Luis Guillermo Echeverri Vélez
Lo dijo Mark Twain: “La verdad no tiene defensa contra
un idiota decidido a creer una mentira”.
Hoy el mundo real se confunde con el mundo digital
entreverados en la representación de una nueva verdad inventada. Y Colombia,
agobiada por la violencia del narcoterrorismo en las regiones, está ad-portas
de una desorganización civil y política, revolucionada por una total anarquía
digital en la cual la verdad es mentira y la mentira parece ser verdad.
Estamos viviendo una implosión del Estado colombiano, de
las garantías y libertades sociales, de la transparencia en la gestión pública
y de los cimientos que sostienen la independencia de poderes.
Evitar que la realidad nacional se convierta en lo que se
pretende con la farsa digital de la narrativa populista, es trabajo de todos,
no de unos influenciadores, de un solo líder, ni de candidatos amañados desde
el bazar de las firmas financiadas por los grandes contratistas.
Salvar a Colombia del despeñadero autocrático y la tiranía
neo narco estalinista, depende de la unión de todos en una narrativa digital y
boca a boca, positiva y llena de esperanza, acompañada de acciones reales que
se impongan sobre el discurso del populismo, que diariamente nosotros mismos y
el periodismo multiplicamos al sentirnos amenazados.
Desde el engaño al electorado del 2010 y el estupro del
acuerdo de Cuba, que embutió corruptamente la impunidad a los crímenes de lesa
humanidad en la Constitución y el Congreso, tenemos embolatada la noción de lo
que es o no legal, pues nos inocularon todo lo ilegal bajo la noción
propagandística narcoguerrillera de que el Estado, tal y como nos ha servido
más de 200 años, es un conjunto institucional ilegítimo.
El presidente de una nación libre no puede ser un zombi
mesiánico, “adanista”, un autista con complejo de rey sol que invoque en sus
viajes psicodélicos su propia voluntad como si fuese la del pueblo.
Hoy el mundo entero ya sabe quiénes protagonizan la
rebatiña multicolor por el botín del erario nacional, quién es el capitán de
los corruptos, de los vagabundos, y de los violentos subsidiados con nuestros
impuestos que lideraron las manifestaciones violentas que pretendían tumbar el Gobierno
democrático en 2019 y 2021.
Hoy un presidente de gobierno no puede liderar un Estado
acompañado de un narco-libretista y una caterva cleptócrata nombrada por él
mismo, llena de delincuentes, de mentes torcidas, perversas, resentidas,
envidiosas.
Hoy un jefe de Estado tiene al menos que medir el alcance,
la responsabilidad y los impactos pecuniarios y reputacionales asociados a cada
palabra enunciada antes de enarbolar en discursos populistas las brutalidades
con las cuales, de manera enajenada, proclama una lucha personal contra la
corrupción y un liderazgo popular inexistentes. Más aún cuando su propio
círculo de poder está hasta auto implicado en gravísimos escándalos de
descomposición y deshonestidad, que en cualquier otro país ya hubiesen generado
una destitución o al menos una honrosa dimisión.
Un presidente “economista”, tiene la obligación de proteger
y mantener de manera sostenible el riesgo país y el principal activo que tiene
la nación; debería saber cómo operan los mercados y cómo se manejan los
controles de una empresa que cotiza en bolsa como garantía al accionista y al
inversor. Debería saber al menos que el dinero del grupo empresarial Ecopetrol
es controlado por la SEC, y no se maneja en bolsas plásticas ni en maletas de
viaje. Debería saber que sus inversiones son para mantener la seguridad
energética de toda la nación y no para financiar el paramilitarismo.
Debería no confundir la economía lícita con la ilegal que
alimenta los negocios de sus protegidos ideológicos, las FARC-EP, el ELN y
demás organizaciones criminales que históricamente se roban el petróleo de los
oleoductos para elaborar cocaína o para revenderlo en el mercado negro.
Hoy el Estado colombiano parece conducido por un espanto
enajenado, que va recorriendo en sus alocuciones y discursos, uno a uno los
sectores de la economía, destruyendo la confianza y el futuro de las empresas,
sin siquiera razonar que es allí donde labora y jornalea el pueblo colombiano.
La construcción del futuro del país como están las cosas,
con una confusión entre una izquierda democrática y la presencia hegemónica de
grupos narcoterroristas armados en todas las regiones, no puede ser asunto de
un candidato supersónico de un solo partido o movimiento o de una ideología,
tiene que ser asunto de todos.
Colombia no necesita un líder estilo Supermán o Mujer
Maravilla que en solitario sea capaz de solucionarnos todos los problemas, esa
tarea solo se puede abordar en equipo cuando todos los aspirantes y los líderes
de las diversas fuerzas sociales dejen de lado sus egos, angurrias y sus
habilidosas y taimadas negociaciones clientelistas, y respalden a un equipo
profesional con las personas más capaces del país, hecho a pulso con
realizaciones propias y que pueda llegar al poder proponiendo las cosas que la
gente necesita.
El país cansado de tanta verborrea destructiva, quiere
escuchar planteamientos serios de los políticos en materia de salud, seguridad
en toda la extensión de la acepción, ahorro e ingreso real, inversión para que
la economía crezca y se genere empleo, saneamiento, manejo integrado de las
aguas y la producción de energía competitiva, movilidad y soluciones de
transporte, vías, aeropuertos, trenes de verdad y no imaginarios, producción
minero-energética con la debida conservación de la forestas y mitigación ambiental, y sobre todo, si vamos a tener una
formación de cultura cívica y valores personales que nos permita ser una
sociedad educada y no mafiosa, y potenciar, sin perder más tiempo, las
infinitas posibilidades de formación de capital humano y atracción de inversión
productiva, en un mundo globalizado en el cual podemos perfectamente ser uno de
los países que sigan los modelos de las naciones que han dado un salto cuántico
en materia de desarrollo, y no un mal remedo de las realidades de Cuba,
Venezuela y Nicaragua.