Por José Leonardo Rincón, S.J.
A
una semana de la semana mayor, como la han denominado tradicionalmente, ¿Cómo va
esa cuaresma?
Me
imagino las caras… “hola, de veras que estamos en cuaresma, mmmm ¡se me había
olvidado! Yo aquí viendo para dónde me voy a pasear, los tiquetes están tan
caros, ha subido tanto todo, la comida está por las nubes, no sé. De pronto me
quedo en casa descansando”.
Las
cosas han cambiado. A duras penas algo se alude en las iglesias y templos con el
color morado de los ornamentos y con prédicas alusivas al tema. Hasta el año
pasado todavía alguna cuña radial hablaba de comer pescado. Ya ni eso. El
cuento del ayuno y la abstinencia quedó atrás. La secularización es un hecho,
la indiferencia religiosa crece. Los escándalos de algunos clérigos en muchas
partes han contribuido al desencanto. Desde la pandemia y como uno de sus
efectos, la gente va menos a misa de modo presencial, más cómoda verla por
televisión acostado en casa. De los famosos sermones de las siete palabras con
oradores eximios ya no se habla; hay series en Netflix con mejor rating de
sintonía. Adiós, pues, a procesiones y otras manifestaciones. Algo queda por ahí a nivel popular.
Claro,
el asunto no es tanto de cuestiones externas, expresiones y signos que no dejan
de ser importantes sino, sobre todo, de un trabajo interior que puede estar
pendiente, que se sabe es relevante, que apunta más al fondo que a la forma y
que requerimos con urgencia si se anhela que las cosas sean mejores en nuestro
entorno. Ahí está el quid del asunto. Y, qué pena, pero eso no ha pasado de
moda, es un asunto necesario, pertinente, si se quiere, urgente.
No
es hora pues de echar por la borda lo esencial e importante. Mejor, es hora de
resignificar el sentido de este tiempo y de lo que celebramos. Creo que lo
dijimos ya. Así como anualmente le hacemos mantenimiento a muchas cosas en casa
y en el lugar de trabajo, con mayor razón deberíamos atender nuestra propia
persona, hacer un diagnóstico de nuestro actual estado espiritual y meterle
mano a esos puntos que requieren especial atención y cuidado. La vida no se nos
puede pasar haciendo buenos propósitos. Creo que la gente busca ahora más trabajar
su interioridad que solo cumplir con preceptos.
A
esas búsquedas y a esa sed de espiritualidad que muchos experimentan y sienten,
deberíamos ponerle atención. Vale la pena. La vida se pasa muy rápido y podría
ser mejor de lo que es actualmente si en vez de pasárnosla durmiendo o pegados
del televisor y el celular, en la próxima Semana Santa nos regalamos un tiempo
para la reflexión y oración encontrándonos con Jesús, como lo hizo la
samaritana, para calmar esa sed que tenemos y encontrar la felicidad auténtica.
Muy invitados a hacerlo.