Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez
Colombia entera está cansada de que le mientan.
Está mamada del desgaste que le representa al país una crisis provocada por el
falaz discurso populista y la demagogia que esconden la incompetencia y la
ignorancia de quienes nos gobiernan, y de que cada que dañan algo le salen a
echar la culpa a los demás.
La legitimidad de un Gobierno y de un
gobernante no es un tema menor. Es tan grave como compleja es toda aquella
circunstancia que deriva de un estupro incestuoso; en el caso de cada escándalo
de este Gobierno, cometido contra la voluntad y la ingenuidad de toda la
ciudadanía que compone la nación.
Tuve el honor de servirle a la democracia al
gerenciar y responder por la total integridad del manejo de las campañas que
legítimamente llevaron al doctor Iván Duque a la Presidencia de la República,
consulta interpartidista, primera y segunda vuelta.
En primera vuelta nos autoimpusimos un tope de
80 millones y solo se le podía recibir según la ley y nuestros controles
internos a personas naturales que cumplieran todos los requisitos. En segunda
vuelta no le recibimos a nadie ni la envoltura de un confite, todo se financió
con préstamos contra reposición de votos. Por tanto, nadie puede decir que le
donó nada a la campaña de Iván Duque en segunda vuelta.
Yo como gerente fui la única persona autorizada
para recibir donaciones y nunca le recibí nada en primera vuelta a ningún ente
con personería jurídica, fuera empresa, fundación, asociación, federación,
organización sin ánimo de lucro, etc. Cero. Ni a persona alguna que
manejara recursos públicos o de entidades relacionadas con ellos. Nada.
No obstante que se observaron todas las normas
de la ley electoral y que voluntariamente nos sometimos a estrictas normas
internas auditadas en tiempo real por representantes de los entes de control,
por presión política/mediática fuimos requeridos por las autoridades
competentes y comparecimos ante las diversas instancias investigativas y
judiciales durante nueve oportunidades entre 2018 y 2022, sin que se pudiera
encontrar tacha alguna a la forma en que se manejaron los recursos públicos y
privados que se me confiaron.
Hoy nuevamente, como ha sido su costumbre,
Gustavo Petro le miente al país mediante falsas acusaciones a las campañas
presidenciales de Iván Duque, tal vez con el fin de tapar las presuntas
violaciones a la ley electoral cometidas durante sus campañas. Un asunto que
deben dilucidar en derecho, la justicia y las autoridades competentes.
¿No es acaso el resentimiento la propia
insatisfacción con uno mismo? y ¿no es la falacia la forma de encubrir las
frustraciones derivadas de tan miserable condición humana?
Petro supera ya por mucho a su maestro Santos,
en todo aquello de la mentira, el engaño, el descaro embustero en medios y en
la propia cara de los demás, y hasta lo supera en todo lo que implica la
lisonja acompañada de traición.
Las mentiras y el encubrimiento son actos
amorales que se pueden ocultar, pero nunca excusan su existencia. La gente en
Colombia no es tan boba como el presidente la supone en sus circenses,
anacrónicas y ya desesperadas intervenciones públicas e irracionales
comentarios.
Entiéndase de una vez por todas que las
campañas y los partidos políticos que otorgan los avales son entes jurídicos,
administrativos y contables autónomos y que cada uno responde por la legalidad
de sus actos independientemente.
En noviembre de 2021 presentó Caracol una
versión de que una empresa de Carlos Matos, reconocido delincuente que entonces
trataba de eludir la justicia y presionar al Gobierno Duque para evitar ser
extraditado de España a Colombia, le había aportado dineros a la campaña de
Duque. Falso. Nunca le recibí a sus empresas, no podía, ni le hubiera
recibido a Matos porque bien sabía de su dudosa reputación, al igual que nunca
le quiso recibir mi padre durante su manejo de las campañas de Uribe. Todo eso
se desvirtuó. Así que no se engañe a la gente con refritos y falacias por X
señor presidente.
El proverbio dice: “El buey es lento pero la
tierra es paciente”, y así mismo la justicia tarda pero siempre llega, pues
engañar a los humanos no es cosa diferente que mentirse a sí mismo, cuando se
sabe que al final la vida no se queda con nada.
Tal vez el nombre adecuado para quien quiere a
toda costa terminar con la riqueza de la calidad humana y con la riqueza física
de nuestra nación, sea Fausto y no Gustavo, “Aureliano”, “Andrés” o muchos
otros alias o motes por los cuales se le conoce a lo largo de su oscura y
estéril trayectoria pública.
Fausto es el protagonista de la leyenda clásica
alemana que a pesar del éxito y de su “cuestionable” inteligencia, le vende el
alma al propio diablo representado en esta obra por el famoso Mefistófeles, al
ser incapaz de ser feliz por ser víctima de la insatisfacción con su vida y su
oscura, mala y perversa condición humana. Se dice de una situación “fáustica”,
cuando una persona ambiciosa renuncia a la integridad moral para alcanzar el
poder y el éxito por un plazo limitado”. Y claro, esa persona envilecida por el
poder en toda la extensión de la palabra, no se da cuenta de que al primero que
le está mintiendo es a sí mismo, y que al final de cuentas contra la realidad
no puede nada, no hay engaño que no se descubra, como nada está oculto entre
cielo y tierra.
Pues bien, el resentimiento, las frustraciones
y muchas otras cosas, tristemente llevan las personas a entrar en problemas
mentales dilusivos de la verdad, cuando esta se reemplaza descaradamente por la
mentira, y es así como la única forma de encubrir el descaro que envuelve cada
conducta dolosa y delictiva es acusar a los demás de la miseria propia, y
llegar a la osadía de calumniar a las ovejas por haberse devorado al lobo.