José Leonardo Rincón, S. J.
El
controversial tema de la semana sigue siendo el presidente, esta vez por cuenta
de unas fotos y unos videos que se muestran en redes y sobre los que no se
acaba de aclarar si son un burdo montaje de un fake o si en realidad,
ciertamente, corresponden a un actuar suyo.
El
asunto vuelve a poner sobre la mesa el recurrente debate alrededor de la
delgada línea roja que existe para cualquier persona entre su vida privada y su
vida pública. En verdad, no se necesita ser “personaje” para exigir
diferenciarla. De hecho, según la usanza popular, privado sería todo lo que se vive
y hace de puertas para adentro y público lo que se hace de puertas para afuera.
Así de simple.
Más
todavía, con cruel resignación se dice que, a cualquier persona, medianamente
conocida, desde el momento que es más reconocida, se le acabó totalmente su
vida privada. Y muchos lo juzgan como un desgraciado karma que deben soportar. Siempre
habrá por ahí alguien que sepa quién es uno, qué hace, con quién anda, y dará
que hablar porque sí y porque no. Lenguas viperinas y chismosos faranduleros tendrán
comidilla o un suculento banquete si ha habido lo que llamamos papayazo.
El
respetado exministro y nuevamente rector universitario José Manuel Restrepo, ha
publicado en X un mensaje a propósito del tema de marras, invitando a no
meterse en la vida privada de las personas. Lo ha expresado bien y yo lo
comparto, pero ha caído mal porque, en este caso no se le perdona ni media al
que cae mal. Si cayera bien, quizás seríamos más indulgentes y condescendientes.
Los paparazis y caza chismes siempre están ahí, agobiando y acosando, y si no
que lo digan los por eso finados Lady Di y Dodi Al-Fayed.
¿Hasta
dónde o desde dónde comienza lo uno y termina lo otro? La hartera es no poder
estar en paz y tranquilos. Estar escondiéndose o huyendo de los que les fascina
estar rajando de los demás: “mira, cambió de peinado”, “hey, ese
vestido, ese color, no le va, no le queda”, “y quién es ese/a con quien
sale a cenar”… Alguno dirá que el que nada debe nada teme, pero la cuestión
es que se vuelven atrevidos y agresivos, no se respeta nada, se meten con los
familiares, esposos y hasta con los mismos hijos. Un tormento, una tortura.
La
invitación, proclaman los moralistas ortodoxos, es que debe haber compostura y
portarse bien en público. Que hagan lo que quieran en privado, pero que en
público no lo hagan. ¿Qué tal los sepulcros blanqueados, lindos por fuera y
podredumbre por dentro? Hipócritas. La corrupción en sus justas proporciones.
Solo la puntica. Genocidios para purificar la raza o para aniquilar todo un
pueblo, simplemente porque no se quiere que exista. Embudo moral: lo ancho pa ellos,
lo angosto pa uno.
El
debate sigue. El asunto es de autenticidad y de consistencia, es verdad, pero
también lo es de libertad y respeto. No sé por qué ese ansioso prurito de
meterse en los calzones de los demás. Claro, eso vende, da réditos y fama o
desgracia pero, ¡a qué precio!