Para los hinchas del Nacional, su afición nos ha llevado a disfrutar de las
emociones y los sinsabores del fútbol, pero también nos ha dado la oportunidad
de conocer algo de la técnica, gracias a las vivencias cercanas con distintos
personajes de nuestro equipo amado.
Para quienes nacimos como yo en 1957, hemos tenido la posibilidad de
disfrutar de todos los títulos obtenidos, menos, obviamente el de 1954.
A punta de radio nos tocó imaginarnos el Estadio Atanasio Girardot y
conocerlo a través de las narraciones de Jaime Tobón de la Roche, del
“Espectacular” Jorge Eliécer Campuzano y de “El Paisita”, Múnera Eastman.
Pero ellos nos describían de manera vívida los sucesos y las jugadas que
acontecían durante el partido mientras analistas excelsos como Weimar Muñoz
Ceballos nos explicaban como se estaba jugando, cuáles eran los planteamientos
que se estaban desarrollando y qué se podía esperar del juego, lo que hace que
hoy los analistas de turno no nos descresten ni mucho menos.
También fuimos testigos de la evolución arquitectónica del estadio desde su
construcción con una única tribuna alta, pasando por la “tribuna loca” de
Oriental como la definió el inolvidable Guillermo Hinestroza Isaza, construida
para los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1978, hasta la integración
completa del segundo nivel una vez ganamos la primera Copa Libertadores, ya que
ante las limitaciones del estadio –que no cumplía con las exigencias de la FIFA–,
tuvimos que jugar la final en Bogotá.
En nuestra lejana infancia oíamos hablar del Cobo Zuluaga, de Largacha, de
Campillo, de Pepillo Marín, de Balasanian, de Romero, del Coco Rossi, de
Gustavo Santa y de Tato González, de los refuerzos brasileros, entre otros
tantos brillantes jugadores, entremezclados con otros vagos recuerdos, hasta
que aparecen las figuras de Hernán Botero y José Curti y de jugadores como
Navarro, Calics, Tito Gómez y Jorge Hugo Fernández que nos hicieron comenzar a
soñar por allá en un histórico partido contra el Santos de Pelé, un domingo a
medio día.
Se oía hablar de Millonarios como el mejor equipo del país con su cantidad
de estrellas y el recuerdo mediano del otrora Ballet Azul.
Pero el colegio también era un centro de pensamiento futbolístico gracias a
los campeonatos internos y a profesores como nuestro inolvidable Rubén López
que nos ponía a jugar en serio, accediendo a buenos uniformes, jugando con buenos
balones, hablando, entrenando y practicando aquello de las tácticas y de la estrategia,
del River y de Boca, y se comenzaba a hablar de los míticos equipos Independiente
de Avellaneda y de Estudiantes de la Plata, por sus éxitos continuados en la
Copa Libertadores de América. Tuvimos la fortuna de crecer y jugar con Hernán
Darío “Bolillo” Gómez, con su hermano Gabriel Jaime “Barrabás” Gómez, con el Polo
Mondragón, quienes luego hicieron parte del futbol profesional y de la
selección Colombia.
Así mismo, pudimos conocer de cerca jugadores extranjeros cuando por pura
coincidencia los veíamos en el Salón Versalles, en pleno Junín, acogidos por
don Leonardo Nieto y por el doctor Botero quien los alojaba en Residencias
Nutibara.
Incluso a la salida de los partidos algunos jugadores salían a pie,
mezclados con los hinchas para tomar transporte público. Eran épocas en que
eran deportistas, no vedetes.
Comenzaron los buenos resultados, los subcampeonatos y los campeonatos,
pero por encima de todo, la llegada, del maestro Oswaldo Juan Zubeldía, maestro
de verdad, quien evidentemente “profesionalizó” el futbol en Colombia y quien
en la cancha de juego, a modo de tablero o pizarrón, nos enseñó a todos que
había que conocer el reglamento, que gracias a ese conocimiento podíamos jugar
con el fuera de lugar a nuestro favor, que había que entrenar y practicar
jugadas preconcebidas como los tiros de esquina, los tiros libres, los saques
de banda, que había que saber defender, pero que ante todo había que ser
profesionales del fútbol. Todo esto lo explicaba en amenas tertulias al
finalizar las tardes en el segundo piso del Salón Versalles.
Aparece la figura de don Alex Gorayeb quien como presidente del Deportivo
Cali contrata a Bilardo, –discípulo aventajado de Zubeldía–como técnico y ahí sí
comenzamos a ver fútbol del bueno con la consolidación de técnicos como Gabriel
Ochoa, Luis Cubillas, Pedro de León y otros tantos que comenzaron a darle
cuerpo a nuestro fútbol.
Ante las restricciones económicas se recurre a las divisiones inferiores y
aparece el “Kínder de Zubeldía” de donde nacen estrellas y algunos futuros
técnicos como Herrera, Sarmiento, Luna, Peluffo, Porras, Maya, López y otros
tantos que nos dieron alegrías inmensas y estrellas nuevas.
Llegaron las sombras y nos eliminan de una posible participación en una
Copa Libertadores con gol olímpico de Ángel María Torres en el último minuto,
lo que le dio la clasificación al Cali y la celebración enloquecida de Bilardo
quien se retiraba del Cali, aspirando a la dirección técnica de la Selección
Argentina.
Llegan Cueto y la Rosa y otra serie de refuerzos y de técnicos que le dan
un nuevo envión a nuestro equipo enlutado por la muerte inesperada del maestro
Zubeldía una mañana de domingo, pues había anticipado su regreso a Colombia
luego del campeonato obtenido y del nacimiento de un posible nuevo ídolo, mi
tocayo Pedro Juan Ibargüen que jamás llegó a ser lo que iba a ser ante la
desaparición del maestro.
Llegan años de espera pues reemplazar a Zubeldía no era fácil.
Aparecen Maturana y Bolillo Gómez con la idea de los “puros criollos” y nos
pusieron a soñar y llegamos a ganar la tan anhelada Copa Libertadores y a
soportar la transformación del fútbol colombiano siendo la base de la selección
Colombia que asistió a tres mundiales. Un hecho trascendental es la adquisición
del equipo por parte de la organización Ardila Lulle, lo cual le da un gran
peso administrativo y una contextura empresarial que lo diferencia de los otros
equipos en Colombia y la tragedia que no falta, el asesinato de Andrés Escobar.
Cambia el formato del campeonato y ya no es un solo torneo anual, sino uno
semestral y allí Nacional rompe todos los records de clasificaciones a finales
y de títulos: primer bicampeón con Quintabani y primer tricampeón con Osorio.
Lo que siguen son una seguidilla de aciertos, frustraciones, campeonatos,
posicionamiento internacional, campeonatos internacionales: la segunda Copa
Libertadores (demostración de la importancia de respetar procesos como los hizo
Rueda con lo que inició Sachi Escobar y continuó Osorio), la Recopa Sudamericana
y la frustrada Copa Sudamericana debido al trágico accidente aéreo del equipo
Chapecoense en el Oriente antioqueño que, como gratísima consolación en estos
tiempos del todo vale, propició que la FIFA entregara al club el premio al
juego limpio.
En fin, una serie de aciertos, desaciertos y frustraciones que han hecho
posible que la historia del Rey de Copas se siga consolidando y que las nuevas
generaciones sigan queriendo y apoyando a nuestro equipo del alma, el equipo
que más fanaticada tiene en Colombia, el de mayor reconocimiento internacional
y, le pique a quien le pique, el más ganador con sus 32 títulos que,
seguramente, seguirán aumentando.
¡Qué viva el Atlético Nacional!