Por Pedro Juan González Carvajal
Por estos días vuelve a hablarse del tema de la
posible federalización del país, teniendo en cuenta que todos seguimos
incumpliendo –por acción o por omisión– el mandato constitucional de la
descentralización.
La falta de conciencia geográfica e histórica,
acompañados de la poca madurez de la ciudadanía –en general– en términos
políticos y cívicos, pues dificulta enormemente cualquier discusión con altura,
sobre un tema tan trascendental.
El solo hecho que la concentración de poder en
el ámbito nacional se dé en Bogotá y que análogamente, por ejemplo, en lo
departamental se establezca en sus capitales como el caso que se da en
Medellín, en Cali, en Barranquilla, en Manizales, en Bucaramanga, en Pasto,
etc., pues dificulta aún más el entendimiento y la discusión seria del asunto.
Cuando hablamos del poder político, de la
capacidad y potencialidad económica, del censo electoral, de los grandes
proyectos de infraestructura, quienes de ustedes amables lectores se acuerda
que existen ciudades importantísimas –de segundo nivel– como Mosquera, Neiva,
Yumbo, Cota, Palmira, Valledupar, Yopal, Barrancabermeja, Funza, Tocancipá,
Candelaria, Duitama, Dosquebradas, Chía, Soacha, Zipaquirá, Bello, Envigado,
Floridablanca, Facatativá, Sogamoso, Malambo y Piedecuesta, por nombrar solo
algunas, a sabiendas de que como mínimo todos deberíamos identificar sin “gaguiar”,
la capital y la segunda ciudad de cada departamento de los 32 que existen en la
actualidad según nuestra división político administrativa.
La descentralización implica cambio de
concepción en cuanto a deberes y responsabilidades de las unidades político administrativas
a nivel departamental y municipal y ojalá aún corregimental, pues de otra
manera la existencia de varias Colombia seguirá dándose: La Colombia Insular,
la Colombia Andina, la Colombia Atlántica, la Colombia Pacífica, la Colombia de
la Orinoquía y la Colombia de la Amazonía, con esa separación que pareciera más
bien una cicatriz entre la Colombia urbana y la Colombia rural.
Esta reconceptualización implica cambio de
motor a un avión mientras está volando.
Pero lo anterior es fácil comparado con la alta
dosis de comprensión, generosidad y pragmatismo que se requiere para un cambio
como estos.
Superar los intereses a todos los niveles
territoriales y de los poderes clásicos establecidos, fortificados y
atrincherados en la capital de la República y en las capitales de departamento.
No sobra recordar que una de las “buenas
prácticas” que establece la OCDE es que 32 de sus 34 miembros son repúblicas
unitarias con organización federal. Si tenemos 2 dedos de frente, considero que
es fácil entender su importancia y vigencia.
Importante al plantear la discusión, entender y
reconocer que somos un país multidiverso,
que es necesario comprender qué se entiende por riqueza y cómo se crea –pasando
de lo extractivo al aporte de valor agregado–, reconocer cuáles son nuestras
ventajas comparativas –que existen y muchas– y nuestras ventajas competitivas –que
están por construir–, que la equidad se construye desde la educación en el
territorio, que debemos definir qué tipo de ciudadanos queremos y a qué nos
vamos a dedicar, que debemos ser capaces de integrar y comunicar cada parte de
nuestro territorio, que debemos tener un sistema de justicia que funcione, que
debemos extirpar la corrupción en cualquiera de sus varias manifestaciones
cueste lo que cueste, que debemos replantear a fondo nuestro sistema tributario
para que pueda soportar tanto la descentralización como la posible
federalización, y que ante el caos mundial, nuestra agua, nuestros bosques,
selvas y humedales, y nuestro enorme potencial agropecuario, nos permiten mirar
el futuro con prudente optimismo.
Ya es hora de que no nos quede grande la
grandeza y que comprendamos de una vez por todas lo que significa y lo que
implica la manoseada palabra “cambio”.
Como dice un buen amigo, “No expectativas,
satisfacción asegurada”.