jueves, 18 de julio de 2024

Los malos y los peores

José Alvear Sanín
José Alvear Sanín

El regreso a la escena de Juan Manuel Santos, reflotando a Petro con el apoyo a todas sus perversas iniciativas, presagia la consolidación de un régimen atroz, que ahora contará con la experiencia torcida de un falso Cristo.

Desde hace 716 interminables días, con sus noches, los colombianos vivimos entre la zozobra y la angustia con la única certeza de que las jornadas venideras serán peores. Los desatinos políticos y morales superan, en las amargas conversaciones actuales, los intereses que antes dominaban los amables coloquios. Los temas tradicionales, como las mujeres, el fútbol y los carros ya no animan las tertulias.

Por tanto, en la mía se suscitó la pregunta de si Santos es más malo que Petro. La disputa fue acalorada, pero terminó con el empate de ambos candidatos a la máxima execración. Sin embargo, en medio de la comparación entre los daños ocasionados por Santos y los desastres ya generados por Petro, escuchamos una observación original:

—¡Tantos malandros como hay!, dijo uno de los contertulios, y añadió: —En efecto, ya conocemos lo que ha hecho Santos, mientras que los horrores del petrismo apenas empiezan a dar su emponzoñado fruto. No nos apresuremos a contabilizar sus torpes hazañas, para lo que habrá, por desgracia, tiempo de sobra. Entre tanto no olvidemos que nuestro deber es el de impedir, cada cual dentro de sus capacidades, que este desgobierno se prolongue por incontables cuatrienios. Si Petro se queda en la casa de Nariño, alcanzará, y hasta dejará atrás, a muchos de los peores tiranos de la historia universal, porque para eso sí tiene suficientes capacidades.

Otro de los contertulios, de seguro inspirado por esas consideraciones, tomó la palabra para decirnos:

—Ni Juan Manuel ni Gustavo hubieran podido hacer lo que han hecho, ni lo que pueden hacer en el futuro, si no hubiera tantos tipos que, siendo peores que ellos, pasan desapercibidos.

—¡Imposible que los haya!, exclamamos los demás, pero nuestro amigo continuó:

—El primero contó, y el otro cuenta, con docenas de sigilosos malvados, sin cuya cooperación es imposible hacer daño. Santos es pérfido y artero manipulador, y Petro, un déspota en ascenso, que no puede ocultar su prontuario ni si ideal marxista-leninista, del que se ufana. En eso es coherente, franco y veraz (en eso solamente). En cambio, nadie recuerda los nombres de los congresistas que aprobaron lo que el pueblo rechazó en el Plebiscito, ni el de los magistrados que “legalizaron” todas las violaciones en torno a la entrega del país a las FARC, en 2016.

–Tienes razón, saltó otro, —porque ahora hay unos personajes igualmente funestos que colaboran desde las sombras, con acción solapada o por omisión deliberada. Consideremos los jueces prevaricadores, los fiscales flexibles y alcahuetas; los comunicadores fletados y mendaces; los parlamentarios costosamente sobornados, y los jefes políticos, que permanecen mudos y brazicruzados mientas sus bancadas se dejan comprar..., todos ellos, en mayor o menor medida, son peores que Petro y Santos, porque sin su hipocresía, disimulo y codicia, sin su concurso clandestino y su traición remunerada, el proceso hacia el poder totalitario no podría alcanzar su propósito.

La reunión que narro terminó concediendo a los miembros de la Comisión de Acusaciones de la “Honorable” Cámara de Representantes el primer puesto en el reconocimiento a la perversidad, porque, con la omisión del deber de poner en marcha los mecanismos para destituir, de acuerdo con el Artículo 109 de la Carta, a quienes se hicieron elegir violando con creces todos los topes, se está consolidando el régimen putrefacto que nos conduce hacia la reelección y el establecimiento de la República Soviética y “Bolivariana” de Colombia.

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Como cada día trae nuevos escándalos, el de los inmensos latrocinios en la UNGRD se limita a ser otra banal noticia de relleno en la creciente lista de ministros y altísimos funcionarios que ordenaron entregar enormes sumas a congresistas para asegurar la aprobación del paquete legislativo de Petro, sin que nadie pregunte quién ordenó a los ministros y a los grandes alfiles del régimen, corromper congresistas, desfalcar la Tesorería y hasta preparar contratos para financiar al ELN en su filantrópica labor en pos de la paz.

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¿No será este el momento para recordar a la incomparable Sor Juana Inés?

¿O cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga:

el que peca por la paga,

o el que paga por pecar?

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Si las reformas sanitaria y pensional costaron $ 90.000´000.000, ¿cuánto costará la “legalización” del poder constituyente y de la nueva Carta?

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Los agitadores que hace unos meses se peleaban por un puesto en Transmilenio, ahora se disputan un ministerio...