Por Pedro Juan González Carvajal
Una de las tantas
aproximaciones a la definición del concepto de felicidad se asocia al estado de
ánimo de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que
desea o por disfrutar de algo bueno.
Dice el estribillo de alguna canción española que la
felicidad está asociada a la obtención de tres condiciones: la salud, el dinero
y el amor.
Para Menandro, “La salud y la inteligencia son las
bendiciones de esta vida” y para Sófocles “El saber es la parte más
considerable de la felicidad”.
Black dirá que “Sin el trabajo es imposible la
felicidad”, Saavedra Fajardo sostendrá que “La felicidad nace, como la
rosa, de las espinas y trabajos”, Astron dirá que “Los que carecen de
felicidad buscan las fiestas” y Platón sentenciará que “No puede ser
nadie feliz sin que sea sabio y bueno”.
Para algunos otros, la felicidad podría estar asociada a la
satisfacción impúdica de sus pasiones, asociadas a algunos de los llamados pecados
capitales como la lujuria, la gula y la pereza, que devienen en vicios.
Así mismo, el desarrollo pleno de los sentidos alrededor de
la belleza, la estética, el arte, en cualquiera de sus expresiones, podría generar
situaciones de felicidad.
Podríamos seguir buscando aproximaciones y con seguridad
serían múltiples, de pronto tantas como humanos estemos en el planeta.
Sin embargo, en nuestro interior, consciente o
inconscientemente, es posible que guardemos deseos, anhelos, antojos o propósitos
que quisiéramos cumplir o que serían aquellas cosas que le pediríamos a Aladino
en caso de presentarse la ocasión.
En mi caso, ante Aladino, Merlín o un buen taumaturgo,
tengo claro que le pediría salud, pues como dicen las mamás, “Sin salud no hay
nada”. Le pediría ser políglota, pues como sostenía Francisco de Quevedo, “Por
tantos hombres vales, según las lenguas que hablares”. Y, por último, mi gran
antojo sería poder viajar en el tiempo, obviamente solo como observador.
El concepto de felicidad ha venido escalando visibilidad e
importancia en todos los ámbitos. Como derecho humano en la ONU, Bután o Brasil,
como estrategia gerencial desde lo académico –cátedra en Harvard–, como
reivindicación al tiempo libre y al ocio –al estilo romano imperial–.
Desde la filosofía, grandes interrogantes se siguen
planteando entre otros, la justificación de la existencia o la reflexión acerca
de qué es la vida.
¿Vivimos para qué? ¿Qué justifica la existencia?
El buen vivir, el vivir bien, es un propósito superior
desde lo individual y desde lo colectivo. Este hecho debe ser concientizado y
debe ser un vector directriz que encauce nuestra existencia.
Debemos dejar de mirar la felicidad como algo utópico, algo
que solo se habrá de alcanzar al final de la existencia. El día a día, cada
nuevo amanecer trae su propio afán y sus propias circunstancias, algo con lo
cual el individuo deberá interactuar de manera casi que espontánea.
¡Salud!