Por: Luis Alfonso García Carmona
La impresión que dejó Javier Milei en quien lo
veía por primera vez fue: ¿Pero de dónde salió este loco?
No obstante, al conocer poco a poco su
pensamiento, necesariamente va cada uno relacionándolo con el propio entorno y
encontrando alternativas aplicables a la desventura que estamos padeciendo por
cuenta del socialismo y de sus aliados, tanto los confesos como los
vergonzantes.
Su verbo encendido y desabrochado prende
fácilmente en cualquier audiencia, pero, además, su argumentación resulta
irrebatible para el adversario, pues se apoya en antecedentes estadísticos e
históricos, como cuando se refiere al fracaso del comunismo en su lucha contra
el sistema democrático y capitalista.
Sin pelos en la lengua desenmascara la tragedia
vivida por sus coterráneos por cuenta de los mensajeros del socialismo y de los
corruptos que los han acompañado a destruir uno de los países más ricos de la
tierra; no apela a dogmas ideológicos de ninguna naturaleza ni a ortodoxas
reglas económicas, se limita a registrar los pésimos resultados de los últimos
gobiernos y a llamar con urgencia a su derrocamiento y al cambio de dirección
en la gestión pública.
Es un discurso que, en lugar de moverse en el
plano de la grandilocuencia, como el utilizado por los anquilosados líderes de
los viejos partidos, transmite experiencias por todos conocidas para extraer de
las mismas la necesaria conclusión de que la gestión ha estado equivocada, y
que justamente hay que trabajar en la vía contraria.
En lugar de vapulear al sector privado, hay que
fomentar la empresa, los negocios, las inversiones. No se puede garantizar el
bienestar del pueblo a través de subsidios, sino mediante la generación de
empleo y de condiciones favorables para el emprendimiento. Detener el proceso
de crecimiento del Estado, del gigantismo en el gasto público, de elevación de
la deuda pública a niveles insostenibles. Reemplazar esa absurda política por
la reducción del tamaño del Estado, eliminación de dependencias que pueden ser
reemplazadas, controlar los gastos oficiales y obtener un superávit que permita
fomentar la iniciativa privada y reducir las cargas tributarias: “No se
negocia el equilibrio fiscal, no está bajo discusión. Ministro que gasta de
más, lo echo. El 2024 va a terminar con equilibrio fiscal”.
Al socialismo no se le puede combatir con
monsergas, pues ellos son especializados en la mentira, el engaño y la
estigmatización de sus contradictores. Hay que combatirlos, y derrotarlos, con
hechos, no desempolvando principios que el común de las gentes no conoce o no
comprende.
Descarta las posiciones transaccionales,
rayanas en la alcahuetería, que los políticos de “centro” practican para
mantener su cuota de poder: “No hay lugar para gradualismo, no hay lugar
para la tibieza, no hay lugar para medias tintas”.
Como lo hemos propuesto, hay que saber leer en
la opinión pública cuáles son sus más angustiosas demandas y proponerles
alternativas que les ofrezcan una verdadera solución, enmarcada en el bien
común, y no en los egoístas interesas de la actual clase gobernante. He allí un
compendio de sabias enseñanzas que los movimientos opuestos al avance comunista
en Hispanoamérica debieran poner en práctica a la mayor brevedad.