No son de extrañar la
inacción oficial ni la eliminación de estímulos para la construcción y
financiación de viviendas de interés social, porque el acceso a la propiedad es
un factor que contribuye a la estabilidad, al bienestar familiar, al
crecimiento de la economía nacional y a la masiva generación de empleo.
Ninguno de esos
propósitos anima a Petro. En primer lugar, mientras más adversas sean las
condiciones de vida, mayor descontento habrá y con mayor facilidad será acogido
el mensaje del resentimiento y el odio. La generación de empleo tampoco
favorece la revolución. Un gobierno comprometido con el decrecimiento
económico, cuya “cabeza” dice que la acumulación de capital es la mayor amenaza
contra la humanidad, no puede estimular el bienestar y el progreso.
Apoyar la familia y
propender por su consolidación y florecimiento está expresamente en contravía
de la ideología marxista, que preconiza su abolición. Por tanto, el Gobierno
actual favorece la ideología de género, la promoción del aborto y la tolerancia
a la comercialización y el consumo de psicotrópicos.
¡Vale la pena recordar
ahora a quienes han dicho que el progreso individual perjudica porque “la
gente que deja de ser pobre se vuelve de derecha”!
Un país de propietarios
de vivienda digna se dirige indudablemente hacia una sociedad más ordenada y
productiva, en la que no cabe el discurso subversivo.
En vez de desarrollar,
mediante la construcción de vivienda, una economía próspera, la revolución
sueña con que llegue el día de trasladar la gente de los tugurios a las casas
que han de compartir con los odiados burgueses.
Nunca he olvidado la propuesta
preelectoral de Petro, de limitar a 65 m2 el espacio familiar en las
viviendas —a pesar de haber sido desmentida por sus bodegas y granjas—, porque
esa condición es esencial dentro de la ideología leninista que él profesa. Esa “reforma
urbana” hizo de la vida en los países comunistas el infierno sartreano que
puede llegarnos, porque ese individuo jamás olvida los delirios de su
patológica mente para convertirlos en políticas de gobierno.
Petro no se limitará a
las reformas iniciales —tributaria, sanitaria, laboral y pensional—, porque ya
empezó a hablar de una reforma educativa. Y si salen adelante las ya
presentadas, sea por un congreso embadurnado, por sucesivas declaratorias de
emergencia económica y social, o por el “acuerdo” con el ELN, él no se detendrá
allí.
Ese será el momento
para arrancar con su encubierta reforma urbana, y con la otra —dogmática e
inevitable—, la rural, para la expropiación y aniquilación de los productores
agrícolas exitosos, que no conduce a nada diferente de la hambruna persistente.
La Reforma Agraria
colectivista de modelo comunista pertenece a la obsesión dogmática y no
negociable del ELN, que no los aleja de Petro. Al contrario, los une dentro de
la común estructura mental que adoran.