lunes, 27 de marzo de 2023

Del caos provocado al autogolpe

Por José Alvear Sanín

José Alvear Sanín

El país, 221 días después de la posesión de Petro, ofrece el panorama más caótico. Nunca habíamos estado tan mal. Inseguridad, paros, extorsión, asesinato de líderes sociales, crecimiento exponencial de narcocultivos, desarme de la Fuerza Pública y cese unilateral de su actuación, marasmo económico, malas relaciones con gobiernos legítimos y compadrazgo con dictaduras repugnantes. Aquí lo único total es el desgobierno. Mientras el orden público desaparece, Petro habla, twittea y delira, dentro de una incontenible diarrea mental rayana en la chifladura.

Las incontables reformas que presenta son alocadas desde el punto de vista racional, pero eficaces para la desintegración del país. Hasta ahora, la oposición parlamentaria se limita a ofrecer inocuas modificaciones cosméticas a los desatinos del gobierno, lo que les permite pensar a muchos que seguimos viviendo en una democracia constitucional.

Durante estos interminables meses el gobierno avanza estimulando el desorden social, económico, legislativo y moral del país.  Frente a la ilusoria “paz total” pocos se atreven a decir que el camino hacia la verdadera concordia exige fortaleza, en vez de claudicación y entrega. El desarme unilateral del Estado solo conduce al fortalecimiento de las estructuras político-criminales.

El gobierno piensa “negociar” tanto con organizaciones “políticas” (ELN, Farc), como con los grupos de delincuencia común. Con el ELN ya hay frecuentes diálogos erráticos e inconducentes. Con las Farc de “los comunes” la cordialidad es permanente, y con los disidentes habrá también condescendientes conversaciones. Pero ni con el ELN ni con las Farc se llegará a nada, porque Petro sabe que ese no es el camino que conduce a la anhelada revolución.

Cada día es más claro que el gobierno está provocando deliberadamente el caos, para que cuando el país esté absolutamente asqueado y descuadernado se pueda dar el autogolpe de Estado (“el timonazo”), para asumir plenos poderes, cerrar el Congreso y las Cortes, con el loable propósito aparente de restablecer el orden público y contener la barbarie.

Después del timonazo y en medio del subsiguiente sentimiento colectivo que acompaña siempre a quienes quieren eliminar el caos para que retorne la normalidad, estallaría la paz con el ELN, grupo que solo se conforma con el “control del Estado en su totalidad”.

Hace pocos días, cuando esos individuos repitieron ese anuncio, las buenas gentes creyeron, con la revista Semana, que ellos “han dado pocos gestos de querer alcanzar un acuerdo de paz con el gobierno”.

Nada de eso, que es pensar con el deseo y con las categorías de 500 años en los que el Estado ha representado el orden y la legitimidad, porque tanto Petro como los del ELN son marxistas-leninistas inconmovibles, comprometidos con la revolución y teleguiados desde La Habana, esperando el momento propicio para el zarpazo definitivo. Mientras no se entienda que gobierno y ELN están unidos por un común propósito revolucionario, todo el debate político en Colombia es ilusorio. Las diferencias aparentes entre ellos son calculado teatro para desviar la atención mientras prosigue el engaño.

Las fuerzas revolucionarias saben que les falta muy poco para gozar de su macabro sueño. Ya controlan totalmente el Estado y disponen de los infinitos recursos del narcotráfico, mientras las dispersas corrientes de oposición retozan entre dulces sueños electorales de rosados horizontes, en octubre de 2023 y junio de 2026, como si bajo un gobierno comunista pudiera haber comicios libres.

Basta mirar a Venezuela para ver cómo será nuestro futuro, siempre con elecciones fraudulentas y partiditos juguetones, mientras se consolidan y perpetúan el voraz crepto-lumpen en el poder y la más aterradora miseria en el país.