de la
pandemia y luego de los buitres del hipócrita ambientalismo promovido por el
progresismo, la politiquería, los egos y los discursos, sin posibilidad de
convertirse en realidades concretas amparadas por políticas de Estado.
Aquí con la falsa ilusión de paz, el Gobierno se dice
ambientalista y animalista, pero permite al narcoterrorismo, la devastación
causada por la minería ilegal, los ataques a la infraestructura energética, la
deforestación de la selva tropical húmeda para sembrar coca y producir cocaína
que depreda la biodiversidad y mata los ríos, la fauna, genera violencia y
cercena tantas vidas.
La mayor virtud del trópico es que se puede auto regenerar
en tan solo dos temporadas de lluvia, pero aquí permitimos la deforestación de
la selva tropical húmeda y somos predadores de especies animales y vegetales en
vía de extinción, cuando podríamos reproducirlas en sus propios hábitats
mitigando la huella ambiental que siempre genera el desarrollo.
Colombia debe congregar al mundo para desarrollar
responsablemente nuestro gran potencial humano y natural, y salir del violento
caos social, ambiental, migratorio y democrático en el que nos tiene sumido el
narcoterrorismo que hoy nos gobierna entreverado en una clase política
corrupta, congraciada con una dirigencia empresarial arrodillada y
complaciente.
Al igual que en el caso del combate al narcotráfico y el
terrorismo, el enfoque debe empezar por la “corresponsabilidad internacional”,
y no por imposiciones restrictivas que en otras naciones no se cumplen, y
terminan institucionalizando el saqueo de la riqueza genética de nuestra
biodiversidad y en la expropiación ilegal de nuestros recursos minerales.
La inversión internacional debería estar volcada sobre
Colombia permitiendo que sea aquí donde se creen muchos centros de
investigación aplicada como el IICA, Cenicafé, Cenicaña y los que tenía
programados Ecopetrol, dentro de su estrategia de adaptación al cambio
climático y de transición energética ordenada, de modo que los réditos
económicos y la propiedad intelectual se queden en Colombia para poder
financiar nuestro desarrollo como una sociedad del conocimiento.
Esto no es una crítica, es un llamado de atención para que
en lugar de narconovelas que patrocinan la apología del delito, se invierta en
proyectos como la destrucción de la narrativa mediática de la “falsa imagen de
moda glamurosa” mediante la cual el cine mundial promueve la utilización de
drogas y cocaína.
Estamos aún lejos de aprender a conservar mitigando,
“producir conservando y conservar produciendo”, de permitirnos explotar
técnicamente y con la debida mitigación y compensación, nuestros minerales para
generar los ingresos que demanda educar y desarrollar un país. Aquí en lugar de
reforestar masivamente, reciclar más y desarrollar más capacidad de generar
energías limpias, nos anotamos a ruletas rusas como el tratado de Escazú, y nos
sometemos a las conclusiones ideologizadas de macabros entes como la Comisión
de la Verdad o la JEP.
Si tuviéramos un Gobierno serio, el mundo financiero podría
venir a invertir en el diseño, creación e implementación de políticas de Estado
y estrategias comprensivas y multidimensionales que, utilizando tecnologías
como la vigilancia satelital en tiempo real, lleven a la erradicación total en
el mediano y largo plazo del origen de la cocaína en Colombia, al sellar la
selva tropical húmeda para terminar con la deforestación, la colonización, el
desarrollo sin mitigación, y la producción y tráfico ilícito de cocaína que sólo
generan violencia, miseria y muerte.
Aquí terminamos con la selva tropical húmeda para sembrar
coca, sacar maderas duras, y no combatimos la minería ilegal, no protegemos los
páramos, no fomentamos la cultura de la siembra de nuevas forestas, ni
permitimos que nuestras selvas se regeneren por sí mismas. Se vive en Colombia,
la mayor hipocresía ambiental que haya existido a
cuenta de las organizaciones criminales narcoterroristas y de un populismo
político corrupto que con fines electorales y pecuniarios se adueñó de la
bandera verde que nos pertenece a todos los colombianos.
Importantísima la congregación de la COP-16, pero, el país
debe estar vigilante y atento con la “negociación del establecimiento de un
mecanismo multilateral para el acceso, distribución y reparto justo y
equitativo de los beneficios derivados del uso de secuencias digitales de
recursos genéticos que conforman la biodiversidad”, pues ello tiene serias
implicaciones importantes para la conservación y el desarrollo sostenible en
áreas ricas en recursos naturales como los Andes, las selvas tropicales y toda
la Amazonía.
Se debe llegar a acuerdos que protejan y multipliquen
nuestra biodiversidad en lugar de auspiciar que se la regalemos a una desalmada
comunidad internacional que terminará contribuyendo a su exterminio que ya aquí
adelanta el incipiente, ideologizado y politizado ambientalismo criollo que
encubre organizaciones narcoterroristas.
Que, por el afán de esparcir el virus de la vida por las
estrellas, no resultemos entregando a cambio de espejismos el futuro de nuestra
propiedad intelectual y nuestra soberanía a la ONU, a ONG’s y multinacionales
bucaneras que ahora llegan a Colombia de la mano de una amalgama incomprensible
de funcionarios que representan la más hipócrita versión del ambientalismo.
Que no se repita la historia de los saqueos económicos y culturales
a manos del indolente globalismo progresista que siempre nos vio como un
laboratorio social y hoy se enfoca en nuestra gran riqueza biológica y mineral.