Por José Leonardo Rincón, S. J.
Por
supuesto que no tengo la pretensión de incursionar en temas propios de la
psicología y escribir siquiera una página sobre tan delicado tema. No. Voy a
comentar coloquialmente con ustedes mis impresiones subjetivas sobre este
comportamiento humano en nuestro contexto. Decidí hacerlo porque mi sensor
social me indica que la adrenalina está alta y el nivel de agresividad ha
venido subiendo.
Esta
percepción la confirmo principalmente cuando salgo a la calle y dado que nunca,
en toda mi vida, la había sentido. He tenido la hipótesis de que, culturalmente,
nuestro pueblo ha sido aguantador y resiliente, incluso que hace aflorar su
buen humor en medio de dolorosas situaciones y que, quizás por ello, se ha
abusado de su paciencia y no se le ha dado la importancia que merece a sus
necesidades y reclamos.
La
inconformidad global que era evidente con marchas y protestas en varios países
de diferentes latitudes contra un sistema social y político indiferente a la
inequidad y la injusticia, sospechosa y abruptamente se ve frenada de tajo con la
pandemia. No creo fácilmente en teorías conspiracionistas, pero sí me pareció
muy rara esta coincidencia. El confinamiento tedioso y prolongado que
inicialmente nos amansó hasta hacernos creer que después del festival del
COVID-19 todos íbamos a ser mejores seres humanos, en realidad fue caldo de
cultivo para que ciertas patologías se reprimieran y posteriormente se exacerbaran.
Efectivamente fuimos distintos, estamos peor que antes en muchos aspectos, así
en otros hayamos evolucionado a la brava. Lo que los educadores narran respecto
del comportamiento de niños y jóvenes al volver a las aulas es realmente
asombroso. Algo similar se comenta en el mundo de las empresas. No somos los
mismos, no estamos bien.
Me
parece percibir en muchos lo que yo también he experimentado: esa sensibilidad
o hipersensibilidad que ante ciertas situaciones que en otro momento nos
hubieran hecho reaccionar tranquilamente o al menos con admiración y sorpresa,
aquí y ahora, con disgusto, mal genio y agresividad notorias. No sé si los
canales o medios para “ex-presarnos” (dejar la presión) han sido suficientes y
aprovechados, el hecho es que hay una carga emocional fuerte que se alimenta
todos los días a nivel mundial con el absurdo de las guerras, desempleo, pobreza
y hambre crecientes en tanto otros derrochan y desechan sin consideración
alguna, gobiernos y políticos que decepcionan las expectativas que generaron, vuelta
a escena de regímenes totalitarios en todas sus denominaciones, inflación
económica que no para a pesar de las fuertes medidas de los bancos centrales, el
frenesí del consumismo capitalista que invirtió la escala de valores a punto de
dar prioridad a lo innecesario sobre lo urgente e importante, un Dios remitido
al archivo histórico cual pieza de museo, entre muchos fenómenos…
Hay
un malestar acumulado que puede estallar, no sé de qué manera, en tanto los señores
de los diferentes poderes siguen apoltronados cómodamente sin importarles mayor
cosa lo que pasa. La agresividad que no se desfoga a tiempo se convierte en una
olla de presión peligrosa. Sin válvulas de escape las fuerzas de la masa son
incontenibles. Lo hemos visto ya y pareciera habérsenos olvidado. En tanto, en
las calles, en los hogares, en la escuela, los niveles de inseguridad y
violencia se disparan. La agresividad no es un concepto teórico académico sino una
realidad efervescente que está embullando y que requiere ponérsele atención.