No me trago el cuento de que sólo es cuestión
de esperar tres años, con la economía metida en el trapiche del socialismo del
siglo XXI y con la gente sin tener con qué mercar por la carestía.
Aquí es mejor que pase algo a que sigamos sin
que pase nada distinto a la destrucción de un Estado de derecho, que fue
respetable y respetado.
¿Dónde están las personas valientes y
honorables que desde los cargos públicos defiendan a Colombia de la ilegalidad
y le devuelvan a la nación y al Estado las banderas de la libertad y el orden?
No sigamos ocultando la cobardía tras el
respeto incondicional a una anarquía disfrazada de democracia, mientras toda
suerte de delincuentes e irresponsables trapean a su conveniencia con la
dignidad de la nación, con la constitución y las leyes.
Como vamos, vamos mal. Menudos son los abusos,
los delitos y las violaciones a la ley. Los hay de todas las formas
imaginables, y no pasa nada.
Vamos montados en un barco rumbo al arrecife en
medio de una gran tormenta, comandado por un remedo de capitán que se la pasa
encerrado bajo la influencia y sólo sale a crear polarización entre tripulantes
y pasajeros. No hay quién asuma el mando, mientras los primeros están
enganchados en una rebatiña por el poder político, y los segundos suscritos al
pánico que genera ver que nos estrellamos y nada pasa.
Aquí lo peor es seguir sin que pase nada. Pues
como vamos, este barco naufraga en las costas cubanas de Venezuela.
Nada va a pasar mientras la justicia esté
acobardada y sea víctima ideológica de su falta de integridad. Y no pasará
nada, si las cortes no se ponen las pilas y cumplen su deber, si del sector
privado no nacen nuevos liderazgos transformacionales, y si no cambiamos los
requisitos que deberían cumplir quienes manejan la cosa pública.
Es culpa de nuestra indiferencia como clase
dirigente que, en el 2022, el engañoso discurso populista distorsionara la
realidad colombiana que iba, como en 2010, rumbo a puerto seguro y creciendo
mucho más que las otras naciones de la región.
La nación entera paga, por la irresponsabilidad
de unos cuantos muñecos filipichines y payasitos provincianos cachaquizados que
hoy copan el teatro de la actividad política nacional, y por la total
indiferencia de una sociedad civil y de unos gremios caducos y pasmados, que
más parecen mamertos vergonzantes, que líderes con genuina vocación de
servicio.
Las organizaciones criminales y sus milicianos
están amparados e inmunes ante la sanción social y legal, pues ha hecho carrera
su doctrina de considerar ilegítimos al sistema de libertades económicas y al
Estado y su institucionalidad. Así justifican poder birlar la ley a
conveniencia propia sin que aquí pase nada.
Es inconcebible que, bajo la narrativa propia a
esa nueva interpretación de la legalidad, se pretenda desconocer la naturaleza
de los crímenes de lesa humanidad y se justifique la ilegalidad de atrocidades
como el secuestro, la violación de menores y el asesinato bajo la militancia en
organizaciones narcoterroristas.
Con esa misma carreta insidiosa, desde la
sociedad entre Cuba y los Santos, feriaron los preceptos constitucionales de
impunidad y distorsionaron el verdadero espíritu constitutivo del Estatuto de
Roma, implantando una nueva doctrina internacional en favor de la aceptación
democrática del terrorismo sectario e incluso del terrorismo de Estado, que
pretende reemplazar la sana construcción de políticas públicas, por la perversa
lógica del reconocimiento de conflicto armado, que les otorga estatus de
beligerancia, que autoriza el derecho de rebelión y permite la conexidad
delictiva en función de la impunidad total.
Narrativa mediante la cual, Juan Manuel Santos,
al estilo inescrupuloso y lisonjero propio de su alcurnia estafadora, como por
arte de magia, logró cobrar en especie con un Nobel, por la labor de
institucionalizar la concepción de que todo lo que antes era ilegal pasara a
ser legal en Colombia, y en toda una región sumida en el narco-socialismo del
siglo XXI.
Todo en contra de la voluntad popular y gracias
a la complicidad de su ciclotímico copiloto y sus propios serviles en Cuba y en
la tramoya del Congreso, y claro gracias a la ayuda de la Iglesia y de algunos
curas mercaderes del dolor ajeno que siempre, a lo largo de la historia, están
prestos a cambiar la verdad y endosar fuerzas inquisidoras como la Justicia
Especial para la Paz.
Y con ese mismo concepto embustero e
inquisitivo, tan propio del populismo y en pro de la impunidad total, es con el
que hoy el Gobierno del nuevo M-19, tan hijo de las FARC-EP como Fecode, y
comandado por el demente revolucionario aliado a toda suerte de organizaciones
criminales, quiere gobernar a su conveniencia y de manera autocrática a la
sociedad colombiana, copando con falacias casi todo el espacio digital y
cercenando el derecho a la libertad de expresión de los medios tradicionales,
en las propias narices del parlamento, la justicia, los entes de control y los
gremios del sector productivo.
La doctrina Petro no sólo se nutre de la
mentira, el engaño y la ilegalidad, es un ideario revolucionario, rebelde,
nefasto, destructor, inconsciente e irresponsable que considera ilegítima toda
la constitucionalidad y no admite crítica ni contradicción alguna.
Tristemente hoy hay poca diferencia entre
quienes representan la tradición política, con quienes se creen con derecho de
pernada sobre la ley, el Estado y el Gobierno y sus instituciones, y con los
nuevos politiqueros que desfalcan la nación, pues muchos de los que antes eran
delfines, huérfanos de poder, están convertidos en tiburones de múltiple
dentadura que conviven con las desalmadas barracudas que nos gobiernan.
Santos, que descarada y deliberadamente le
abrió la puerta de Colombia y de toda la región a esa falsa, perversa y
sangrienta doctrina de “Paz a cualquier costo”, ahora pretende engañar
el derecho internacional público, aspirando a la Secretaría General de las Naciones
Unidas, timando nuevamente a Colombia con las mismas artimañas con la cuales
antes manipuló las cortes nacionales.
Es con cargo a todos los contribuyentes, que
Santos y sus secuaces lograron el gran estupro fraguado en Cuba. Algo que
Pastrana no pudo implementar al aparecer Uribe en 2001. Algo que Samper y
Gaviria ya habían empezado a legitimar al hacer que la ley fuera elástica con
el narcotráfico. Algo con lo que Belisario soñador, inoculó al país hablando de
Paz y no de convivir en legalidad. Algo que López casi negocia en Panamá con
Pablo Escobar y un cartel de Medellín asociado con el M-19, quizás no siendo el
monto adecuado para colmar sus agallas. Y algo a lo cual nada contribuyó el
clientelismo desbordado de Turbay, patrocinador del gigantismo burocrático.
Uribe aplicó la ley y la fuerza coercitiva
constitucional del Estado a rajatabla. Combatió por igual la narcoguerrilla y
el delito, desmontó el paramilitarismo, golpeó la producción de cocaína y la
deforestación, generó confianza inversionista mediante estabilidad y seguridad
democrática ciudadana, económica y jurídica, y siempre procurando mayor equidad
social.
Gracias a ello, prosperó la nación y perdieron
en 2002, 2006 y 2018 las minorías delincuenciales, y gracias al trabajo de
Uribe, ganó el Santos traidor del 2010.
Pero la obra de todo un país liderado por
Uribe, duró poco en manos de los hermanos Santos, de Leyva, Baltazar y
Santiago, Villegas, Pearl, Naranjo, Mora, Eder, Cepeda, Roy, Benedetti, De la
Calle, Velasco, Mac Master, y todos sus monaguillos y de los mercenarios
mediáticos que les volearon incienso.
Violaron la voluntad del constituyente
primario, favorecieron a la narco-guerrilla y habilitaron para ser candidato a
un infiltrado del viejo M-19 en el Congreso, un terrorista y delincuente
disfrazado de senador, tranzaron políticamente en 2014 con un alcalde que debió
ir preso, que al ser vencido en 2018 incendió el país en 2021, y lo apoyaron
para que fuera vencedor “por W” en 2022, pues la sociedad trabajadora y emprendedora
no supo presentar un adversario capaz, siendo solo la mitad consciente de
Colombia la que le hizo oposición, mientras la otra mitad fue presa fácil del
poderoso discurso populista y utilitario que representa una burla al debido
bienestar de mayorías y minorías.
Duque, a pesar de enfrentar las dificultades de
una pandemia y una depresión económica mundial, de una oposición difamadora y
violenta que bloqueó la movilidad del país aterrorizando la población, le
demostró al Colombia que sí se puede crecer a dos dígitos, que se puede
gobernar bien y hacer las cosas honorable y correctamente, así se cometieran
algunos errores involuntarios, que se podía generar empleo y terminar obras
descontinuadas, que se podía confiar en el sistema de salud y de seguridad social.
Duque gobernó sin necesidad de negociar con
ninguna organización criminal y evidenció que Colombia puede progresar en
legalidad con apoyo al emprendimiento y con verdadero propósito de equidad.
Uribe y Duque le demostraron a Colombia que se
puede gobernar decentemente sin comprometer principios y valores, que se puede
navegar en democracia sin aceptar en ella la ilegalidad, los delincuentes
disfrazados de izquierda ni los dobles fanáticos de extrema derecha, que aquí
el problema es todo el vicio y el delito que generan la producción de
cocaína y el narcotráfico, y que se
puede gobernar con la justicia de la mano de las fuerzas armadas, estando
abierta la puerta del sometimiento incondicional a la ley que tajantemente
rechazan todas las organizaciones criminales, si media unidad de propósito
nacional.
Probaron que no se debe negociar con cargo a la
impunidad con ningún delincuente, pues eso sólo le causa más estragos a la
nación.
Uribe y Duque forman una yunta política
campeona reconocida e imbatible. Son una dupla que, si se pone a trabajar
dejando de lado la mezquindad y las envidias e intereses de los amigos y
enemigos que los quieren separar, y dejando de lado los merecimientos, egos y
vanidades inherentes a todos los que ambicionan poder, pueden unificar las
mayorías y salvar este barco del naufragio; pero si y solo si cuentan con el
apoyo incondicional de la sociedad civil, de los tibios gremios y de todo el
empresariado nacional.
Y entre tanto, nosotros seguimos como sociedad
en lo mismo de siempre, y no pasa nada.
¿Cómo se pretende que el pueblo distinga quién
es bueno y quién es malo, al ver en las noticias a toda suerte de personajes
entreverados en medio de la orgía burocrática del poder central?
¿Cómo no va a querer el pueblo un cambio, si
está cansado de ver al lado de muchos líderes tradicionales a toda suerte de
hampones que operan el poder central y regional, aliados con contratistas
corruptos, con narcotraficantes o con nuevas famiempresas politiqueras de
múltiple denominación ideológica?
¿Cómo no va a estar confundido el ciudadano, si
ve que los que más figuran en medios al lado de la política partidista
tradicional, son hoy quienes favorecen el narco-comunismo y la impunidad, esos
congresistas alcahuetes de criminales que avalan delincuentes de mayor calibre,
hoy instalados con lujo en la presidencia y en la laxitud de la perrera
parlamentaria?
¿Cómo no va estar el empresariado y la clase
laboral sin saber qué hacer, si ven amenazadas sus fuentes de ingreso y sus
ahorros por las ratas que se reparten el queso, si ven cómo milicianos y los
mismos rateros del transfuguismo camaleónico, son los que ocupan ministerios y
embajadas y están dilapidando la hacienda pública?
¿Cómo no va a estar preocupada la población, si
ven cada día un nuevo escándalo vergonzoso, entre quienes están bailando en el
elegante acuario capitalino, donde se exhiben toda clase de pescados que medran
del sistema contractual público?
¿Cómo va a pasar algo o a cambiar nada en
Colombia, si hoy nos domina la palabra incoherente del cinismo propio de un
terrorista supuestamente indultado que, a cuenta nuestra, compra ingenuas
conciencias ignorando el deber ser de las cosas y mientras en la banca sólo
tenemos representada toda la incompetente falacia ideológica con la cual se
desvirtúa el verdadero valor democrático de la mujer y de las minorías?
El problema es de todos, no es sólo asunto de
oposición de los líderes políticos. Aquí no pasa nada mientras todos los que
trabajamos para que el país produzca, no seamos los que actuemos y sigamos
delegando nuestro futuro y el de las nuevas generaciones a una clase política
que no supo gobernarnos.
Hagamos algo porque hoy más que nunca,
tristemente cobra actualidad lo que decía un grafiti en Cali en medio del
proceso ochomil: “Al poder putas porque vuestros hijos no supieron gobernarnos”.