Por José Leonardo Rincón, S. J.
El
bochornoso espectáculo de sacarse los cueros al sol que nos ha dado estos días
nuestra flamante clase política es una nueva y muy buena cátedra existencial de
la que deberíamos sacar jugoso provecho.
Se
nos olvida nuestra humana condición de seres limitados, lábiles, frágiles,
llenos de defectos y de errores. No somos dioses, pero quisiéramos serlo a
pesar de esas realidades. Legítima aspiración si se tratase de trascender,
crecer y madurar. Equívoco sueño si de lo que se trata es de dominar todo,
controlar todo, poseer todo. Lo grave es eso: olvidamos que no somos eternos.
Con
razón que un superior mío, que lo fue toda la vida en la Orden, detestara a Machado
porque le recordaba: “Todo pasa y todo queda, más lo nuestro es pasar…”.
Claro, cuando uno está instalado en la mullida poltrona del poder le resulta
terrible reconocer que un día ese cuarto de hora se le va a acabar. Los así
llamados “viudos del poder” precisamente son aquellos que lloran amargamente la
soledad de no tener una corte a su servicio, el ya no ser reconocidos ni
aplaudidos, la irremediable suerte de ser paulatinamente olvidados.
Armando
y Laurita, los personajes de turno, y con ellos toda la galería de estrellas
fugaces, olvidaron esta verdad. Ser importantes y poderosos obnubila. Los
fulgurantes destellos de ser el poder detrás del trono enceguecen. Se enredaron
en la maraña de los hilos del poder que entretejieron y el querer robarse el
control protagónico de las cosas, resultó saliéndoles por la culata. De tenerlo
todo a quedarse sin nada. Subieron como palmas y cayeron como cocos. El revés
ha sido estruendoso y promete serlo aún más.
El
afán desmedido del tener, del poder, del placer, cobra un costo elevado. Entre
más alto se suba, más duro el tiestazo en la caída. Lo sabemos, pero
deliberadamente queremos ser amnésicos. Las deliciosas mieles se saborean y
disfrutan, pero no son para siempre. Parafraseando diríamos: no hay poder que
dure 100 años, ni cuerpo que lo resista. Y es que efectivamente nadie resiste a
un poderoso que olvidó que tenía el poder no para abusar sino para servir. A
esos poderosos todo el mundo les bate cola mientras están en la cima, pero ni
siquiera los determinan cuando están en la sima. Por eso se habla de aprovechar
el “cuarto de hora”, ese único y efímero tiempo que se tendrá en la vida para
aprender forzosamente esta lección.
Pasa
en las películas, pasa en la vida real… ¿cuándo aprenderemos la lección?