Cuando hablo del
imperio de la ley, no me refiero a la supremacía del más fuerte sobre el débil,
sobre el indefenso, o como en el Viejo Oeste, la ley del más rápido para
disparar, amedrentar y controlar los pueblos. No.
Cuando hablamos del
imperio de la ley, es para entender su significado en el verdadero y
estricto sentido jurídico que no es otra cosa que la sujeción de la acción del Estado
a una regla o ley fundamental: la Constitución.
El desarrollo de la
humanidad ha tenido etapas y momentos difíciles para cada grupo o tribu, que
pasaron de ser nómadas al sedentarismo, es decir, a construir y desarrollar su
vida en un hábitat específico hasta llegar a nuestros días.
No podemos olvidar
las guerras permanentes, las invasiones, el deseo imperialista de grandes
guerreros y líderes por ocupar territorios lejanos, apoderarse de ellos y
gobernar a la fuerza a los que sobrevivieron esos ataques. Son pueblos que
fueron sometidos a la fuerza, hasta que se rebelaron del yugo que los
asfixiaba.
Europa entero fue
fuente de invasiones, guerras, divisiones, y desde finales de 1850 en adelante
se fueron definiendo los Estados actuales, porque antes los señores feudales
eran quienes mandaban en sus territorios, tenían ejércitos propios y recibían
tributos.
Dicen que América está
en construcción y yo diría que sí. Su proceso independentista terminó en la
primera parte del siglo IXX, y los países que la integran en la forma actual llevan
unos doscientos o doscientos treinta años de trabajo dándole identidad a los
territorios y aunando el sentido de pertenencia para así lograr el primer punto
que es el sentimiento; de allí surge el significado de nación.
El grupo humano de
cada país se unió para tener una convivencia ciudadana justa, pacífica y
civilizada.
Nosotros
lo escogimos y aceptamos como bien lo dice la Constitución Nacional, en su artículo
primero:
“Colombia es un Estado social de derecho organizado en
forma de república, unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades
territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto
de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la
integran y en la prevalencia del interés general”.
Tenemos definido el
rumbo, no podemos perderlo y menos aceptar que grupos minoritarios colombianos
que no respetan la democracia, vayan a cambiar nuestro sistema de Gobierno
democrático, por un comunismo encubierto de socialismo, que no está destinado a
hacernos crecer sino a destruir a Colombia.
Por ello es por lo
que hablamos del imperio de la ley. En la democracia se acepta a quien gane las
elecciones, eso es claro, no se discute, pero sí no se acepta, ni ahora ni
nunca, que se vaya perdiendo el respeto por la norma, por la justicia y el
orden y menos que se limite la libertad.
Por eso existen las
tres ramas del poder, independientes cada una de la otra, pero, al final,
unidas por el mismo rasero: la del legislativo crea las leyes, la justicia las
aplica y la del ejecutivo las desarrolla. Cada una independiente, pero con el
mismo objetivo, darles garantías a los ciudadanos, darle fortaleza y fuerza a
la institucionalidad.
Aquí no es la ley
del más fuerte, del que diga más mentiras o verdades a medias, el imperio de la
ley es para que el gobernante gobierne amparado en la legalidad, en someterse a
los dictados de la Constitución y buscar prosperidad para todos, no para unos
pocos bandidos que no han construido un solo ladrillo en esta bella república
de Colombia.