José Alvear Sanín
El regreso a la escena
de Juan Manuel Santos, reflotando a Petro con el apoyo a todas sus perversas
iniciativas, presagia la consolidación de un régimen atroz, que ahora contará
con la experiencia torcida de un falso Cristo.
Desde hace 716
interminables días, con sus noches, los colombianos vivimos entre la zozobra y
la angustia con la única certeza de que las jornadas venideras serán peores.
Los desatinos políticos y morales superan, en las amargas conversaciones
actuales, los intereses que antes dominaban los amables coloquios. Los temas
tradicionales, como las mujeres, el fútbol y los carros ya no animan las
tertulias.
Por tanto, en la mía se
suscitó la pregunta de si Santos es más malo que Petro. La disputa fue
acalorada, pero terminó con el empate de ambos candidatos a la máxima
execración. Sin embargo, en medio de la comparación entre los daños ocasionados
por Santos y los desastres ya generados por Petro, escuchamos una observación
original:
—¡Tantos malandros como
hay!,
dijo uno de los contertulios, y añadió: —En efecto, ya conocemos lo que
ha hecho Santos, mientras que los horrores del petrismo apenas empiezan a dar
su emponzoñado fruto. No nos apresuremos a contabilizar sus torpes hazañas,
para lo que habrá, por desgracia, tiempo de sobra. Entre tanto no
olvidemos que nuestro deber es el de impedir, cada cual dentro de sus
capacidades, que este desgobierno se prolongue por incontables cuatrienios. Si
Petro se queda en la casa de Nariño, alcanzará, y hasta dejará atrás, a muchos
de los peores tiranos de la historia universal, porque para eso sí tiene
suficientes capacidades.
Otro de los
contertulios, de seguro inspirado por esas consideraciones, tomó la palabra
para decirnos:
—Ni Juan Manuel ni
Gustavo hubieran podido hacer lo que han hecho, ni lo que pueden hacer en el
futuro, si no hubiera tantos tipos que, siendo peores que ellos, pasan
desapercibidos.
—¡Imposible que los
haya!,
exclamamos los demás, pero nuestro amigo continuó:
—El primero contó, y el
otro cuenta, con docenas de sigilosos malvados, sin cuya cooperación es
imposible hacer daño. Santos es pérfido y artero manipulador, y Petro, un
déspota en ascenso, que no puede ocultar su prontuario ni si ideal
marxista-leninista, del que se ufana. En eso es coherente, franco y veraz (en
eso solamente). En cambio, nadie recuerda los nombres de los congresistas que
aprobaron lo que el pueblo rechazó en el Plebiscito, ni el de los magistrados
que “legalizaron” todas las violaciones en torno a la entrega del país a las FARC,
en 2016.
–Tienes razón, saltó
otro, —porque ahora hay unos personajes igualmente funestos que colaboran
desde las sombras, con acción solapada o por omisión deliberada. Consideremos
los jueces prevaricadores, los fiscales flexibles y alcahuetas; los
comunicadores fletados y mendaces; los parlamentarios costosamente sobornados,
y los jefes políticos, que permanecen mudos y brazicruzados mientas sus
bancadas se dejan comprar..., todos ellos, en mayor o menor medida, son peores
que Petro y Santos, porque sin su hipocresía, disimulo y codicia, sin su
concurso clandestino y su traición remunerada, el proceso hacia el poder
totalitario no podría alcanzar su propósito.
La reunión que narro
terminó concediendo a los miembros de la Comisión de Acusaciones de la
“Honorable” Cámara de Representantes el primer puesto en el reconocimiento a la
perversidad, porque, con la omisión del deber de poner en marcha los mecanismos
para destituir, de acuerdo con el Artículo 109 de la Carta, a quienes se
hicieron elegir violando con creces todos los topes, se está consolidando el
régimen putrefacto que nos conduce hacia la reelección y el establecimiento de
la República Soviética y “Bolivariana” de Colombia.
***
Como cada día trae
nuevos escándalos, el de los inmensos latrocinios en la UNGRD se limita a ser
otra banal noticia de relleno en la creciente lista de ministros y altísimos
funcionarios que ordenaron entregar enormes sumas a congresistas para asegurar
la aprobación del paquete legislativo de Petro, sin que nadie pregunte quién
ordenó a los ministros y a los grandes alfiles del régimen, corromper
congresistas, desfalcar la Tesorería y hasta preparar contratos para financiar
al ELN en su filantrópica labor en pos de la paz.
***
¿No será este el
momento para recordar a la incomparable Sor Juana Inés?
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
el que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
***
Si las reformas sanitaria y pensional costaron $ 90.000´000.000,
¿cuánto costará la “legalización” del poder constituyente y de la nueva Carta?
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Los agitadores que hace
unos meses se peleaban por un puesto en Transmilenio, ahora se disputan un
ministerio...