viernes, 26 de abril de 2024

Errores imperdonables

Luis Alfonso García Carmona
Luis Alfonso García Carmona

Como el galeno que busca la causa del mal en lugar de detenerse solamente en los síntomas, debemos escudriñar en qué nos hemos equivocado para evitar recaídas en similares situaciones de peligro para nuestra sociedad.

Alianza FARC - Santos

Derrotada militarmente la guerrilla de las FARC y encauzado el país por el sendero de la atracción a los inversionistas y el mejoramiento social de la población más vulnerable, la desafortunada elección de Juan Manuel Santos acarreó un retroceso al país del cual no hemos podido recuperarnos.

Se desconoció la voluntad del pueblo soberano que se negó a aprobar el proyecto de acuerdo de paz tramitado por Santos con las FARC. La implementación del espurio acuerdo no garantizó paz alguna, pues las FARC, disfrazadas de disidencias, en compañía del ELN y de los carteles de la droga, continúan alterando el orden y la tranquilidad ciudadana. El costo de los beneficios y reformas derivados del humillante acuerdo han afectado seriamente las finanzas estatales, hasta el punto de obligar al Gobierno anterior a recurrir a una reforma tributaria para cumplir lo pactado.

Se suspendió la fumigación de los ilícitos cultivos de cocaína permitiendo el crecimiento exponencial de las áreas cultivadas y la expansión del ilícito negocio.

La alianza FARC-Santos garantizó la impunidad de los criminales más crueles de nuestra historia, los premió con curules en el Congreso, impidió la efectividad de la sanción de despido impuesta por la Procuraduría al entonces alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, e implementó la JEP, tribunal conformado a la medida de las FARC, con candidatos designados por representantes del comunismo internacional. Igualmente, intervino en la Corte Constitucional a través de magistrados que designó para que legalizaran las decisiones de su gobierno. Su mandato catapultó a la izquierda para iniciar su carrera al poder.

Duque: Gobierno de transición

La pésima gestión santista generó un descontento general en la población que se manifestó en la elección de Iván Duque, candidato que supuestamente representaba al Centro Democrático y otras fuerzas de “centro - derecha” no afectas al santismo. Desde un comienzo, esas expectativas carecieron de respaldo en la gestión duquista. Desde su discurso de posesión se notó la ausencia de toda crítica a la gestión de su antecesor, la cual fue refrendada con la conservación de la burocracia leal con Santos, las designaciones de sus colaboradores con escasa representación de los partidos de Gobierno y el alejamiento de aquellos que fueron determinantes en su elección.

Su acercamiento con la izquierda y sus aliados fue notorio. Pasos iniciales después de su elección fueron sendas reuniones con la JEP, tribunal de bolsillo de las FARC, y con el CEO del grupo Soros. Acudió como invitado a las posesiones de presidentes de orientación izquierdista y se abstuvo de hacerlo con quienes no fueran afectos a tal doctrina. Invitó a Palacio a los facinerosos de las FARC pero repetidamente se negó a recibir la visita de las víctimas de esa organización criminal. Prorrogó voluntariamente los contratos suscritos con la ONU para supervisar el cumplimiento del pacto fraudulento con las FARC y presentó al Congreso el proyecto para la aplicación del tratado de Icuasú en Colombia, perniciosa injerencia en nuestra soberanía judicial.

Capítulo aparte merece su inaudita tolerancia con la “toma guerrillera de las ciudades”, protagonizada por Gustavo Petro, con la colaboración del ELN, las FARC, la Primera Línea, Fecode y otros colectivos irregulares, que causaron pérdida de vidas humanas, agresiones a la fuerza pública, daños al Transmilenio y a la infraestructura de las ciudades, bloqueos a las vías y puertos, y graves traumatismos a la economía nacional y al empleo de los colombianos. Fueron dos meses y medio de terror donde el país estuvo en las garras de sicarios y vándalos amigos del actual presidente, preludio del paraíso que ahora nos propone la constituyente de Petro. Con un grupo de compatriotas solicitamos sin resultado alguno al presidente Duque la aplicación de la conmoción interior y la investigación de los responsables de los múltiples delitos cometidos. Ignorábamos hasta entonces que el régimen de transición sólo estaba interesado en preparar la llegada del guerrillero a la presidencia.

Dirigencia política, cómplice por activa y por pasiva

Decepcionante, por decir lo menos, ha sido el papel de la dirigencia política y de los administradores de justicia en este penoso iter criminis que aquí nos hemos permitido resumir.

Sin una organización comparable a la maquinaria oficial ni con los recursos que el fisco y la empresa privada destinaron a promover el “SÍ” al inicuo acuerdo FARC - Santos, el pueblo colombiano superó a sus dirigentes y se manifestó mayoritariamente por el “NO”.

Lamentablemente, nuestra dirigencia política fue inferior a su rol en este trascendental momento. Cuando Santos fue derrotado se debió exigir su inmediata salida del poder como él mismo lo había prometido en caso de que no fuera aprobado el plebiscito. El pueblo entero hubiera secundado esa exigencia. Pero no. Nuestros jefes políticos prefirieron negociar con el tramposo presidente, quien implementó un acuerdo con el mismo contenido, corregido y aumentado a su antojo.

Acudió el tramposo Santos a sus amigos de la Corte Constitucional, quienes, incurriendo en el más protuberante prevaricato en los anales de nuestra jurisprudencia, declararon que el proceso del plebiscito no había concluido con la votación y que podía continuar en el Congreso. Seguidamente avalaron una proposición aprobada por la coalición santista del Congreso, según la cual, ellos, en representación del pueblo soberano, daban su aprobación al acuerdo de La Habana. Esa es la historia de como desapareció el Estado de derecho y la democracia en nuestro país.

 

Toma del poder sin obstáculos

Como en la novela de nuestro premio Nobel, este proceso constituye un buen material para otra crónica de una muerte anunciada: La muerte de la democracia.

Desde el Foro de Sao Paulo, esa oscura colectividad dedicada a fomentar la subversión y el caos en Iberoamérica, se ha trazado y difundido el plan para la toma del poder en Colombia y Chile. Parece que ese tema a nadie interesaba. Nuestros jefes políticos seguían pensando solo en ellos, en sus intereses, en situar a sus familiares y amigos en sitios con poder de contratación, vale decir, de enriquecimiento ilícito. Con Santos, con Duque o con Petro, el objetivo sigue siendo el mismo: llenar la barriga y las faltriqueras.

Qué tan fácil hubiera sido, conociendo la estrategia enemiga, diseñar un plan para contrarrestarla. Pues, se hizo todo lo contrario: pavimentarles la vía de acceso a los camaradas para que se tomaran el poder sin el menor riesgo. Se designaron los alfiles de confianza en la Registraduría y en el Consejo Nacional Electoral, y se contrataron las firmas expertas en la manipulación de votos por la vía de la informática, sin posibilidad de verificar los resultados.

Todavía siguen apareciendo cuantiosas donaciones en dinero y en especie a la campaña, no registradas en su contabilidad, que invalidan la elección por sobrepasar considerablemente las cifras aprobadas por la Ley. El fraude en la compra de votos, así como las irregularidades encontradas en los formularios electorales y en el conteo de votos es de un tamaño inaudito.

No pudo ser más sospechosa la actitud de todas las autoridades, el ejecutivo, las cortes, los entes de control y la propia Registraduría, que se negaron sistemáticamente a investigar las denuncias, practicar reconteos o repetir elecciones para arrojar resultados desprovistos de la menor duda sobre su transparencia. Estaba cantado que había que posesionar a Petro como fuera y todo estaba preparado para ello. No nos extrañemos ahora de que el juicio político también sea inútil, no obstante, el nutrido acervo probatorio que día a día se incrementa en contra de los encartados.

Epílogo

De esta somera narración vale la pena extraer, por el momento, algunas forzosas deducciones:

a. Es absolutamente imperativo corregir esta situación, comenzando por el derrocamiento del régimen fraudulentamente elegido;

b. Los colombianos comprometidos con la implantación del bien común para toda la población, debemos acceder al poder para iniciar la reconstrucción del país;

c. Tanto nuestro sistema electoral como la administración de justicia han tocado fondo. La reconstrucción debe comenzar por corregir las graves falencias que impiden su normal funcionamiento, y,

d. Se acabó el tiempo para la retórica insulsa de los politiqueros de oficio y para los diálogos que solo buscan el aplazamiento de las reales soluciones. Es la hora de actuar y ello solo se consigue convirtiendo esa arrolladora masa de descontentos con el régimen en un nuevo movimiento preparado para el derrocamiento del sátrapa y la restauración de los valores culturales que hacen parte de nuestra nacionalidad.

Vale la pena recordar, en tan crucial coyuntura, algunas sabias palabras:

“La retórica es el cementerio de las realidades humanas, cuando más, su hospital de inválidos.”

“La salud de las democracias, cualesquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral. todo lo demás es secundario. Si el régimen de comicios es acertado, si se ajusta a la realidad, todo va bien; si no, aunque el resto marche óptimamente, todo va mal.”

“Sin el apoyo de auténtico sufragio las instituciones democráticas están en el aire.”

(José Ortega y Gassett. La rebelión de las masas)