José Leonardo Rincón, S. J.
No
tuve hermanos de sangre, pero para compensar ser el único hijo de la familia, ahora
tengo 194 y Toño con sus 103 años es el mayor. Lo he venido a visitar a
Medellín junto con los otros que viven en nuestra Casa Pedro Arrupe. Se trata
de una visita que debo hacer debido a mi oficio, pero también es una de las más
esperadas y gratas de cuantas debo hacer cada dos años.
Los
jesuitas tenemos dos casas de adultos mayores. La otra queda en Bogotá. Ambas
albergan a esos hombres que en su momento dieron lo mejor de ellos mismos colaborando
en la misión de Cristo. Impacta ver a los otrora referentes, formadores,
titanes apostólicos, mentes lúcidas, eximios académicos, celosos pastores,
ahora limitados, disminuidos, venidos a menos físicamente. Si no fuera por la
paz interior que traslucen, alegres sonrisas y efusivos abrazos, esta
experiencia sería muy dura. Pero no. No lo es. Se respira en el ambiente la
conciencia de la misión cumplida, la tarea realizada.
La
casa es acogedora y el personal que los acompaña para que estén bien no puede
ser más idóneo en lo profesional y más afectuoso en lo humano. A algunos de mis
compañeros les aterraba la sola idea de tener que terminar sus días aquí, pero
ahora no. Incluso algunos piden venir a vivir. No puede ser de otra manera en
una comunidad que ora por la Iglesia y la Compañía, y donde no hay tiempo para
aburrirse porque si no es la eucaristía o los actos religiosos comunitarios, es
la conversación fraterna, la lectura compartida de un libro, una buena película
o programa de televisión o una serie de actividades lúdicas como yoga, ejercicios
físicos, karaoke e incluso baile. Juegos de mesa, paseos o salidas a tomar el
algo, como decimos en Antioquia a las onces de la tarde.
Y allí, en medio de todos ellos, nuestro Toño Silva. El mismísimo que se atrevió a desafiar las reglas ortográficas de nuestra preciada lengua castellana, el escritor de poemas y cuentos para niños, el que nos distraía con su bompivaro, carruseles y juegos. El autor de “Te contaré” una picante y humorística columna donde le escribía al Provincial una carta pública para exponer sin pelos en la lengua, sin ofender, sus pareceres sobre los jesuitas. No le pasan los años y lo único que lo afecta es la sordera que logra manejar con un buen audífono. Solo toma una aspirina diaria como pretexto para tener una medicina que tomar. Es un niño grande y picarón que de tiempo atrás se declara cibernauta, pues efectivamente navega en internet y mantiene contacto vía mail con muchos de nosotros. De hecho, hace poco, respecto de un video que sobre la educación jesuita se publicó, me hizo interesantes preguntas. Está lúcido y yo creo que más de uno de nosotros, si quisiera llegar a viejo o vivir tanto, quisiera hacerlo como Toño, mi hermano mayor, un viejo que nunca dejó de ser niño, un hombre fascinante por su claridad mental, por su simpatía, don de gentes y grata conversación. Un hermano que quiero de corazón.