Por José Leonardo Rincón, S. J.
El suscrito era
un muchacho común y corriente que tuvo la fortuna de contar con una mamá que le
buscó los mejores pedagogos y educadores para su formación, ya con laicos de
auténtica vocación de maestros, ya con religiosos lasallistas y jesuitas. En el
hogar, recordaba estos días, me aficionó al hábito de la lectura, a escuchar
música clásica pero también ritmos y sones internacionales de todo tipo,
algunos franceses, italianos o alemanes, con el ánimo de acostumbrar el oído a
otras lenguas, don que nunca finalmente cultivé. Eso sí, escuchaba mucho radio
y me gustaba el teatro, la oratoria y la escritura. Además de la formación
religiosa que desde muy niño desembocó en vocación sacerdotal.
A lo que voy es a
ponderar la formación que recibimos en el hogar. La que nos inculcaron con
principios y valores y la que va en los genes, como mi afición por el derecho y
la música, seguramente heredados de mi padre, abogado y tolimense. O los
asuntos educativos, administrativos y religiosos, de mi madre. Finalmente,
somos el producto de todo esto. Así nacemos, pero también así nos hacemos. Los
líderes nacen y se hacen. Todas esas potencialidades están ahí, pero hay que
cultivarlas y desarrollarlas.
El Curso-Taller
de Formación Integral que nació hace 35 años, es la versión jesuita del Curso
de Líderes Lasallistas que viví como estudiante en Villavicencio hace 45. Una
experiencia fenomenal que cambió radicalmente mi vida pues ayudó a aflorar, a
sacar, a expresar los talentos recibidos, así como la irresistible decisión de
multiplicarla, pues un tiempo de intensa y cualificada formación no debería ser
un privilegio de una élite sino una oportunidad a la que todos podrían acceder.
Ese anhelo de que
otros pudiesen vivir lo que yo viví se cumplió en 1988 cuando hacía la etapa de
magisterio en Bucaramanga. 40 jóvenes de todos nuestros colegios, junto con sus
respectivos asesores, nos dimos cita en Villeta, Cundinamarca, para iniciar una
gesta que hoy no solo se conserva nacionalmente, sino que se ha replicado en
cada una de nuestras instituciones educativas. Se hace en varias experiencias a
lo largo de la vida del colegio, se ha extendido al mundo universitario y se ha
“exportado” a otros países.
La llamamos de
formación integral porque mediante charlas y talleres prácticos buscamos
fortalecer las dimensiones de esa educación holística: espiritual, cognitiva,
afectiva, estética, ética, sociopolítica, entre otras… con el ánimo de formar
líderes que no busquen su éxito individual, sino que logren trabajar en equipo
con otros buscando la transformación de la sociedad. Desde el cultivar su
sentido trascendente, aprender a hablar en público y hacerlo con diversos
medios, desarrollar artes escénicas, sensibilizarse frente a la realidad del
contexto, en jornadas de 14 horas diarias de trabajo intenso, durante una
semana, es una vivencia que marca para siempre y que cual levadura en la masa,
en el mediano y largo plazo ha ido dando bellos y relevantes frutos, eso sí,
navegando en el mar de la vida, luchando contra la adversidad de una sociedad y
una cultura de las cuales también hacen parte pero que contrastan fuertemente
en principios y valores y no dejan de seducir con sus cánticos de sirena,
atractivas propuestas que pueden llevar al colapso y naufragio social.
Hace 35 años
nació esta experiencia y lo estamos celebrando.