Por José Leonardo Rincón, S. J.
Hoy
se celebra en la Iglesia la fiesta de la presentación del Señor en el templo. Y
esta fiesta se ha asociado con la fiesta de la así llamada vida religiosa.
Estrictamente
hablando, al estilo de Jesús debemos ser todos los que nos declaramos sus
seguidores, los cristianos. Pero desde los primeros siglos en la vida de la
Iglesia, comenzó a suscitarse un estilo de vida, una forma de ser y hacer las
cosas, con el propósito de hacerlo de una manera más radical y a eso se le
llamó la vida religiosa o la vida consagrada, esto es, el tratar de vivir la
caridad perfecta.
Se
trataba y se sigue tratando de asemejarse más estrechamente a Jesús de Nazaret
en alguna de sus múltiples facetas, en alguna de sus formas de actuar con los
demás. Apartarse del mundo, sustraerse de los afanes cotidianos, para dedicarse
a una vida austera, simple, de penitencia y de oración permanente, de trabajo
humilde para sobrevivir con lo estrictamente básico, fue una de esas primeras
maneras. Lo hicieron algunos como anacoretas de manera individual y luego otros
en ermitas de montañas y desiertos, ya en pequeños grupos.
El
Espíritu Santo en cada uno de nosotros, hombres y mujeres, suscita talentos,
dones y carismas. De modo que hay algunos, hoy día también, que se sienten
llamados, esto es, convocados, con vocación de hacerlo de una u otra manera, repito,
al estilo de Jesús. Consagrar su vida entera, no necesariamente como sacerdotes,
pero sí siguiendo los consejos evangélicos de la pobreza, castidad y obediencia,
realizando trabajos específicos: la enseñanza de los niños, la atención a los
más pobres y necesitados, cuidar ancianos y enfermos, por ejemplo. Esos
carismas, que inspiraron a algunos, pronto encontraron adeptos y seguidores quienes,
unidos en comunidad, conformaron congregaciones y órdenes religiosas,
organizados bajo unos estándares o reglas comunes.
Entonces
el variopinto resultó ser muy amplio y diverso, todo un abanico de
posibilidades de realización. En monasterios y conventos o insertos en el mundo
con todos sus retos de múltiples misiones en campos y ciudades. En ministerios
apostólicos de diversa gama y calibre con poblaciones objetivo diferentes. Pidiendo
limosna y mendicando unos, trabajando activamente otros. Cada carisma, es
peculiar y único. No hay unos mejores que otros, sencillamente son diferentes.
Todos se requieren, todos son necesarios. Reclaman hombres y mujeres
apasionados, que les guste lo que hacen, que disfruten a plenitud su cotidiana
entrega en el servicio a los demás.
Lo
importante es que tengan a Cristo como centro. El es el inspirador que mueve,
anima, motiva y da sentido a la vida consagrada a su causa. Es el norte y la
brújula que orienta por la senda correcta de querer vivir su propuesta. Se
trata de hacerlo a su estilo, en comunidad, con sus principios y valores. Vale
la pena hacerlo y el espectro de posibilidades es enorme y da cabida a todos. La
míes es mucha, trabajo ingente es lo que hay. Pero se necesita sentirse
llamado, no es para cualquiera tampoco. Hay que ser tenaces y estar
encarretados con la propuesta de Jesús.