Luis Guillermo Echeverri Vélez
El sedicioso y su telaraña de bandidos no son
más que el producto de nuestra propia alcahuetería anárquica y libertina,
dejando la conducción del partidismo político y del Estado en manos de quienes
viven de la política y sus reiterados tratos con la insurgencia.
De toda la gente tan capaz, profesional y buena
que tiene este país, deben surgir otro tipo de fuerzas políticas
descontaminadas que no sean partícipes del festín y el desorden que por décadas
se ha dado la clase dirigente, la política tradicional y la mamertería, al
vivir amancebadas con la anarquía, la burocracia y el libertinaje.
La política importa. Y no podemos caer en una
trampa ideológica más profunda, resultado del nuevo concubinato romántico que
ya empezamos a presenciar entre la dictadura disfrazada de autocracia y la
plutocracia, representada por la clase dirigente política tradicional, la
actual y la directiva gremial del país, todas caracterizadas por el
inmediatismo y un protagonismo individualista, dentro del marco demagógico de
lo políticamente correcto.
El sano ejercicio de la política debe brotar de
una actividad orgánica y natural para bien de las comunidades, fundamentada en
el cumplimiento de las obligaciones cívicas, de un trabajo social mancomunado
entre los diversos actores que compiten por el mandato popular y que, al
recibir la responsabilidad de administrarlo, se deben por igual a toda la
nación sin que medien excusas ideológicas para no hacer lo correcto.
Un 2026 sin un rumbo predefinido es una
profundización de la precaria realidad actual. La injusticia, la ilegalidad y
el empobrecimiento en que estamos sumidos no aguantan “la cura de un cáncer con
mejorales”. Seamos serios y no pongamos en las encuestas mediáticas a competir
más payasitos a ver cuál repunta sin tener ni idea, ni estar realmente
preparado para lo que demanda la conducción de una nación en llamas.
El país, después de varios estupros
electorales, no se merece más “reality shows” protagonizados por viciosos, por
rumberitos, libertinos, gomelos inflados, ni viejos culebreros desgastados con
una carreta caduca.
Anoten bien que este país y su democracia, si
no es con una mano firme en todos los poderes del Estado bien apuntalada en la
legalidad y con un pulso fuerte y constante, no tiene salida del hueco en que
todos, con mayor o menor responsabilidad, lo metimos.
El país requiere más ingenieros y menos
abogados y reemplazar ideologías por tecnologías, y un respeto por las agendas
minoritarias, pero sin que tengan que politizarse y primar sobre las libertades
de las mayorías.
Por igual, ricos y pobres tenemos que trabajar
y estudiar seis días a la semana, con patriotismo y con el buche lleno para
podernos desatrasar en materia de producción, crecimiento y desarrollo. No más
paja legislativa, no más amarillismo mediático, no más vagancia subvencionada,
nomás cobardía detrás de las cuentas de X, cuando tanto el Estado como el
sector privado productivo caen en la obsolescencia absoluta, por no
digitalizarse y no tecnificarse.
Colombia no necesita revoluciones ni
revolucionarios, ni deforestación, ni drogas ni la ilegalidad y la violencia
que todo eso genera. Hay que apuntar a erradicar esa cultura.
Colombia necesita ejecutorias
transformacionales, hechos reales y tangibles, y mucha atención a los problemas
del día a día de la gente. A ningún puerto seguro arriba una nación sin
seguridad, nutrición infantil, salud y altos niveles de productividad que
demandan educación e infraestructura física y transformación tecnológica y
digital.
No podemos seguir consintiendo delincuentes
amparados por los mismos abusivos delfines y filipichines de siempre ni por los
sobornables leguleyos que jamás han presentado una ley beneficiosa, ni en manos
de las críticas del pasado propias de las mismas sabiondas vedets económicas,
que nunca han pagado una nómina ni pasado una angustia financiera.
Menos podemos seguirnos tragando las mentiras
de quienes sin mérito propio, han sido graduados en medios como de profesión
políticos, ni del mal remedo de los anteriores, representando por el
progresismo que nos asfixia con la tóxica y desgastada dialéctica del populismo
barato.
Perdón si piso algún callo inflamado, pero lo
que está en juego no es sólo el poder, es el futuro de todo un país.