Por José Leonardo Rincón, S. J.
Esta
semana se nos fue al encuentro de Dios José Suárez, Chepe. Graciela, su esposa
y muchos de mis amigos nariñenses, se apresuraron a contarme la dolorosa
noticia. Hacía pocos días habíamos conversado telefónicamente y aunque me habían
advertido que estaba delicado, lo escuché bien y con ánimos. Siempre lo tomé
del pelo por negarse a verse “viejo”, desde ese agosto de 1995 cuando asumí la
rectoría del Colegio Javeriano y él me secundaba como vicerrector académico.
El
señor Bastidas, fotógrafo de marras del Colegio, era testigo de que se negaba sistemáticamente
a actualizar la foto del mosaico. Le decía yo que la foto de la primera
comunión la iba a utilizar hasta su muerte y no me equivoqué: en los obituarios
aparece la misma. ¡Ay Chepito, viejito picaron, hasta el final te saliste con
la tuya! Fuiste una mano derecha clave en esos dos años inolvidables en los que
también fuiste asistente, consejero, cómplice de sueños pedagógicos y sobre
todo amigo paciente para aguantar mis ímpetus en el liderazgo de tan importante
colegio.
Chepe
fue luego y por varios años rector del colegio de Comfamiliar, donde dejó
también una huella imborrable en la memoria de muchas jóvenes generaciones. Me
he emocionado leyendo los testimonios de profesores y estudiantes que sobre su
actuar de maestro han compartido en estos días por las redes sociales y no puedo
menos que darle gracias a Dios por su vida entregada a la educación, con gusto
y pasión.
A
propósito de su fallecimiento se me vino a la memoria el recuerdo grato de mis
amigos pastusos de aquellos años y que hoy están en la eternidad.
Alfonso
Rebolledo, médico, exalcalde de Pasto y quien fuera presidente de la Federación
de Asociaciones de Padres de Familia de los Colegios Jesuitas; Javier Concha,
presidente de la Asociación de Padres; Carmelita Bastidas, del Instituto Diocesano
de Catequesis y Junta de Escalafón; Daniel Guerrero, jesuita, profesor de
física y terco promotor del Proyecto Multipropósito Guamues; Mercedes Cabrera,
matrona que hasta el final de sus días apoyó el sostenimiento del Templo de
Cristo Rey, haciendo ella misma y vendiendo empanadas; Alfredo Diaz del
Castillo quien me ayudó en la administración del colegio y su finca; Emiliano
su hermano, exgobernador y académico historiador; Gerardo Dávila, abogado
compañero de Esperanza Caicedo en Dinámica, programa radial; Tulio y Pacho
Jojoa, colaboradores de servicios varios en el Colegio, Lucía Arteaga hermana
de Guido, jesuita cuasi de leyenda; Guido Ortiz, rector del instituto
Champagnat; El “Negro” Gonzalo Castro, jesuita párroco y vicario de pastoral
social; Luis Astorquiza, ingeniero, descendiente de Raquel nuestra gran
benefactora…
No
eran pastusos pero trabajaron allí con pasión y entrega: el jesuita paisa Jaime
Álvarez, con más de 40 años en el Valle de Atriz dejó para siempre huella con
la Fundación Juan Lorenzo Lucero con sus maravillosos emprendimientos: Congregación
Mariana y sus obras sociales, la Librería Javier, el Hogar de Cristo, el museo
y la emisora Ecos de Pasto; mis colegas rectores religiosos y laicos: Helena
López de Mesa, Bethlemita; Eibar Atehortúa, Carmelita Misionera; Pilar Zarzosa,
filipense; Lorenza Romagnolo, José, filipense. El general de la Policía
Nacional, Fortunato Guañarita; Diego Serrano, padre de familia; los jesuitas
Santos Valseca en la casa de Ejercicios y Abel Zuluaga sacristán del Templo…
Estoy yo mismo sorprendido de su elevado número. Y seguro que se me escapan
algunos nombres por falla de memoria, que no por ingratitud. Todos ellos están
con Dios y gozan de su eterna presencia y a todos ellos no solo los recuerdo,
sino que tengo para ellos inmensa gratitud y afecto eternos.