José Leonardo Rincón, S. J.
Apuesto
que más de uno no tiene idea de por qué este fin de semana tenemos de nuevo
puente festivo. Se los recuerdo: porque ocho días después de la fiesta del
Corpus es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, celebración ciertamente religiosa
pero que en realidad era una fiesta patria en la que el presidente de la
República renovaba la consagración del país al Sagrado Corazón y lo hacía obedeciendo
una Ley promulgada desde 1902 en agradecimiento por el final de la guerra de
los mil días, gesto solemne y oficial que se repitió invariablemente hasta que
por la Constitución del 91 el país dejó formalmente su carácter confesional
católico.
Con
cierta ironía algunos hablan del país del Sagrado Corazón. Encontré para mi
sorpresa que no somos los únicos: hay otros 13 países que también están
consagrados. Y eso me llama la atención porque de aquellas experiencias
místicas de Santa Margarita María de Alacoque, una monja de clausura del
convento de La Visitacion en Paray Le Monial (Francia), se derivó el “Munus
suavissimum” (el encargo suavísimo) que el mismísimo Corazón de Jesús le
pusiese a la Compañía de Jesús a través de San Claudio de La Colombiere,
jesuita y confesor de Margarita, para que la Compañía fuese ardiente promotora
de esta devoción, divulgase sus 12 Promesas, consagrase hogares y naciones
enteras y con ello fortaleciere una pasión amorosa por ese Corazón que tanto ha
amado el género humano. No había en Colombia casa que no tuviese expuesta su
imagen y al comenzar una clase en el colegio no podía faltar la jaculatoria:
“Sagrado Corazón de Jesús: ¡en vos confío!”
Lo
interesante del asunto, más allá de estas históricas anécdotas sobre la forma
como celebrábamos la efeméride, es el fondo que contiene. En su momento,
Proexport difundió como la marca-pais un corazón encendido sobre un fondo rojo que
decía “Colombia es pasión”. Me fascinaba. Porque se conjugaban en el símbolo
muchas cosas: el país del Sagrado Corazón con ese corazón llameante, el rojo
fuego, ardor, calor. Y que hablase de la pasión, es decir, ganas, convicciones
profundas, empuje, porque como decía el filósofo aleman Hegel: “nada grande
en el mundo se ha hecho sin pasión”.
Nuestro
país vive momentos particularmente desafiantes que podrían sobrellevarse con
coraje y tesón, con ardorosa pasión, si nuestro corazón estuviese inflamado de
amor como lo está el corazón de Cristo, un corazón que ama, sí, así como suena
y escribe, en presente, ahora, a este mundo, esta gente. Es verdad, no es fácil
cuando muchas cosas están al revés, trastocadas o patas arriba. Pero ahí es
cuando cobra mayor sentido entonces el consagrarnos a la noble causa de buscar cambiar
las cosas, ya lo dijimos, no cambiar por cambiar, sino apuntando al meollo del
asunto: la transformación personal como conditio sine qua non para el
cambio social y estructural.