viernes, 18 de agosto de 2023

Los temblores de agosto

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

Ayer, a pocos minutos, sentí la segunda réplica del temblor que nos sacudiera a mediodía. Ciertamente es muy raro que en un mismo día tiemble tanto y con tanta intensidad y aunque soy bastante sereno cuando la tierra se mueve, me acordé de la profecía del padre Margallo en el siglo XIX: “El 31 de agosto de un año que no diré, por sucesivos terremotos será destruida Santafé”. Por suerte no es el día y quizás este no sea el año, pero la carta está echada y no deja de resonar en la propia conciencia tal advertencia.

Ante el ímpetu majestuoso de la naturaleza uno se siente muy poca cosa y no queda más remedio que inclinar la cabeza y reconocer quién es el que manda aquí. Creíamos que éramos nosotros, pero estos acontecimientos lo ubican a uno en el sitio que le corresponde. Somos criaturas, pequeñas, frágiles y lábiles. Cuando la naturaleza se hace sentir con toda su fuerza, nos sentimos impotentes y limitados. A un lado quedan todas las variables que evidencian nuestras desigualdades: pobres y ricos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, entre muchas.

Recordé la reciente pandemia que nos dio a todos un sacudón muy fuerte y que en cuestiones de salud dejó millones de muertos por todo el mundo. Con nuestra amnesia característica olvidamos que los mismos sentimientos de pequeñez los describíamos entonces y ante una eventual enfermedad y muerte augurábamos mejoras y no volver a ser los mismos. Promesas. Como las de la gente asustada y cariacontecida tras los movimientos telúricos que los hizo salir de las edificaciones muertos del susto, agallinados y temblorosos, preocupados por saber cómo estaban los seres queridos y seguramente temiendo lo peor. No pasó mayor cosa.

Lo interesante de las escenas callejeras es que esas situaciones límite nos ablandan, nos hacen más humanos. Entonces la gente ordinariamente muda se vuelve conversadora, los huraños se vuelven afables, se olvidan temporalmente las diferencias que segregan por estrato social, opción política, genero y sexo, religión o equipo de fútbol, se alborota la solidaridad y la bonhomía, resultamos todos, tan cercanos y tan queridos… De enmarcar.

La madre tierra, la naturaleza, nuevamente se hace sentir. Son esas epidemias, esas erupciones volcánicas, esos temblores y terremotos, esos calores infernales y esos fríos glaciales, esos desbordamientos y esas avalanchas, esos derrumbes, en fin, son campanazos de alerta, signos, señales, gritos y protestas. No queriendo ser dramáticos, ni apocalípticos, pero quizás podríamos ser menos desconsiderados y estar más atentos a esas voces que hablan y se expresan a su modo.

Rápidamente volvemos a la rutina, a lo de antes, a lo de siempre. La amnesia nos agobia de nuevo y seguimos como si nada. Así somos. Recuerdo entonces el verso final de un poema de Lope de Vega a propósito del llamado a abrir la puerta que nos hace Jesús: «Mañana le abriremos», respondía, para lo mismo responder mañana…