Por José Leonardo Rincón, S. J.
La
lección de vida que hemos recibido esta semana estuvo a cargo de Danielito y
Osquitar, dos amiguitos que firman un pacto de sangre de alta confidencialidad,
en medio de la total confianza que se tienen, y al final el uno resulta
traicionando al otro, ¡plop!
El
país entre sorprendido y agradecido asiste a un nuevo destape de esa olla que
ya sabíamos podrida. La cuestión que está de por medio es la lesión que sufre
un valor como el de la confianza, sobre el cual tanto se habla hoy día en las
relaciones interpersonales y también organizacionales. Generar confianza, creer
en la palabra del otro, es determinante a la hora de construir esas relaciones.
Sin embargo, creo que doña Cecilia, mi mamá, tenía razón cuando me insistía
desde chiquito, citando al profeta Jeremías: “maldito el hombre que confía
en otro hombre” (Jr 17,5), una frase que siempre me ha parecido demasiado
dura de aceptar, porque lo conmina a uno a no confiar más que en Dios, que no
en los seres humanos que, por su natural falibilidad y limitación, somos
débiles, frágiles, limitados, infieles, desleales, traicioneros. ¡Tenaz!
Entonces,
se evidencia la ambivalencia que un valor puede tener. La confianza que per
se diriamos es “buena”, como la lealtad, la fidelidad, para mencionar otros
valores, pueden ser utilizados para fines no propiamente buenos. Un tema de
debate ético y moral, máxime cuando a diario se ven golpeados por escenas como
las que ya conocemos. Y es ahí donde uno entiende por qué, en este inacabable
proceso de paz, por ejemplo, la guerrilla en sus diferentes vertientes y los
otros grupos convocados a la paz total no confían en los gobiernos de turno: porque
les han hecho conejo, les han incumplido, les han fallado. Persiste la
desconfianza.
Surge
entonces aquí el dicho popular también aprendido de mi progenitora: “seguro
mató a confianza”, cuestión bien seria, porque obliga a decir de palabra
confío en usted, pero déjeme tomar medidas que me blinden o me aseguren
que las cosas se van a hacer bien, que usted no me va a fallar y, si lo hace,
no me va a lesionar, no me va a ser daño. Toca hacerlo. La experiencia nos
enseña que “a mayor confianza, mayor control”. Lo hacen las entidades
con la figura del control interno, revisorias, auditorías, sistemas integrados
de gestión. Claro que hay que confiar, delegar, empoderar, pero también hay que
estar alertas para verificar que esa confianza depositada no se traicione.
Es
claro que tenemos que rodearnos de personas que nos inspiren confianza. Sin
embargo, la cruda realidad nos muestra que, si el mismísimo Jesús tuvo su Judas,
Julio César su Bruto, nosotros, viles mortales, no estaremos exentos de
puñaladas traperas y traiciones. ¡Lo hemos vivido! Pasa en las películas, pasa
en la vida real… de modo que el único que no falla es Dios y con los otros nos
echamos la bendición y seguimos pa’lante, atentos y alerta, No hay de otra.