José Leonardo Rincón, S. J.
Les
conté la semana pasada de mi viaje a Honduras, pero olvidé decirles que una de
las cosas que más me impresionó del lugar donde estábamos reunidos fue la
aridez de sus terrenos. Pensé que todo el tiempo era así, pero un amigo que
había estado allí me dijo que él lo había conocido verde y frondoso y que lo
que yo presencié no fue otra cosa que los efectos del fenómeno del niño, como hemos
dado en denominar la alteración o cambio climático que prolonga el tiempo seco
o verano de una zona de nuestro planeta, contrario al de la niña que se
caracteriza por el exceso de lluvias e inundaciones.
Hace
pocas décadas esto no existía. Por el contrario, y aunque no tenemos
estaciones, nosotros sabíamos que enero era primaveral, “abril, aguas mil” y
que agosto era el mes de fuertes vientos, propio para elevar cometas. Conocíamos
con bastante exactitud qué meses eran de lluvia y cuáles más secos y qué
cosechas de nuestras tierras se daban con regularidad. Hoy no. El clima está enloquecido,
decimos. Recuerdo que unos revoltosos ambientalistas que se autodenominaban de
Greenpeace protestaban porque estábamos acabando con el planeta. Los mirábamos
con indiferencia.
Ahora
hemos tomado más conciencia y sabemos que este planeta es nuestra casa común y
que debemos cuidarlo. Con todo, hay líderes políticos que lo niegan y consideran
que es un asunto ideológico, no una realidad evidente. Hasta el Papa ha escrito
una encíclica, Laudato si, hablando del tema. Preocupante, por
decir lo menos, pues es verdad que podemos estar ad-portas de la
debacle. Campanazos de alerta estamos padeciendo con el racionamiento de agua y
podría suceder que lo haya también de energía eléctrica como lo hubo durante
meses al inicio de los años 90.
Preocupa
que este niño seco, esta niña mojada, no nos ayuden a ser más responsables y previsivos.
Hemos sido botaratas y derrochadores porque somos un país que lo tiene todo y
aunque esa riqueza económica esté mal distribuida, en el fondo todos actuamos
como ricos frente a los recursos naturales haciendo fiesta con lo que poco o
nada nos cuesta. Sabiendo, además, cómo están las cosas tampoco nos preparamos
para ello. Cuando llueve nos quejamos del invierno y añoramos los días de sol y
cuando calienta el sol más de la cuenta anhelamos la lluvia. Nunca estamos contentos,
pero tampoco tomamos medidas para poder afrontar mejor estas oleadas de calor o
lluvias abundantes que sabemos se repiten.
En
tiempos secos deberíamos aprovechar para arreglar las goteras de los tejados, adelantar
obras de construcción e infraestructura, pavimentar carreteras, levantar
jarillones que contrarresten las inundaciones… y en tiempos de lluvia,
fortalecer los embalses que alimentan acueductos e hidroeléctricas, tener
colectores y tanques para almacenar aguas lluvias, por decir algo, a modo de
algunas medidas que se pueden tomar, pero temo que volvamos al eterno retorno,
al disco rayado, a la película que ya vimos, a la cantaleta de siempre. ¿Hasta
cuándo?, ¿cuándo será que aprendemos la lección, nos quejamos menos y somos más
cuidadosos y también más responsables?